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Refugiados ucranianos en Galicia: «Somos ciudadanos normales, no somos nazis»

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La guerra que el presidente ruso Vladimir Putin inició hace una semana con la invasión de Ucrania ha provocado, además de muertes civiles y militares –todavía sin cuantificar–, uno de los mayores éxodos de refugiados que ha vivido Europa en su historia. Algunos de ellos han aterrizado en Galicia, donde buscan dejar atrás el horror de una guerra que ven «injusta» e «incomprensible» y que enfrenta a pueblos hermanos.

Entre el millón de personas que ya ha salido de Ucrania, según Acnur y Unicef –que estiman en cinco millones el total de personas que abandonará el país durante esta crisis–, está Anna Chasnikova, ahora en la casa de la madre de su novio, en Oleiros (A Coruña).

La joven, con la voz entrecortada y ayudada por Natalia Afonina, madre de su novio Leo, relata para Europa Press como vivió la huida de una «pesadilla» que la ha obligado a dejar atrás a sus padres, a su novio, a amigos; «toda su vida, en definitiva».

Anna y Leo disfrutaban de una escapada de fin de semana en la ciudad ucraniana de Ivano-Frankivsk cuando fueron sorprendidos por el bombardeo a un aeropuerto cercano.

«Nos despertamos con el ruido de las bombas. Al ver lo que estaba pasando, cogimos el primer autobús hacia la frontera con Polonia», narra Anna, que remarca lo mucho que tardaron el recorrer el camino, con carreteras colapsadas. «Llegando a la frontera, salió el decreto que obliga a los hombres a permanecer en el país. Ahí nos separaron y él volvió a Kiev», prosigue la joven, que a duras penas puede continuar el relato.

Leo es el hijo de Natalia, que ahora acoge a Anna en su casa. Hace pocos días, en otra entrevista con Europa Press, su madre se mostraba angustiada ante la posibilidad de que su hijo, que nunca había cogido un arma, tuviese que ir al frente. Ese miedo lo comparte con Anna, pese a que en sus últimas comunicaciones con el joven éste les ha transmitido que se encuentra bien.

Tras varios días de viaje, Anna llegó a Varsovia, desde donde voló a Oporto. De la capital portuguesa viajó en coche hasta A Coruña, tras realizar varios transbordos. Sigue en contacto con sus padres, compañeros de trabajo y amigos, «que envían fotos horribles de los bombardeos, que están escondidos en sótanos o en baños». «Rezo para que sigan vivos», comenta con un hilo de voz.

Anna, pese a expresarse en ruso, transmite una profunda resignación y desesperanza cuando narra su historia, sobre todo cuando se le pregunta por el futuro. «No tengo ningún plan porque ahora no sé siquiera si quedará algo de Ucrania o no. Las centrales nucleares ya están en manos de Putin –las fuerzas rusas se hicieron esta madrugada con el control de la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa y localizada al sureste del país–. Nadie sabe si va a existir Ucrania o Europa siquiera», argumenta.

«NO SOMOS NAZIS»

Pese a saber inglés, las mujeres insisten en hacer la entrevista en ruso para demostrar que en Ucrania no hay ningún problema con ese tema y «desmontar» así el argumentario de Putin, que ha justificado la invasión asegurando que el país está «lleno de nazis» que oprimen a los rusófilos, a los que no dejan hablar en ruso.

«Somos ciudadanos normales, no somos nazis. Unos hablan ruso, otros ucraniano, pero esto no tiene nada que ver con el nazismo», explica Anna, que remarca que ella es ucraniana y habla ruso. Su padre es ruso y su madre, ucraniana, y «nunca ha habido ningún problema». «Nadie odiaba a los rusos antes de esta guerra», incide.

La joven lamenta que la maquinaria propagandística del presidente ruso haya convertido al país «en un agresor» sirviéndose del «apoyo» de la población de a pie. En estos términos también se ha expresado Natalia, atónita ante la información que parte de los rusos deciden creer.

«No entiendo cómo un país con 150 millones de habitantes se está creyendo que no se bombardea a civiles, por ejemplo. Yo creo que ellos ni siquiera pueden asumir la profundidad de la mentira que están creyendo. Realmente, esa población me da pena», lamenta, tras lo que incide en la idea de que «jamás» le han prohibido hablar ruso.

«Cuando oímos que somos nazis, que somos fascistas… No sabemos de quienes están hablando. He vivido 35 años en Ucrania, me convertí en ucraniana, aunque soy rusa. En mi casa siempre ha habido un montón de rusos. Nunca pasaba nada», explica. Su propio padre, añade, que es ruso, le preguntaba cuando Natalia estudiaba en Kiev -al poco de disolverse la URSS– si podía hablar ruso o si la habían amenazado por ese motivo. «Y nunca jamás», afirma tajante.

UNA GUERRA «IMPENSABLE» E «INACEPTABLE»»

Natalia Afonina, afincada en Galicia desde hace cinco años junto a su marido, ha acogido no sólo a la novia de su hijo, también a un matrimonio que, de visita en España cuando comenzó el conflicto, no ha podido regresar a Kiev. Hace menos de una semana Natalia comentaba a Europa Press que la declaración de guerra era «una pesadilla» que la había cogido desprevenida y que le había robado el sueño.

Este viernes, aunque algo más entera, Natalia insiste en el «horror» de la guerra, que «te bloquea». «Es impensable e inaceptable. Todos nuestros amigos están en los sótanos, no tienen alimentos ni electricidad, no tienen comida, están asustados. Son gente normal, que no desea nada malo, que vive su vida. ¿Por qué están pasando por esto?, no lo entendemos», lamenta la ucraniana con un punto de indignación en la voz.

La mujer se rompe cuando habla de su mejor amiga, atrapada en la ciudad ucraniana de Jersón –ya tomada por tropas rusas–. Natalia cuenta que desde el día 24 están con bombardeos, al tratarse de una zona donde, por su situación geográfica, el conflicto está muy activo –cerca del puente que conecta Jersón con Crimea–. «Mi amiga y su madre, que tiene cáncer, están metidas en el sótano de su casa. Están asustadas. Cada día, cuando empiezan los bombardeos, me envía mensajes de despedida», relata antes de que se le quiebre la voz.

UNA AMENAZA PARA EUROPA

Tras detener unos segundos la conversación, Natalia pide a Europa que «entienda» que «la paz ya no existe». «Esta amenaza no es sólo para Ucrania, es para otros países también. Tienen que asumir su responsabilidad. Si ahora la verdad no sale, si los rusos no se levantan para salir de este régimen de este hombre tan cruel, no sé cómo vamos a vivir; siempre bajo amenaza», se queja la mujer.

La ucraniana no cree que Putin pueda parar. «Bombardea hospitales, lugares con niños y mujeres. No tiene ninguna justificación, ninguna», concluye tajante.

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