Tras un parón completo de casi tres meses, el sector del audiovisual y de las artes escénicas comienza a despertar de nuevo, pero lo hace a diferentes velocidades en función de las capacidades económicas y con una incertidumbre generalizada que no deja vislumbrar el futuro con claridad. Arrancan algunos rodajes de series que tienen «grandes emporios detrás» y se retoman los ensayos de algunos bollos de teatro -ese «hermano pequeño del sector cultural»- pero sin que haya un protocolo específico que minimice todo lo posible el riesgo de contagio entre los actores y las actrices que se suben a los escenarios.
Por la cabeza de estos profesionales también ronda otra preocupación: ¿Quién vendrá a ver obras de teatro y cine si la gente está perdiendo sus negocios y vive al día? Con un escenario – el de la vida real – difícil de gestionar económicamente, el mundo de la interpretación espera no quedar por el camino en esta crisis. Una crisis que, además, vino a evidenciar la «precariedad histórica» que sufre el sector cultural. Si siempre camina por una cuerda en la que hay que hacer «mil equilibrios para no caer», ahora, los profesionales que se suben a los escenarios, y también todos aquellos que se quedan detrás de él, duplican y triplican esfuerzos para que esa cuerda no se rompa.
PRECARIEDAD HISTÓRICA
«Hay que guardar de las alegrías de las risas para los lloros». La guionista, narradora oral y dramaturga en Tarabela Creativa, Carmen Conde, echa mano de un dicho que siempre le escuchó a su madre para explicar las idas y venidas de su gremio «desde el principio de los tiempos». Ahora, «la Covid puso las cartas encima de la mesa, pero por más que esta precariedad sea histórica, no quiere decir que no se puedan mudar las cosas, tenemos que intentarlo por todos los medios», cuenta convencida. A ella y la Diego Gallego, que pilotan juntos Tarabela, el estado de alarma los pilló «a punto de encarar tres meses de muchísimo trabajo», pero en 24 horas «bastante angustiosas» se sucedieron de pronto un montón de llamadas que sólo tenían un cometido: la cancelación de los espectáculos.
Aquel 14 de marzo en el que todo se paralizó, también la actriz Sheyla Fariña venía de incorporarse como ayudante de dirección al nuevo espectáculo – El joven de la última fila – de la compañía de teatro compostelana Retrum. Y a Alberte Montes, actor, cómico y locutor de radio, la pandemia lo pilló a punto de ser padre y con un ritmo de trabajo más bajo que en otras ocasiones. Con doce años de experiencia a las espaldas, este profesional no cuenta poder arrancar con fuerza hasta septiembre y calcula que encontrará de nuevo la estabilidad en torno a enero. Equipara su empleo con atravesar «una crisis constante», marcada por la intermitencia de los contratos, aunque comenta que si la del 2008 no lo mató, espera que esta tampoco lo haga.
Justamente esta inestabilidad inherente al sector hace que el parón deje a muchos profesionales en el desamparo. «Si no partiéramos de una situación de precariedad, dos meses serían asumibles para la gente», habla Sheyla Fariña, pero lejos de eso, y salvando excepciones, el sector cultural, y más concretamente el teatro, lleva tiempo sin disfrutar de buena salud. «Que ahora abran las salas al 30%, realmente, no lo vamos a notar». Acostumbrados muchos a tener que «picar de un lado y de otro» para poder sacar el año adelante, actores y actrices se sienten en la necesidad de «luchar por sobrevivir y porque la administración mire para nosotros».
SIN PROTOCOLO DE SEGURIDAD
Por lo de ahora, la sensación generalizada respeto del Plan de Reactivación de la Cultura trazado por la Xunta de Galicia para afrontar el próximo futuro es de «insatisfacción». La Asociación de Actores y Actrices de Galicia, de hecho, emitió un comunicado en el que criticaban la falta de concreción de medidas, la presentación de «programas vacíos de contenido» y la ausencia de protocolos para garantizar la seguridad sanitaria de los trabajadores.
