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¿Te acuerdas de cómo era antes el Carnaval? «Nos juntábamos e íbamos disfrazados por los caminos»

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 Nos deja pasar, señora? Venimos a correr el Carnaval.

– El Carnaval no lo corráis, dejadlo estar!

– O antroido éche moi larpeiro / o antroido éche moi ghandulo / por catro días de chea / sete semanas de ayuno.

Hubo un tiempo en que las aldeas estaban llenas de gente. Los labores del trabajo y las fiestas juntaban a un montón de hombres y mujeres en las casas. Los calendarios desbordaban de fechas señaladas, una de ellas el Carnaval. Hoy siguen siendo días especiales, pero en el rural nada volvió a ser como por aquel entonces. El cuento cambió.

Hubo un tiempo en que se reunían a veinte y salían a correr el Carnaval por los caminos, picando de casa en casa, de puerta en puerta. Gente joven que veía en aquellos días cada vez más grandes la oportunidad de hacer aquello que el resto del año no les estaba permitido. Era el tiempo apropiado para gastar bromas, para reír y hacer reír, para ser uno mismo, amparado por el anonimato que ofrecían las máscaras.

La ilusión, el mérito mayor, estaba en que los «antroideiros» no fueran reconocidos en ningún lugar por el que pasaban. Para eso iban tapados de la cabeza a los pies, mas en las casas por las que llevaban la fiesta se lo ponían bien difícil para guardar el secreto. «Te daban filloas, chulas, orejas, vino…, nosotros comíamos con la cara tapadita, calladitos, calladitoss, pero lo que ellos querían era cacharte en el momento en que te descubrías un poquito para dar el bocado».

Las señoras de Visantoña y de Olas, en el Ayuntamiento de Mesía, guardan en la memoria un buen manojo de historias de cuando iban a correr el Carnaval. «Eran tiempos… Lo pasábamos de maravilla!». Una vez a la semana, los mayores y las mayores de cada parroquia se juntan en los locales sociales o en las unitarias ya en desuso de sus lugares. Acompañadas y guiadas por Laura, coordinadora de la actividad Tempo fóra, y alrededor de unas buenas chulas, o de un café calentito, o de una partida a las cartas, estas mujeres sacan herrumbre a sus recuerdos. Escucharlas es una delicia…

CUENTOS DE ‘ANTROIDEIRAS

-‘Una vez que fui a correr el Carnaval con unas que eran más grandes que yo. Yo era el hombre. Iba vestida con unas cirolas (es como un pijama, mujer, como un calzoncillo ancho, eran de lino). Eran de mi abuelo, de uno que ya había muerto. Me habían puesto O Perucho porque era un joven pequeño. Llevaba un sombrero y cuando íbamos a bailar con los chicos, hacíamos la broma de darles con él en la cabeza. No nos conocían nada. Tocábamos la pandeireta y bailábamos…

-Yo siempre me acordaré cuando esta María que tengo a mi lado se vistió con un vestido que había traído yo de Suiza. Lo había comprado por la comunión de Federico. Y fue de aquí hasta lo cruce de Vilanova y dio vuelta y nadie la conoció. Iba con la cara tapada, toda derechita hacia arriba. Aún había dicho Pepa: arre me falte diola, no se sabe si es hombre o mujer!

Aquella tal Pepa dudaba porque era habitual que los hombres vistieran de mujer, y las mujeres vistieran de hombre. Se trataba, de alguna manera, del disfraz estrella. «La mujer sigue siendo discriminada hoy, pero en aquel tiempo aun lo era más… Entonces en el Carnaval, como todo estaba permitido, era cuando aprovechábamos para hacer ciertas cosas que el resto del año no podíamos». A pillas nadie les ganaba. Ponían rumbo arriba por los caminos al inicio de la tarde y a no pocas veces les daba la noche en el camino. Tres días sucesivos: el domingo, el lunes y el martes de Carnaval.

Nosotros íbamos elegantes, la ropa era elegante, no íbamos con trapos…

Ai, pues la nuestra no. La nuestra era chapucera!

Yo le estaba contando a estas las vestiduras que había hecho mi madre. «Espera ahí», le dijo a mi padre. Y fue a buscar dos pelicas de oveja, porque claro, antes se aprovechaban las pelicas. Le hizo unas faldas, y la chaqueta, y la careta. Todo de oveja. Y un sombrero de paja en la cabeza. Y unas polainas de las que antes se abrochaban por la pantorrilla. Eso llevaba mi padre. Y la patrona, la tía Marica, dijo ella: «Yo no sé que he de llevar». «Tía Marica, unas faldas de candil!», de estopa, de lana, mal fiadas. Mi madre le hizo las faldas con mucho rizo, y le puso unos zuecos rotos, mal hechos, y le hizo una chaqueta que le ponía las tetas de punta. Mi madre llevaba un vestido e hizo una careta con trapos, y un mantón de manila que le llegaba a los pies. Yo de aquella le cogí miedo a mi padre, verlo con la condenada de la piel de la oveja… Otras veces se pintaba la cara con tizón del fuego.

