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Los bares piden responsabilidad: «Hay gente que no es consciente de las muertes que llevamos a las espaldas»

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Galicia estrenó el lunes pasado la nueva normalidad con aforos al 75% de su capacidad total y el mantenimiento de las distancias de seguridad y medidas de higiene contra la Covid-19. Pero lo cierto es que el fin de la desescalada apenas se percibió a pie de calle. Los bares y restaurantes, lugares representativos del estado en que nos encontramos a nivel social e incluso económico, siguen bajo mínimos y auguran una recuperación «negra; muy, muy lenta». En la capital gallega del turismo, Santiago de Compostela, esta crisis pasa, si cabe, una factura aún mayor teniendo en cuenta que muchos de los locales dependen mayoritariamente de la clientela extranjera. Sin sacar ojo a los posibles rebrotes y con el Año Santo como «esperanza», los cafés capitalinos esperan que se produzca enseguida ese «punto de inflexión» a partir del que retomar las riendas de los negocios.

En la mayoría de los casos, una parte importante de los trabajadores de los locales de restauración y hostelería siguen acogidos a ERTEs. La demanda está siendo muy escasa y por el camino se pierden también clientes habituales de edad más avanzada, que se mantienen reticentes a la calle. La juventud, por el contrario, es la que regresa a las terrazas con más ímpetu, pero también con una mayor «relajación» que puede ser peligrosa de cara a la evolución de la pandemia. Aquí va un repaso por las condiciones actuales en las que se encuentran los bares, sus dificultades y las expectativas de cara al futuro.

«TENEMOS PÉRDIDAS»

«Estamos trabajando al 30% de lo que venían siendo estas fechas cualquier otro año; tenemos pérdidas, era previsible e inevitable«. La cafetería del Hotel Costa Vella, en pleno casco histórico de Compostela, abrió sus puertas el 1 de junio y espera que el «punto muerto» (ese momento en el que no se produzcan pérdidas, pero tampoco beneficios) se pueda alcanzar a comienzos del mes que viene «en caso de que no haya rebrotes». José Antonio Liñares, que es quien regenta el negocio, no descarta que lo peor esté por llegar. «Llevamos tres meses con muletas, sostenidos por las ayudas, pero eso es una economía ficticia; cuando las muletas se quiten, esto puede ser realmente una tragedia».

Mudaron los hábitos de vida y bajaron los niveles de consumo. «En un día de buen tiempo en el que la terraza debería estar llena, ahora hay horas en las que no pasa nadie». Además, a la bajada de facturación hay que sumar el incremento de los costos derivados de la aplicación de todas las medidas higiénicas en cualquier establecimiento. Se trata, dice, de unha «espiral de descenso»: «Que nadie piense que estamos saliendo de nada, pero abrimos porque tenemos una responsabilidad social y porque debemos intentar salir de este pozo del que nadie más nos va a sacar».

La misma sensación se respira también en el histórico Airas Nunes, situado en la Rúa do Vilar. Este bar fue de los primeros establecimientos que abrió al público, «por voluntad y porque daba lástima ver la calle tan muerta, como si hubiese caído en ella una bomba», habla Lois Freire, que por el momento atiende él sólo la poca clientela que se acerca al café en horario reducido y días limitados. «Queremos ajustarnos el máximo para incurrir en pérdidas lo mínimo». Reto difícil al trabajar «a medio gas» y con la incertidumbre de lo que acontecerá nos próximos meses. «¿Quién nos asegura que el 15 de julio no tendremos que volvernos todos para la casa?», se pregunta.

