Visito a golpe de lunes la sede central de una empresa de cobro de morosos: la Funeraria del Cobro y el Buda del Moroso. No hay mejor forma de comenzar la semana. ¿Será cierto lo que se dice de este tipo de negocios? ¿Cómo se cobra a día de hoy? El cielo está atestado de nubes, casi no se ve el punto álgido del edificio. Hace frío. Delante de la puerta de acceso se encuentra un coche fúnebre.
Es temprano. No hago nada a pie de calle, así que doy un paso en firme y entro. Sé que no le debo nada a nadie. No se escucha ni un solo ruido. Subo las escaleras hasta la segunda planta. Veo el imagen de un Buda a un lado de una de las puertas. No cabe duda: llegué a mi destino. Los pasos y las palabras que se escuchan detrás de esa construcción de madera descartan ya la soledad. Llamo entonces. Tardan en abrir un poco. Empujo la puerta y ya estoy dentro.
VIAJE EN COCHE FÚNEBRE
Tenía una cita con Martín, uno de los cobradores. En la Funeraria del Cobro son madrugadores. Pregunto por él. María, responsable del departamento de Contabilidad, me dice que espere con una sonrisa. Me ofrece dulces. Rechazo el convite: demasiado azúcar para desayunar. Tanta amabilidad contrasta con tanto crucifijo en las paredes. ¿Dónde estoy? «Soy un tipo muy dulce. Antes regentaba una panadería», decía Ángel, el jefe, en una entrevista para un programa de la TVG. Las oficinas lo constatan.
Desde lo asiento veo un chaval hablando por teléfono. Va de traje y se mueve de un lado a otro. Por el cruce de miradas diría que es Martín. «¿No ibas a pagar hoy? Pues no te preocupes. Ya nos vemos ahora». Efectivamente es él. Cuelga y saluda con un movimiento de cara propio de los milenistas. «Vamos a Ames», dice con cierta prisa. No tardé en volver al punto de partida.
La vida da muchas vueltas. No llego a los 25 y ya me subí a un coche fúnebre. No cualquiera tiene el privilegio. La verdad es que no me siento nada especial. «Eres un afortunado», bromea Martín. Comienza la sonar a radio. Se reproduce la canción ‘Vas a Quedarte’ de Aitana. Esperaba algo de AC/DC. Vuelto la cabeza y no avisto ningún ataúde. Su lugar lo ocupan unos neumáticos de repuesto. Pregunto por ellos. ?A veces los morosos pínchannos las ruedas?, explica el conductor.
Entra una llamada. Contesta Martín: «Hola, Juan (nombre ficticio)». El gestor escucha con atención. Gritos al otro lado del teléfono. Intuyo que es un moroso y está enfadado. «Caray. Ayer decías que ibas a pagar y hoy de pronto cambias de actitud. Sólo te quedan 200 euros. (…) ¡Paga y te olvida de nosotros!». Así finaliza Martín la llamada. «Llevamos con este expediente año y pico. Es un tipo razonable, pero a veces se le da por los insultos. Es una tontería, para lo que le queda…», aclara. Entretanto explica, el moroso sigue a llamar. De esta vez no le contesta al teléfono. «Ya le pasará», dice Martín. «En la Funeraria del Cobro no perdemos el tiempo con faltas de respeto», continúa.
Es inevitable no pasar desapercibidos. Todos nos miran, coches y peones. «Estarás acostumbrado a ser el centro de atención», le digo. «No te creas, no solemos emplear este coche. Es más un reclamo que funciona bien nos medios», responde. Empecé a sentirme culpable por el mero hecho de ser periodista. ¿Seré el motivo por el cual lo emplean?
En lo que queda de viaje, Martín me habla de los logros de la empresa: «No pagar está de moda. Cada vez entran más clientes. Ya somos más de 6.000… La crisis ayuda. Normalmente es dinero que se da por perdido y la gente tiene miedo de no recuperarlo. En la mayor parte de los casos sí que se cobra». Me armo de valor: «¿Es cierto que se amenaza a los morosos?». «Las empresas de recobro ya no son lo que eran. Los trabajadores firmamos un código de conducta, por lo que hemos implantado un plan de prevención de delitos. A veces denuncian por amenazas y coacciones para demorar el pago. Lo que no saben es que en los juicios tienen que demostrarlo, por eso suelen perderlos», responde con rotundidad. Yo imagino que ya tienen que estar acostumbrados a este tipo de preguntas.
LLEGADA A CASA DEL MOROSO
De pronto se hace el silencio. No tardamos en llegar. Martín aparca delante de la casa del moroso, justo detrás de un coche de alta gama. Es un chalé de dos pisos. «¿Tú crees que este hombre no puede pagar? Pues como este, muchos», dice. Baja del vehículo y toca el timbre. No contesta nadie. «Este está en la casa. Siempre hace lo mismo. Pásame uno de esos sobres de la guantera». Seguidamente, introduce dentro una tarjeta. En ella se puede leer ‘ROGAMOS QUE SE PONGA EN CONTACTO CON NOSOTROS’. Deja lo sobre en la caja de correo que acompaña la grande puerta.
«Ponte cómodo. Nos vamos a quedar como media hora fuera. A nadie le gusta que lo molesten, pero tampoco gusta que te deban dinero», adelanta Martín. Entretanto, marca el número del moroso. No coge al teléfono. Seguidamente, comienza a hacer otras llamadas: «¿Tienes dónde apuntar? Ingresa el dinero a este número de cuenta: Y de España, S de Sevilla…», dice en una de ellas. «Mi trabajo se basa en la paciencia y en la insistencia. Al moroso hay que recordarle cuánto debe. Nosotros nos debemos a nuestros clientes», puntualiza.
Pasa el tiempo y, entre tanto, me enseña el vídeo publicitario que lanzaron las pasadas Navidades. «Hicimos dos versiones, una en castellano y otra en gallego». Parecía que no iba a pasar absolutamente nada. Sin embargo, una mujer abre una de las ventanas de la amplia vivienda. Martín saluda enérgicamente. No tarda en entrar otra llamada. De esta vez en número personal. «Lo más probable es que sea el moroso de antes. Vas a ver» (…). Martín cuelga de nuevo el teléfono. «Pues sí, era él», constata.
NEGOCIO MÁS QUE RENTABLE
Arrancamos de nuevo en dirección a la oficina central. «Este trabajo es un no parar. Nos pasamos el día de un lado para otro. Compadezo a los gestores de Madrid. ¡Es un lujo trabajar en Galicia!», me dice. Entre unas cosas y otras llegamos de nuevo a nuestro destino. El cielo ya está más despejado. «Hoy entran 1.500 de Secadores María (nombre de cliente ficticio)», informa Martín. Sus compañeros muestran cierta indiferencia. Deben de estar acostumbrados. Lo que claro está es que el cobro de morosos es un negocio más que rentable. «¿Ves esa pila de allí? Son un montón de expedientes… Y sólo de Pontevedra», exemplifica de este modo el gran porcentaje de morosidad.
«Tengo que ir a A Coruña, ¿vienes?», me pregunta Martín. Pienso que ya es hora de marcharme, puesto que ya no hay mucho que ver. «¿Hacia dónde vas? Te acerco», pregunta Martín. Le digo que no es necesario. Abandono las oficinas sorprendido por el buen trato. Estaba claro que ya me estaban esperando. La Funeraria del Cobro y el Buda del Moroso es una empresa de cobranza de morosos particular, con coches fúnebres que llevan neumáticos y dulces en las oficinas. Agridulce, más bien. «Que sólo quede en un susto», dicen ellos en su página web. Y ahí quedó.