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Trabajadoras de las residencias: «Estamos asqueadas, indignadas y, sobre todo, asustadas»

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«Al inicio de todo esto, cuando el personal de los centros pedíamos por favor material para protegernos, la dirección se ría de nosotros, nos decía que éramos unas histéricas, unas locas». Mar Peteira, presidenta del comité de empresa de la residencia de mayores Volta do Castro, en Santiago de Compostela, retrocede en el tiempo unas pocas semanas. Por aquel entonces el coronavirus aún no había golpeado los centros de la tercera edad, mas las trabajadoras sabían lo que les vendría encima si no se adoptaba una actitud preventiva.

Lejos de hacerlo, y aún por encima de no equipar al personal de equipos de protección, las direcciones «se dedicaron a requisar el material que había disponible para que no se utilizara; hasta hace nada prohibían poner máscaras». Sólo cuando comenzaron los primeros contagios en residencias, «le vieron las orejas al lobo» y suministraron material, «escaso y en algún caso de vergüenza», matiza Peteira. «Estamos asqueadas, indignadas, y sobre todo, asustadas».

A estas alturas de la epidemia, atajar el problema exige el triple de esfuerzos. Las cifras de personas mayores y personal infectado en residencias suben cada día. Según los últimos datos de la Consellería de Política Social, son ya 315 los casos activos en centros residenciales (235 usuarios y 80 trabajadores) y el mayor foco sigue siendo la DomusVi Barreiro de Vigo, con 74 infectados.

«UN CAOS»

«La gente lo lleva fatal, en cada momento te dan unas instrucciones diferentes», cuenta Mar, que define la situación como un «total y completo caos». Ahora, las trabajadoras de la residencia Volta del Castro cuentan con máscaras que pueden cambiar diariamente, mas hay otros centros en los que se ven obligados a reutilizar durante varios días los equipos de protección individual. Mar Peteira es crítica también con las medidas de desinfección llevadas a cabo por parte del ejército, a las que considera una «pantalla» y una «campaña publicitaria». «¿Desinfectan ahora? ¿Y hasta ahora qué?», dice como denuncia a la falta de prevención.

A su modo de ver, las visitas a los centros de mayores deberían haberse impedido mucho antes del día 17 de marzo, cuando aún se permitían entradas de familiares en las residencias. En ese mismo momento, sería necesario desinfectar todas las estancias, y ya luego, equipar con material de protección al personal y realizar pruebas masivas de detección de Covid-19 para saber la situación a la que se enfrentaban y seguir tomando medidas.

Mar Peteira recuerda que muchas de las trabajadoras son grupo de riesgo y «siguen haciendo turnos». Recuerda también que la carga de trabajo en estos días es mucho mayor. «Tienes que hacer el mismo número de residentes, en las mismas horas, pero con unas medidas que no se tomaban en estado normal». Además, las bajas, «posiblemente por el estrés de esta situación», se acumulan en las residencias, que no ven reforzado su plantilla. «La semana pasada había dos trabajadoras abrazadas y llorando en el corredor», denuncia Mar. «La gente tiene miedo, estamos temblando esperando que aparezca un positivo».

«NO CUENTAN CON NOSOTROS CUANDO DECIDEN»

Sobre la medida establecida por la Xunta de Galicia para gestionar los casos positivos de los centros de mayores, que implica la concentración de estos usuarios enfermos en dos únicas residencias – una en Ourense y otra en Santiago -, Mar Peteira adverte que las instalaciones no son las adecuadas para albergar camas hospitalarias y para atender a los pacientes. «No me parece de recibo cuando hay hospitales que están en desuso», critica. «Van a encerrar ahí durante siete días a la semana, 12 horas al día, a gerocultores y personal de la limpieza con personas contagiadas. ¿Qué cuerpo aguanta eso?».

«Tomaron todas estas decisiones y no contaron con el comité de empresa, ni con los trabajadores ni con nadie. Hacen lo que quieren y se pasan toda la legislación por el forro«, denuncia la presidenta del comité, que exige el respeto de los derechos de los trabajadores: «El estado de emergencia no nos puede quitar derechos. Entendemos que es una situación excepcional, pero están dejando de lado al personal con patologías, las familias monoparentales… que siguen yendo a trabajar».

Con el objetivo de salvaguardar, pues, estos derechos de los empleados, Mar Peteira pide, ante las iniciativas de salir aplaudir a los balcones, que la ciudadanía sea también consciente de lo que vota en las elecciones. «Muchos de los que aplauden son justo los que recortaron, los que cerraron plantas hospitalarias y los que nos bajaron el sueldo. Parece que se estén riendo de una», comenta. «La gestión improvisada de esta crisis es consecuencia de los recortes de todos estos años».

¿CÓMO VIVEN ESTA SITUACIÓN LAS PERSONAS MAYORES?

También para los propios usuarios de las residencias se está haciendo difícil esta crisis sanitaria generada por el coronavirus. Durante todo este tiempo no reciben las visitas de sus familiares y tienen restringida la movilidad dentro de los propios centros. No es sencillo, a esas alturas de la vida, asimilar una situación de este calibre. «Cuesta mucho trabajo hacerles entender que no pueden salir, que no pueden deambular… Andan por todo, tocan todo, comen todo… Muchas veces es imposible», relata Mar. La mayor parte de ellos son personas con alzheimer u otras patologías de tipo mental. «Lo pasan mal», cuenta la trabajadora. «Los llaman por teléfono, pero no es lo mismo».

ATENCIÓN A DOMICILIO

De esto también saben mucho las trabajadoras que atienden a las personas mayores en sus propios hogares. La labor de estas auxiliares, como Juanita o Claudia, se vio igualmente alterado debido a la llegada del coronavirus. Muchas de las familias se dieron de baja del servicio, mas hay algunas casas que continúan solicitando estos cuidados. En este caso, los equipos de protección individual también andan escasos. Al inicio de la epidemia recibieron «guantes, una camiseta, un pantalón y zapatos», relata Juanita, una de las cuidadoras a domicilio.

Claudia, por su parte, cuenta que echaron la primera semana sin máscaras. «Entras preocupada y sales preocupada de los domicilios, y una vez rematas tu jornada laboral entras preocupada en tu casa. Vienes de estar en distintos hogares, de estar en contacto con otra gente, y una vez que cruzas tu puerta tienes que tomar medidas: desvestirte, descalzarte, ir corriendo a la ducha… Y poco más puedes hacer», describe.

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