InicioSOCIEDADTerritorio e identidad: ¿Caminamos hacia ciudades sin memoria?

Territorio e identidad: ¿Caminamos hacia ciudades sin memoria?

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A pesar de que venían haciéndose camino desde hacía tiempo, el desarrollismo de los 60 fue un momento de auge para las lógicas del mercado y del capitalismo, que tuvieron, como todo, su repercusión sobre la manera de habitar los espacios. Aparecen, entonces, nuevas formas de ordenación del territorio: las ciudades comienzan a expandirse hacia sus periferias de la mano de un sector de la construcción en auge, las familias se compran automóviles privados, las distancias se acortan…

Todos estos cambios que implicaron una reorganización del espacio supusieron, desde el punto de vista de no pocos profesionales, un «desorden urbanístico» sobre el territorio, exponenciado en la época de fuerte demanda de la vivienda y de la burbuja inmobiliaria. Se habla, así, de «urbanismos de lucro», consumidores del territorio y descuidados con las identidades locales. En estos procesos, muchas de las aldeas que funcionaban en los entornos de las ciudades se vieron en poco tiempo devoradas por los edificios. Otras fueron resistiendo entre ellos.

«Las ciudades llevan demasiado tiempo creciendo de manera poco adecuada», asegura Javier Montero Pérez, vicepresidente de la Asociación para la Defensa del Patrimonio Gallego (Apatrigal). Surgen entonces dos retos futuros en los que hace falta trabajar: «paliar los desajustes» e «intentar no volver a cometer los errores del pasado».

El CUIDADO DEL PATRIMONIO

En este contexto, ¿se cuida el patrimonio de nuestras ciudades? En ellas y en torno a ellas siguen resistiendo arquitecturas tradicionales como hórreos, lavaderos, fuentes o cruceros… Espacios que «mantienen la memoria del lugar». Para Carlos Fernández, presidente de Apatrigal y coordinador del proyecto Canibalismo urbanístico e maltrato da paisaxe, son «referencias necesarias para fortalecer el sentimiento de pertenencia a un lugar», y también para el «orgullo de la colectividad».

Lo mismo que sucede con los elementos etnográficos sucede con las arquitecturas del medievo y las modernas de los años 50. «Pasa con todo lo que permanece en la memoria de la gente». La teoría que el urbanista cree que funcionaría mejor en este sentido sigue una regla básica: «Lo que ya está ordenado, debe permanecer en el tiempo, y no estar pendiente de que alguien haga una oferta para demolerlo o especular». Si bien estas arquitecturas son básicas para reforzar las identidades, tanto Fernández como Montero consideran que queda mucho por hacer en su protección, valorización y recuperación. También Iago Carro, miembro de la cooperativa de arquitectos Ergosfera, echa de menos una «reflexión política y pública en torno la estos lugares».

Calle Juan Flórez, A Coruña / aldeasgalas.gal

Siendo punto de «anclaje cultural y territorial» – dice Montero -, algunas de ellas adquieren nuevos usos en la actualidad. Los lavaderos, por ejemplo, funcionan a veces como espacios de reunión para la gente más joven o como hogar para aquellos que no tienen casa. En este sentido, desde el colectivo Ergosfera apelan a estudiar estas nuevas maneras de habitar los espacios, más allá del «punto de vista conservacionista».

FEÍSMO, UN TÉRMINO CONTROVERTIDO

Este tipo de infraestructuras, a veces, son las más maltratadas. Excepto Compostela y Pontevedra, el resto de las urbes crecen según parámetros «no urbanísticos», de manera que se producen «abandonos» y se generan «espacios residuales», incluso de «mala calidad», piensa Fernández. Aquí es donde entra en juego un término controvertido que algunos consideran reduccionista: el «feísmo». Las opiniones a su alrededor son bien diversas. Desde la página de Canibalismo urbanístico e maltrato da paisaxe mantienen una postura crítica sobre lo que consideran «desmanes» que maltratan el territorio.