-A mí me acuerdan los hombres que iban vestidos de militar haciendo la Instrucción. Esos sí que daban gusto. Se juntaban por ahí unos 50 de la aldea e iban por los caminos que había, que pista no había.

TIEMPOS DE BROMAS

Sea como fuere, con trapos o con glamour, el caso era pasarlo bien, bailando, comiendo y haciendo de las suyas… Porque los ‘antroideiros’ no siempre son pacíficos. «Yo me acuerdo que en la de Chindo abríamos las lacenas todas!». Si las casas eran de confianza, límites pocos se ponían. Había quien les escondía el carro, o el rastrillo, o incluso una cancilla… Cualquier cosa valía para hacer la faena. Una de las Jesusas de Olas (eran cinco mujeres a la mesa y las cinco eran Jesusas) contaba después de muchos rodeos que cuando venían los antroideiros le metía hilos a las filloas.

Hubo quien no tuvo reyerta ninguna. «A nosotros nunca nos dieron con la puerta en las narices. Hasta llevábamos una canción aprendida para entrar en las casas, lo hacíamos todo muy ordenadamente». Pero también los había más rabudos. «Nosotros llevábamos bara! Y entonces si se metían con nosotros, ¿qué? Cada uno con su bara! Y pandereta quien la sabía tocar, y gaitas de juguete».

-Un día nos salieron con los aperos de labranza. Ai ahí… Cada uno escapó por detrás de las silvas por donde pudo!

-De esas tengo yo otra… Las puertas de antes partían por la mitad. Pues entramos en la de Lucas. Estaba Ricardo y Jaime do Fondo de Vila. Y empezamos la historia toda. Íbamos un montón. En esto vi pasar a Ricardo por detrás de nosotros hacia la puerta, que nos quería encerrar! Si vieras… Tiramos por encima de la puerta para afuera! Y no volví más!

Enseguida surgió en la conversación el cuento de las historias en las ferias. Unos folletos que salían cada quince días y que traían dos o tres canciones. «Siempre maliciosas, con un poco de morbo, pero muy idóneas, eh». El carnaval era buena época para ellas. Igual había alguna familia encontrada y en este tiempo aprovechaban para decirse lo que no se decían en todo el año. «Mi madrina había sido protagonista de una de esas historias…», comienza el cuento de Avelina.

-Iba con un cesto de huevos a la feria a Carral, andando, eh! Por el camino pasó un vecino que era muy trallero y la cogió. Le dijo: «Vienes? Te llevamos». Y ella fue de buena gana, pero después se giró el carro, que seguro que lo giró adrede, y rompieron los huevos, y después le armó la historia y la leyó en la feria. A mi madrina aquello no le ghustara nada… Le había hecho la faena. No era amiga de las bromas.

Más allá de las bromas, había cosas que el Carnaval siempre respetaba, por ejemplo, el luto de las casas. Todas las mujeres tienen bien aprendido cuánto tiempo se guardaba por cada uno: «Medio año por los abuelos, uno por el hermano, dos por los padres, y por el marido…», «Toda la vida!», resuelven varias a la vez.

Al ESTILO FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE

Con los años 80 asomando, en algunas parroquias se fueron introduciendo nuevas modas que anunciaban un tiempo diferente, donde las casas ya tenían televisión, donde la gente viajaba en coches particulares, donde la censura había quedado atrás… Los concursos de comparsas, poco a poco, fueron inundando el país. Y la aldea de Visantoña comenzó a coger fama por su esmero y dedicación en la construcción de aquellos grandes espectáculos. «Los chavales, de 18 y 20 años, lo preparaban todo en la nave de Joselino, y luego iban a las salas de fiesta por toda Galicia. Allá donde daban premios, ellos iban».

Raro era que volvieran con las manos vacías. Todos los años echaban a andar la imaginación basándose en los referentes de la época: «Lo primero que habían hecho había sido una representación de El hombre y la tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente. Era una serie muy bonita…». Tampoco se les escapó Astérix y Obélix ni La Guerra de las Galaxias. «Totalmente iban como en la película los que habían venido de la otra galaxia!», cuentan ellas. «Eran obras de arte, hoy decimos: qué pena que no hubiera dónde guardar todo eso… Hoy hacía un museo maravilloso».

– De esos carnavales salieron muchos matrimonios!

-Ahora ‘antroideiros’ como antes no los hay. Luego hacíamos filloas un día entero. Hoy una docena llega para ocho días.

-A mí quien me diera poder hacer otra vez todo lo que hice…

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