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La dura realidad tras los accidentes de tractor: falta de relevo generacional y abandono del rural

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Cada poco tiempo salta en los medios de comunicación la noticia del fallecimiento de otra persona mayor a la que le volcó el tractor mientras trabajaba en la finca. Parecen copias idénticas del mismo suceso que se van produciendo a lo largo de las semanas, de los meses, de los años. Y es los accidentes con maquinaria agrícola conforman uno de los problemas más significativos que enfrenta el rural gallego desde hace mucho tiempo; de hecho, sólo en lo que va de año al menos diez personas fallecieron por esta causa, que también deja a su paso una larga lista de personas heridas de diversa consideración.

Si echamos la vista más atrás, los accidentes de tractores se llevaron por delante la vida de 169 personas entre el año 2010 y 2019. Galicia es la comunidad del Estado con mayor número de fallecidos por siniestros agrícolas, seguida de Andalucía; y A Coruña, con Valencia después, son las provincias más afectadas por esta causa. Si analizamos las cifras del conjunto del Estado, los fallecimientos relacionados con máquinas agrícolas en ese período de tiempo ascienden por encima de los 1.000. Estos datos, compilados por la Fundación Mapfre en su informe ‘Siniestralidad, mortalidad agrícola, vuelcos de tractores e incendios en cosechadoras 2010-2019’, son algunos de los pocos que se conocen al respeto.

NI ACCIDENTES LABORALES NI DE TRÁFICO

El perfil de la víctima complica la tipificación del siniestro. En la mayor parte de los casos, quien sufre estos accidentes responde al mismo patrón: un varón de más de 65 años de edad y jubilado que se monta confiado a su tractor con el que lleva trabajando más de 30 o 40 años para desarrollar las labores de la agricultura familiar y para mantener limpias sus tierras. Hay veces que incluso lo emplea como medio de transporte para hacer pequeños recados. El hecho de no dedicarse profesionalmente a la actividad agrícola y no estar dado de alta en la Seguridad Social provoca que todos los accidentes derivados de estos trabajos familiares se queden «en un limbo». «No aparecen en ninguna estadística sobre siniestralidad laboral en el sector primario, no son ni accidentes laborales ni accidentes de tráfico», señala uno de los técnicos del gabinete de Prevención de Riesgos Laborales del Sindicato Labrego Galego, Andrés Castro.

Por tanto, excepto un 6% de estos siniestros que sí se registran como laborales – según datos del ISSGA -, el resto de las víctimas no engrosan registros oficiales y, por consiguiente, se acentúa la invisibilización del problema, que ya de por sí carga con la losa de producirse en un rural, muchas veces, sumido en el olvido. De esta manera, «para hacerse una composición de lugar hace falta atender a lo que sale en la prensa local», habla Xabier Iglesias, miembro del sindicato Unións Agrarias. Con todo, se sabe con certeza que el origen principal de estos accidentes está en el vuelco de los tractores, y que el 99% de los incidentes podría haberse evitado si los tractores contaran con estructuras de protección – se estima que en el Estado hay 300.000 vehículos agrarios sin ellas – y sus conductores llevaran puesto el cinto de seguridad.

MAQUINARIA ANTIGUA

Precisamente esta falta de protección que ofrecen los tractores más antiguos, unido a la sensación de confianza por parte de quién los conduce, se imponen como una de las causas más directas de estos siniestros. «Mucha maquinaria empleada no cuenta con arcos de seguridad y no tienen ni siquiera dirección asistida, por lo que se hace mucho más difícil coger una curva o escaparle a un terraplén», explica Iglesias, y sobre todo teniendo en cuenta la «compleja orografía» de nuestro país. Si bien la normativa recoge que toda persona agricultora debe tener un tractor adaptado que cumpla con las indicaciones de seguridad, a muchas familias que practican la agricultura de subsistencia con una pequeña huerta al lado de casa «no les compensa» renovar a sus compañeros de trabajo.

Ocurre esto porque las rentas de los pequeños agricultores gallegos, las más bajas del Estado, «no dan» para mercar un tractor nuevo con el que, además, «no se va a poder hacer el servicio menudo del día a día» debido al gran tamaño de las nuevas máquinas, analiza Castro. Y es que en el lado contrario a ese parque de maquinaria más envejecido, se yergue otro que se encuentra «sobredimensionado». «Todos los planes de mejora y subvenciones van enfocados a grandes tractores, pero la realidad del rural es diferente», comenta. La mayor parte de estas personas mayores, en caso de que quisieran renovar su maquinaria, no contarían siquiera con la formación adecuada para el empleo de esas «naves espaciales» que son los actuales tractores. Por consecuencia: que el tractor de toda la vida – al que, por otro lado, también se le guarda cariño -, sigue socorriendo esos labores cotidianos año tras año.

