Las aguas gallegas esconden un patrimonio cultural que va mucho más de los registros oficiales, que contabilizan en torno a un centenar de pecios localizados y otros 600 puntos con restos susceptibles de ser considerados patrimonio subacuático, números que los expertos consideran muy inferiores a la realidad sumergida en el litoral, ríos, pantanos y lagos de la comunidad.
«Queda mucho trabajo por hacer de localizar, catalogar e investigar muchas zonas del ámbito marítimo de Galicia», sentencia, en declaraciones a Europa Press, el arqueólogo David Fernández Abella, considerado uno de los mayores conocedores de los ‘tesoros’ que reposan en bajo las aguas.
Y es que la consideración de patrimonio subacuático no se limita a los barcos hundidos ni a los restos de naufragios en el litoral. Todo elemento que haya permanecido sumergido más de 100 años tiene la condición de patrimonio arqueológico subacuático, un umbral que, a ojos de Fernández Abella, debería ser revisado porque abre la puerta a que se expolien de forma impune elementos cuyo valor histórico ve fuera de toda duda.
El pasado 10 de noviembre se cumplieron 80 años de la batalla marítima de la Segunda Guerra Mundial que tuvo Galicia como escenario. Ocurrió frente a Estaca de Bares y Cabo Ortegal, donde aviones de la RAF británica y la US Navy se enfrentaron a submarinos nazis que regresaban por el Cantábrico tras realizar incursiones a la costa norteamericana.
Los restos del submarino alemán U-966 hundido en la ría de Barqueiro o los restos del avión Sunderland inglés que fue derribado están, a día de hoy, sin protección porque no ha transcurrido un siglo desde que reposan en el lecho marino. «Podría ir cualquier a coger un fragmento de cualquier cosa y llevarlo a su casa sin que este expolio tenga ninguna repercusión legal. Así de duro y dramático», sentencia Fernández Abella, que señala la existencia de más huellas de la Segunda Guerra Mundial en Galicia que, ocho décadas después, permanecen escondidas en su costa.
Con todo, reconoce que la protección y puesta en valor del partrimonio submarino en Galicia, aunque lejos del trabajo que se hace en Cataluña o lo Comunidad Valenciana, es mejor que la que se lleva en cabo en el resto de la cornisa cantábrica impulsada por las leyendas de los naufragios tan ligadas a zonas como la Costa da Morte.
Allí reposan los restos de barcos como el SS Solway, descubierto en una de sus incursiones en los bajos de Baldaio –Carballo (A Coruña)– por Tono García, propietario de una empresa de submarinismo recreativo con base en el puerto de Malpica (A Coruña) y que reconoce que hasta que a partir de la década de 1960 llegaron las primeras legislaciones que proteger el patrimonio submarino, éste estaba a merced de buzos «de los de escafandra» que se dedicaban a desguazar los pecios a sueldo de las aseguradoras.
UNA CUSTODIA COMPARTIDA
La del patrimonio subacuático es una custodia que comparten la Xunta, a través de la Dirección Xeral de Patrimonio, y el Ministerio de Defensa. La unidad de buceo del Arsenal Militar de Ferrol se encarga de las prospecciones marinas en colaboración con particulares, equipos investigadores o empresas privadas como Argos, del propio David Fernández.
La información sobre los yacimientos sumergidos es sensible, como apuntan desde las administraciones consultadas, porque puede caer en manos equivocadas. La polémica sobre la actividad de la empresa Odyssey, que inspiró un cómic de Paco Roca que llevó a la televisión el director Alejandro Amenábar, puso en el mapa la recuperación del partrimonio bajo el agua, pero no lo suficiente para impulsar definitivamente las investigaciones e inspecciones.
Así lo cree el arqueólogo David Fernández, que considera que el estudio y recuperación del patrimonio subacuático se hace «a tirones» a base de «iniciativas personalistas». «No veo una planificación reglada, un trabajo mayor que sí se hace, por ejemplo, en estudios como los que se hacen en los castros», señala el historiador, que también realiza investigaciones en superficie.
El archivo de la Dirección Xeral de Patrimonio Cultural está compuesto en la actualidad por un catálogo de 90 pecios de los que, según fuentes de la Consellería de Cultura, existe «un grado de conocimiento y conservación que varía mucho». Además, hay 628 referencias a restos susceptibles de ser considerados bienes patrimoniales.
De estas últimas, muchas parten de referencias bibliográficas antiguas y de información facilitada por marineros sin que exista una localización exacta. La transmisión oral sobre naufragios o tragedias marítimas es en muchas ocasiones el mejor recurso para los historiadores y los rastreadores de los fondos, como apunta el submarinista Tono García, natural de Malpica. De su abuelo, rastreador de aguas pero para la captura de pulpos, escuchó la existencia de unos restos de un barco que permanecieron ocultos por la arena hasta que se topó con ellos cuando realizaba un bautismo de buceo.
Y es que, en ocasiones, el olvido en la memoria colectiva con el transcurso de los años ha permitido que los vestigios de naufragios hayan sobrevivido a la rapiña y el expolio. Ese fue el caso del SS Solway, el vapor de la Royal Mail Steam Packet Company hundido en 1843 en los bajos de Baldaio, una suerte de montaña submarina que genera unas olas que, en la actualidad, llaman la atención de los surfistas dedicados a cabalgar olas gigantes.
Los hallazgos accidentales como el del vapor inglés que localizó en una inmersión rutinaria el buzo Tono García son una de las formas habituales en las que rescatan del olvido los pecios, piezas o elementos que se esconden bajo el agua. Cuando esto ocurre, el descubridor debe notificar la localización a Patrimonio, que organiza con el Ministerio de Defensa la posibilidad de organizar una incursión para su análisis.
RECLAMAN MÁS MEDIOS
Con todo, el arqueólogo David Fernández Abella echa en falta mayor impulso desde instituciones y administraciones, sobre todo desde el punto de vista económico. Un ejemplo de esto sería el caso de la Ragazzona, la nao de la Armada Invencible de cuyo descubrimiento más de cuatro siglos después de su hundimiento frente a Cabo Prioriño (Ferrol) se cumplió el pasado mes de marzo una década.
La recuperación de la Ragazzona fue posible gracias al trabajo de un equipo investigador de la Universidade de Santiago liderado por el propio Fernández Abella que, diez años después, reconoce que la falta de apoyos económicos mantiene alertagado el proceso de recuperación de este navío, que logró situar en el foco de la opinión pública durante unos días el patrimonio subacuático.
«Llegamos hasta donde pudimos con los recursos limitados que teníamos. Para hacer una investigación necesitaríamos financiación de algún tipo para poder hacer una infraestructura más ambiciosa o algún tipo de analítica que permita seguir profundizando en el concimiento del pecio», apunta el historiador, que en la actualidad tiene entre manos un proyecto para poner en valor el patrimonio subacuático de la ría de Ribadeo (Lugo).
Además del apoyo económico, Fernández Abella también echa en falta una apuesta por la transmisión a la sociedad de la arqueología submarina que, reconoce, tiene en el propio medio, el agua, su «punto fuerte y su punto malo». «El mar es un espacio misterioso que, entre comillas, esconde tesoros en sus profundidades y, por eso, es muy atractivo. Pero al mismo tiempo es muy desconocido porque no todo el mundo puede acceder a ella. Así tampoco se valora como cuando se limpia, por ejemplo, un castro y lo puedes visitar», añade.