En la Chocolatería Metate, muy cerca de la Catedral, ven «negra; muy, muy lenta» la recuperación de la hostelería. «Mucha gente se irá al paro, entra en los comercios a cuentagotas; las tardes en Compostela están muy vacías», relata su gerente, Carlos Vázquez. Y es que la falta de turistas y de peregrinos paró esa rueda económica en la que buena parte de la capital estaba subida. Sin ellos, no sólo es que desaparece la clientela extranjera que podría acudir a los bares, sino que también permanecen cerrados todos aquellos comercios turísticos que atestan el casco viejo y cuyos dependientes también paraban para tomar el café. Los albergues que rodean la Chocolatería tienen las rejas bajadas, «y por mucho que abran a final de mes, no va a haber gente que venga a ellos», se lamenta Vázquez.

DEPENDER DEL TURISMO

Inevitablemente esta crisis también abrió el debate alrededor de la dependencia que las ciudades más expuestas tienen del turismo. El gerente del café Airas Nunes cree que si la bajada de la clientela fue tan drástica en este contexto en el casco histórico también fue debido a la pérdida progresiva de vida local en las calles compostelanas. «El problema es que el casco viejo es un museo; no hay facilidades para que la gente viva, aun hoy estamos intentando poner la fibra óptica!». Desde el Hotel Costa Vella, cuyo 80% de su demanda depende del turismo internacional, Liñares ensalza los viajeros «de alta calidad, con un nivel de gasto amplio, muy rentable» y que ahora mismo desaparecieron. «Lo vamos a sufrir mucho».

«RELAJACIÓN» EN LOS BARES

Hace falta, ante todo, «no bajar la guardia» en ningún momento, ni trabajadores ni clientela. «Luchar contra una pandemia que no se ve es muy complicado y luego vienen las consecuencias», advierte Vázquez. Tanto en la Chocolatería Metate, como en el Costa Vieja y en el Airas Nunes, sus gerentes observan cierta relajación en el cumplimiento de las medidas de prevención por parte de los consumidores, a la hora de guardar distancias y también en el uso de la máscara. «Hay una población desde los 40 años para arriba que sí está concienciada, pero sobre todo la juventud no es consciente de las cantidades de muertes que llevamos a espaldas, en absoluto; es como si no hubiese pasado nada», habla Lois Freire, del Airas Nunes. Concuerda en esto Liñares, que explica que «incluso hay que llamar la atención a la gente; hay segmentos de población que se están relajando muchísimo».

Con todo, entrar en los bares sigue costando aun hoy. Liñares nota «recelo, miedo y desconfianza» por parte de las personas más mayores que acuden al bar. El perfil de consumidor cambia entonces hacia las edades más chicas. «Tenemos, sobre todo, gente nueva y perdemos clientes habituales de cierta edad, porque el riesgo es importante». Desde el Airas Nunes también advirtieron la llegada de turistas a pesar de las restricciones de movilidad impuestas. «Vi gente de fuera desde el primer día. Cuando abrí ya me entraron tres personas con maleta, aunque no puedo saber si era por cuestiones de trabajo, y observé algún que otro ‘mochilero’… Aquí todo el mundo se salta a la torera. Cuando en la prensa aparece que pillaron a uno, es que hay veinte a los que no pudieron pillado», se explica Freire.

HACIA El FUTURO

De cara al futuro, la posibilidad de rebrotes es lo que mete el miedo en el cuerpo al personal de la hostelería, que hoy por hoy ve «duplicado» su trabajo debido a la necesidad de atender a todas las normas de higiene: «Se trabaja de una manera mucho más trabada, más complicada». Con el verano encima y con el pronóstico de tener «pérdidas cuantiosas» nos próximos meses, instan a continuar «con más fuerza se hace falta y sin bajar la guardia», dice Vázquez. «Hasta que no tengamos una solución médica se sucederán rebrotes todo el tiempo; y eso puede provocar trastornos tremendos», prosigue Liñares, que entiende que ellos trabajan «a la intemperie» y que el Gobierno no los va «a ayudar indefinidamente». «O lo tomamos muy en serio o sino volveremos a caer. La situación es muy triste pero estamos aquí para salir de esta: habrá que redoblar las medidas y nunca tomar atajos«, resuelve.

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