En el corazón de la Ribeira Sacra se encuentra el monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, un lugar donde la leyenda cuenta que nueve obispos se retiraron, murieron y fueron enterrados entre los siglos X y XI, guardándose sus anillos episcopales en una pequeña caja de plata.
La leyenda era tan solo un mito hasta que a finales del 2020 unos trabajos de restauración de los relicarios laterales de la iglesia, donde se encuentran los restos mortales de los obispos, descubrieron los anillos en el interior de una bolsa de tela.
Encargada de aquella restauración se encontraba Vania López, restauradora que desde entonces ha seguido trabajando en Santo Estevo de Ribas de Sil, donde, junto a su equipo y la Diócesis de Ourense, ha presentado un mecanismo que permite disfrutar a la vez de los relicarios y de lo que se encontraron tras de sí. Porque aunque fueron los anillos los que se llevaron la fama, detrás de los relicarios también aparecieron pinturas murales, en concreto seis escenas de la Biblia datadas entre el siglo XV y el siglo XVI.
Lo explica López: «Queríamos encontrar una solución para que se pudiera disfrutar tanto de ellos como de las pinturas, todas del siglo XVI a excepción de una escena de la Adoración de los Magos datada del siglo XV».
UN BRAZO MÓVIL
Así, se pusieron en contacto con la Catedral de Salamanca, donde tenían constancia de que había un sistema que permitía esta posibilidad: un brazo móvil. Fue lo elegido para que estén visibles los frescos bíblicos, así como los relicarios, dos obras que entre sí se encuentran separadas, según las estimaciones de Vania López, por tan solo 100 años.
Fue en ese momento del proceso cuando entró Alfredo Díaz, el ingeniero que desarrolló los brazos móviles junto al arquitecto Fernando Bonrostro, «combinando estética y técnica» en un proceso similar al de la Catedral de Salamanca.
«Cada templo es diferente y cada anclaje exige que sea distinto. Además, Patrimonio exige respetar el entorno, entonces hay que hacer muchos anteproyectos y muchos estudios previos. Luego hay que ver las necesidades, aunque parezca réplica del de Salamanca no lo es, cada obra es única y con particularidade», ha sostenido Díaz.
El responsable ha explicado que el mecanismo móvil es manual para ser lo menos agresivo posible con el entorno. Era importante para Patrimonio evitar un motor y para ingeniero y arquitecto también, por lo que descartaron cables, motores o botellas hidráulicas, que harían ruido además de molestia visual. Por eso, se decidió por un proceso manual que lleva dos celosías, una anclada directamente al retablo, diseñada aprovechando la madera del mismo, y otra celosía, la principal, visible, aprovechando los anclajes que había en la pedrería para hacer la soportación. Un proceso ha sido posible con la financiación de la Fundación Iberdrola
Ahora, el siguiente objetivo de la restauradora es acabar la cabecera y el retablo mayor, una obra de Juan de Anges, quien trabajó en la Catedral de Ourense y del que hay «poca obra». Lo que ya no espera son más pinturas: «Me metí detrás del retablo para ver si había más pintura mural, porque normalmente la cabecera era el sitio más decorado, pero ya no se conserva» porque «se picó» a comienzos del siglo XX.
Con todo, asegura que le gustaría que «muchos historiadores viniesen y se interesasen por esto y sacasen publicaciones» de este atractivo enclavado en la Ribeira Sacra, que de nuevo volverá a aspirar a convertirse en Patrimonio Mundial de la humanidad