Con todo, desde Ergosfera, Iago Carro opta por otra visión del asunto: «Entendemos estos procesos como valores urbanos. Son territorios que primero fueron denostados por el mercado por improdutivos y ahora son denostados por el Estado por feos«. Sobre de este concepto, que dice ser inventado por La Voz de Galicia y Cuíña, considera que se trata de una «forma más del capitalismo radical ofrecido por el Estado». Para Iago Carro, por tanto, la mezcla y los nuevos usos, el reciclaje y la reutilización aportan riqueza a la ciudad. «Nos hicieron creer que si aparece un edificio alto del lado de uno bajo, eso es feísmo, y las fórmulas urbanísticas más modernas apuestan precisamente por la mezcla de lo bajo con lo alto, de los llenos y de los vacíos».

El CUIDADO DE LAS IDENTIDADES

Junto a nuestro patrimonio material están las identidades y el sentido de pertenencia a un lugar. «El modelo urbanístico gallego, por regla general, no toma en consideración estos parámetros sociales», dice el presidente de Apatrigal. «Barrios enteros, con identidad propia, como Monte Alto en la Coruña, o El Berbés en Vigo, andan el camino de la especulación inmobiliaria y el abandono«. Por el contrario, para Fernández, un buen ejemplo del cuidado de las relaciones vecinales está en Ferrol, que «supo preservar las distinas fases de crecimiento» y que «posee espacios de relación».

En las demoliciones de barrios, se marcha con ellas la memoria de un lugar. Ya en el 1961, la teórica del urbanismo Jane Jacobs apelaba a «reconstruir en lugar de derribar»: «Cuando se arrasa un barrio bajo no sólo se echan abajo las casas viejas, se desarraiga a sus habitantes, se consume la espesa capa de amistades comunales» (Vida y muerte de las grandes ciudades). Sesenta años después, esta afirmación se sigue manteniendo de actualidad.

El caso del ‘Parque Ofimático‘ en la periferia más inmediata de la ciudad de A Coruña es paradigmático. Cuando empezó a urbanizarse se borró del mapa cualquier indicio de la memoria del lugar. Incluso se obvió su microtoponimia (aunque ahora apuestan por nombrarlo ‘Xuxán’). «Las promotoras inmobiliarias suelen inventar topónimos que nada tienen que ver con los que existían», cuenta Iago Carro. Por eso, «es fundamental recuperarlos y mantenerlos». Javier Montero también es contundente en este sentido. «La ciudad nueva tiene que cimentarse en las preexistencias. Un urbanismo sin esos pilares está concenado a fracasar».

SOMOS CIUDADES SOSTENIBLES?

En términos de sostenibilidad, nuestras ciudades suspenden, sobre todo, en materia de transporte público. «Excepto Pontevedra», apunta Fernández. Si hablamos de estándares de zonas verdes, Santiago es la que consigue un territorio más armónico. La mayor calidad en relación al mantenimiento de las identidades está en Ferrol, Lugo y Pontevedra. Y si hablamos de accesibilidad a pie o en bicicleta, tanto Compostela como Pontevedra, Ferrol o Lugo son las mejores urbes. Ahora bien, si bajamos a nivel de villas o ciudades pequeñas, pocas cumplen los preceptos de sostenibilidad. Este es el análisis que propone el urbanista Carlos Fernández.

Javier Montero, a este respeto, es positivo – «comenzamos a no clamar en el desierto» – aunque reconoce que «estamos muy lejos» de conseguir los estándares mínimos de sostenibilidad. Para caminar hacia ellos y evitar la banalización del patrimonio, frente al «turismo a cualquier precio», Fernández apuesta por trabajar desde el modelo educativo. Montero, a la vez, llama a ampliar el encuadre, de la arquitectura al paisaje, al territorio, a la cultura. «Hay que bajar del plano a la calle y conocer la sociedad», dice como reto para los profesionales de la arquitectura y del urbanismo. Al fin, se trata de velar por la calidad de vida de las personas.

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