Una tesis de Andrés Teira Brión –calificada con sobresaliente ‘cum laude’– señala el papel clave de la agricultura para la conformación de identidades en la Edad de Hierro.

Este trabajo reivindica una relectura de las sociedades en el noroeste de la Península entre los años 1.000 a.C. y 400 d.C. a través de las economías domésticas y colaborativas agrícolas como motor de las comunidades.

La investigación se vale de la carpología, la disciplina que estudia las semillas y los frutos, para estudiar 15 nuevos yacimientos e integrar los estudios hechos en la zona noroeste de la Península. En total, se analizaron 630 muestras con más de un millón de restos vegetales.

En la Edad de Hierro hubo una intensificación de la producción de cereales como el trigo y la cebada, que dio lugar a la creación de estructuras de almacenaje. «Este almacenamiento durante la Edad de Hierro podría estar en la base de diferencias de poder adquisitivo de las comunidades o de grupos que producían o controlaban las cosechas», remarca.

Por su parte, la conquista romana del noroeste trajo consigo la expansión de nuevos cultivos con especies de fruta como moras o melocotón. Con ellos, se crean nuevos espacios a la producción de frutos y nuevos hábitos de consumo y socialización.

Por todo ello, Teira Brión cree que la agricultura está «insuficientemente considerada en las lecturas sociales de la Edad de Hierro» e identifica que el núcleo familiar fue un núcleo de producción que incorporaba al mayor número de personas posibles, con fórmulas de trabajo en comunidad desde niños a mayores.