Su presidente, Xabier Deive, dibuja la situación actual: quien puede retomar la actividad de una manera más holgada y con más medidas de protección son aquellos proyectos que tienen detrás «grandes plataformas, grandes emporios». Las pequeñas productoras se convierten en las más afectadas, ya que no son capaces de hacer frente a estos costos. «Reivindicamos que haya un protocolo serio para ejercer la profesión con las máximas garantías, y que como mínimo se puedan hacer test fiables a todos los trabajadores. Como actores nos vemos totalmente desprotegidos en este sentido», denuncia.
La precariedad a nivel económico también ponen la seguridad en entredicho. «Las compañías de teatro en Galicia no están capacitadas para asumir los costos reales de las medidas que podrían reducir el riesgo al máximo», habla Sheyla Fariña. Consciente de que ningún protocolo va a asegurar un riesgo cero, esta actriz ponen sobre de la mesa la posibilidad de «modificar ciertos movimientos escénicos y repensar los contactos próximos» encima del escenario. También habla de ampliar espacios, desinfectar atrezzo, ensayar con pantallas, medir la temperatura y «ser muy honestas con nosotros mismas: si me encuentro mal, debo avisar».
Duda, a la vez, como podrían implantarse los protocolos: «Es heavy que si un test te da positivo te quedes sin trabajo. Y se da negativo, ¿cuál es el sistema? ¿Confinar a todas las personas que trabajamos juntas en un búnker?». La Administración, dice, debe prestar especial atención a las personas de riesgo y poner todo a favor para minimizar la posibilidad de contagio y no provocar desigualdades entre profesionales. «O eso o no empezar a trabajar, que implica otro riesgo, el económico».
«¿PARA QUIÉN VAMOS A HACER TEATRO?»
La hoja de ruta marcada por la Xunta recibe también críticas por la preponderancia del Xacobeo. Para Alberte Montes, se trata de algo semejante a «construir una Cidade da Cultura sin cultura dentro». «Sacar pecho de un presupuesto para el Xacobeo teniendo tantos defectos en el sector cultural me parece olvidar lo principal», critica. Igualmente, las medidas cojean, ahora a ojos de Xabier Deive, en lo referido a la inversión. «Está centrado en hacer funciones a toda costa pero no hay un plan B por si se produce un rebrote; por eso queremos dinero para garantizar la seguridad en el trabajo», destaca. En esta misma línea van también las críticas de Fariña: «Hay voluntad de invertir y programar, pero en realidad ¿tiene sentido cuando ni siquiera está claro que la gente pueda venir? ¿Para quién vamos a hacer teatro si nuestros posibles espectadores están perdiendo sus negocios? Eso me preocupa mucho, porque no hay teatro sin público y porque la crisis aún está por llegar».
Lo que hasta ahora se sabe es que los aforos están reducidos al 30% para asegurar la distancia personal en los patios de butacas. «Será muy extraño», habla Carmen Conde, que hierve de ganas por volver a encontrarse con su público. «Lo echamos de menos de una manera desmedida, como quien echa de menos a la familia», reconoce. Durante todo este tiempo, las iniciativas culturales tuvieron que restringirse al campo virtual. Carmen valora todos esos proyectos, como la Pandemia de Contos del Colectivo NOGA, que se readaptaron y se echaron a andar por medio de las redes. Por eso mismo, considera que «llegó el momento de estudiar y replantearse como colectivo un montón de cosas. La cabeza se llenó de dudas, posibilidades y horizontes en torno a lo incierto y lo nuevo».
Y así, buscando cómo abrir nuevos caminos y cómo recuperar los que ya eran suyos, el sector del teatro y del audiovisual vuelve a encender luces con la intención, no de volver a la vieja precariedad, sino de mudar las cosas hacia un futuro más esperanzado.