Los casos de hijos que agreden a sus padres son cada vez más frecuentes tanto en Galicia como en España, sin embargo la violencia filioparental sigue siendo un fenómeno poco visible en la sociedad, según los expertos, quienes también apuntan a que una de las claves para solucionarlo es la comunicación.
Según los datos del Ministerio Fiscal, este tipo de violencia afectó en 2018 a 238 familias en Galicia, que tomaron la decisión de denunciar a sus hijos después de haber sido agredidos física, verbal, psicológica o económicamente en alguna ocasión. Esta cifra, supera a la registrada en 2017, cuando 215 personas denunciaron estos malos tratos en la Comunidad.
Tomar la decisión de acusar judicialmente a tu hijo «siempre es una tarea delicada», ha explicado a Europa Press la psicóloga de la Fundación Amigó de Vigo, Raquel Gallego. Esta profesional trabaja en la organización viguesa y se dedica a mediar en los conflictos entre hijos y padres.
Su función pasa por escuchar a ambas partes y abordar el problema desde la terapia conductual, es decir, aportando «herramientas» para modificar el comportamiento de los hijos y de los padres, que sean útiles frente a situaciones de tensión que avocan en violencia por parte de los hijos.
Lo cierto es que no existe un perfil de menores agresores ni tampoco un tipo de familia en el que esta violencia aparezca con más frecuencia. El 52,6% de los casos se dan en familias nucleares, mientras que las madres de una familia monoparental sufren el 26,5% de los casos. El 15,4% surge en familias reconstituidas y el 5,6% de las veces es el padre de la familia monoparental el que padece estas situaciones.
Ante estos datos, Raquel Gallego ha querido aclarar que si bien es cierto que la mayoría de los casos de violencia se dan en familias nucleares, esto sucede porque hay más que de ningún otro tipo. Lo mismo pasa con las familias monoparentales que cuentan con la figura materna, existen más que aquellas en las que el único progenitor es el padre.
NO EXISTEN CAUSAS ESPECÍFICAS
Todos ellos sufren las consecuencias de una violencia que no surge «por una sola causa», precisa Gallego, sino por la convergencia de factores como «el estilo educativo de los progenitores, las dificultades para educar, la falta de tiempo, la ausencia de espacios comunicativos para trasladar normas de convivencia o la imposición de reglas sin razonamientos».
Al mismo tiempo, también influye que los hijos presenten «baja tolerancia a la frustración, su temperamento o una actitud autoritaria», que se retroalimenta por una «autoridad mal gestionada» por parte de los padres.
La transmisión intergeneracional de la violencia también explicaría, para la especialista, porqué existen este tipo de agresiones. El hecho de que un menor haya «presenciado violencia cuando es pequeño» potencia que «a lo largo de su vida reproduzca» estas actitudes. Además, la violencia está muy presente a nivel social, «en la televisión, en los videojuegos o en los medios de comunicación», lo que también repercute en los menores.
Algunos datos de la organización ponen sobre la mesa otras problemáticas que también influyen en la violencia filioparental y es que el 74,01% de los hijos agresores han disminuido su rendimiento escolar, el 64,35% presentan algún tipo de adicción y el 40,87% han sido testigos de situaciones de violencia.
En cualquier caso «los hijos no vienen con un manual de instrucciones», añade la psicóloga de Fundación Amigó, y «a lo mejor si se ajustan algunas pautas que los progenitores ya tienen a las necesidades de ese niño o esa niña» en particular, se puede abordar la situación familiar de manera satisfactoria.
TENDENCIA AL ALZA
De todas formas, en el conjunto del Estado, el número de expedientes abiertos asciende a 4.833 en 2018, último año del que se tienen datos oficiales de la Fiscalía de Menores. Esta cifra refleja «los casos más graves», debido a que los padres y las madres denunciantes suelen soportar antecedentes violentos antes de dar el paso de acusar a su hijo o hija de malos tratos.
En la sombra permanecen todos esos casos que no son denunciados y aunque la psicóloga experta no se atreve a «establecer un porcentaje» de situaciones de violencia que permanecen invisibles, asegura que es «una tendencia que crece cada año». El propio hecho de que aumente el número de denuncias deja ver que también crece el número total de casos.
Las primeras señales no se traducen en golpes, suelen ser «desafíos a la norma» o el uso de «descalificativos» contra los progenitores. Así lo ha definido Raquel Gallego, quien considera que los pequeños avisos pueden ir creciendo y acabar desencadenando en signos de violencia en el hogar.
En estas situaciones se ven implicados tanto niños como niñas. Los hijos suelen «presentar una conducta agresiva más visible, explosiva e impulsiva», mientras que las hijas «utilizan una tendencia más psicológica» enfocada en los «chantajes», por ejemplo. En cualquier caso, este patrón no se sigue en todas las situaciones.
DE LA CULPA A LA RESPONSABILIDAD
En general, poner fin a la violencia filioparental requiere trabajo por parte de los progenitores y de los hijos. El primer paso es poder identificar estas conductas para que, a través de la mediación profesional, los menores aprendan a «gestionar la baja tolerancia a la frustración» y la canalicen por otras vías, como «contar hasta diez, abandonar la discusión o decir una palabra clave para terminar la conversación en ese momento», sugiere Gallego.
Una vez que todos los integrantes de la familia han sido capaces de poner sobre la mesa el problema, la capacidad de escuchar al otro para saber «qué cosas puedo cambiar yo» y comunicar las dificultades de la convivencia facilitan la resolución del conflicto.
Por otra parte, la «culpabilidad, la vergüenza o el no saber proceder» de los padres son sentimientos frecuentes entre los progenitores agredidos. Desde las instituciones de mediación tratan de «reconducir la culpabilidad» hacia la «responsabilidad». No hay que buscar culpas, sino hacerse responsable de lo que sucede para poder pasar a la acción.
AFECTO, COMUNICACIÓN Y DISCIPLINA
Profesionales como Raquel Gallego aseguran que en este tipo de violencia todos sufren. «Evidentemente los progenitores lo pasan muy mal, pero los chicos y las chicas también». «Cuando una persona emite una conducta agresiva» paga una «factura emocional y psíquica» porque en la mayor parte de los casos «utilizan la violencia» para expresar su incapacidad de «lidiar con las dificultades que surgen en el día a día».
Una vez entendida esta base y después de trabajar con progenitores e hijos por separado, «la comunicación es una herramienta esencial en la intervención» porque posibilita el intercambio de opiniones y visiones para poder llegar a acuerdos que contribuyan a mejorar la convivencia.
Si bien la psicóloga de Fundación Amigó ha podido ver y estudiar cientos de casos de agresiones filioparentales, lo que más le ha sorprendido hasta ahora es «la capacidad de cambio de las personas» una vez se ha iniciado la intervención. En este sentido, ha explicado que normalmente «son mecánicas viciadas» que hay que dejar de alimentar a través de la terapia.
A pesar de todo, la realidad de las relaciones entre padres e hijos debería estar lejos del conflicto y la violencia y, sin embargo, muy cerca del «afecto, la comunicación y la disciplina», elementos que en equilibrio ayudan a preservar la convivencia y le dan valor a lo que significa ser una familia.