Así pues, segundo analiza el técnico del SLG, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, en vez de facilitar la eliminación de la maquinaria más antigua, ponen ciertos atrancos en este sentido, ya que es «una ley generalista que está hecha para las explotaciones más numerosas, y que no se adecúa a la realidad de la pequeña granja familiar labradora de este país». De esta manera, adopar todas las medidas de prevención «al dedillo» viene grande a muchas personas del rural. «No compensa».

POCO RELIEVE GENERACIONAL Y ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN

Más allá de las cuestiones técnicas relacionadas con la seguridad de la maquinaria, desgranar la realidad de los accidentes agrícolas en el rural implica también posar los ojos en los problemas estructurales de estos lugares. Detrás de cada vuelco se esconden sombras que el rural gallego no se da quitado de encima: el envejecimiento de su población, la falta de relevo generacional y el éxodo rural. Y es que «si tuviéramos un rural vivo y potente, nuestros mayores no se verían en la necesidad de hacer esos trabajos. Si hubiera gente en el rural, encontrarían a alguien que les echase un cabo», explica Castro.

Además, estas labores son fundamentales para muchas familias que «si tienen capacidad de ahorrar y de llegar el fin de mes es porque aún quedan padres, tíos y abuelos que viven y trabajan en el rural» mientras los miembros más jóvenes de la unidad familiar estudian o se emplean en las ciudades. De otro lado, el cariño de los mayores al rural y la necesidad de mantener limpia y cuidada esa tierra que los vio crecer y en la que tanto esfuerzo y dedicación vertieron durante toda la vida se anteponen sobre otro tipo de cuestiones de seguridad que se perciben más alejadas de la realidad diaria.

A los condicionamientos culturales, económicos y demográficos se suma otra variable que explica la brecha de género en este tipo de accidentes: la división tradicional del trabajo entre hombres y mujeres. Los roles de género siguen aún muy marcados en el rural, sobre todo cuando se trata de familias de edades más avanzadas. «Hay que recordar que la mayoría de mujeres mayores no tienen carné de conducir; son las olvidadas en todo lo que se refiera a las actividades fuera del hogar», expone Castro. Sin embargo, en los últimos tiempos también se aprecian pequeños pasos hacia delante, especialmente en las personas más jóvenes que se dedican a las actividades agrarias, donde – según analiza Iglesias – «se ven cada vez más mujeres manejando tractores».

DISPERSIÓN GEOGRÁFICA

Si viajamos hasta el momento exacto en el que se producen esos accidentes con maquinaria agrícola, entra en escena una problemática más que juega en contra de las personas afectadas: la dispersión geográfica. En numerosas ocasiones este tipo de siniestros no suceden en medio de una carretera concurrida, sino en pistas de mal acceso y lejos de los centros de atención médica. «A veces se desplazan helicópteros pero incluso de esa manera hay un tiempo importante desde que se produce el accidente hasta que son auxiliados por profesionales». En este sentido, Xabier Iglesias recuerda que se ha dado el caso de personas que fueron encontradas mucho después «por no tener a nadie que los pudiera auxiliar a su alrededor». Un rural vacío es también un rural de mayor riesgo.

LA CONCIENCIA DE LA SALUD EN EL RURAL

Y ese rural de mayor riesgo se refuerza con una cultura particular de la prevención y salud. «Que trastornos musculoesqueléticos no sean una enfermedad laboral reconocida dice mucho» de la invisibilidad que sufren las implicaciones de las actividades agrícolas en la salud. Según Castro, «la posición más vagarosa del personal del sector servicios hace que puedan preocuparse en mayor medida de la salud». En el rural -imagina- podríamos atender estas cuestiones se fuésemos «potentes y rentables». Sin embargo, mientras siga habiendo personas trabajadoras de pequeñas granjas no se pueden permitir ni siquiera aceptar una baja laboral, la salud, inevitablemente, quedará relegada al segundo plato.

Se añade a esto «lo poco acostumbrada que está la gente al tema de la prevención»: «lo ven más como un deber que como algo que repercuta positivamente en la salud», habla Castro, que denuncia también la «precariedad y privatizaciones» de los servicios de prevención de riesgos dependientes de las Mutuas, «que hacen planes de prevención de copia y pega y cuyos técnicos no pisan las granjas». Desde esta realidad, concienciar a las personas para que adopten medidas de seguridad en sus labores es un reto, cuando menos, difícil de enfrentar.

Puede parecer que este tipo de accidentes que se producen cada poco tiempo son cuestión de mala suerte, pero detrás de ellos está la realidad de un rural que se abandona. El 99% de ellos pueden evitarse si se ponen los medios. Hace falta regresar, habitar y cuidar nuestras aldeas.

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