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Hablan las personas mayores, centro de la diana del coronavirus: sus miedos, las soledades y las guerras diarias

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Hija: Mamá, ¿como estás? ¿Hace frío por ahí?
Madre: Hoy aún no me asomé a la ventana, pero ayer cuando fueron los aplausos noté un aire frío del norte. (…) Por ahí todos bien?

F: Todos bien!

N: ¿Y los vecinos?

F: También, todos bien.

N: ¿Les diste recuerdos de mi parte?

F: Sí!

N: ¿Y desde donde?

F: Pues desde lo otro lado de la pista.

N: ¿Gritando? (risas)

F: Sí, total aquí no nos oye nadie…

Madre y hija aciertan a colocarse delante de la pantalla del móvil y a través de ella se miran, se escuchan y hablan. Nunca antes se habían comunicado de este modo, mas la pandemia de coronavirus en la que buena parte del mundo está envuelto eleva las videoconferencias como el contacto más próximo permitido con los ser queridos. La madre, Pura, va camino de los 96 años y vive en un piso del centro de A Coruña acompañada por su nieto. Su hija se asentó ya hace mucho tiempo en una aldea del interior de la provincia y ronda los 63.

PURA, 96 AÑOS, A CORUÑA

A Pura nunca le gustó decir su edad, pero hoy las edades importan. El coronavirus puso en el centro de la diana a las personas mayores de 65 años, más de nueve millones en todo el estado, que asisten estos días a la expansión de un virus que les mete el miedo en el cuerpo. A la hora de la comida y a la hora de la cena, observan cómo la presentadora del informativo hace recuento de las personas fallecidas y puntualiza sus años de vida. Pura come y escucha. A un metro y medio de ella se encuentra su nieto, que colocó una mesa adicional en el salón para poder mantener la distancia recomendada mientras comen.

«Él dice que tiene miedo de contaminarme. Él sí que sale a hacer la compra pero como yo estoy aquí metida, me dice que no me va a pasar nada. Así a todo, yo tengo cierta preocupación, desde luego. Pongo el termómetro por la mañana y por la noche. Mi neto me dice que para qué quiero hacerlo tanto, pero yo quiero saber la temperatura. De momento, 35º siempre. ¿Qué más quieres saber?». Le pregunto entonces por los aplausos; «sales a la venta todos los días a las ocho?». «Yo me asomo de este una habitación y mi nieto desde otra. Me asomo y aplaudo. Yo dentro y los brazos fuera. Ayer puse una bufanda tapando la boca porque el frío me cuesta, pero bueno, lo hago». Para de hablar y calcula: «Dentro de una hora me toca».

Pura siempre fue una mujer muy activa. De hecho, un día antes de que se decretada el estado de alarma, ella aún bajó al negocio de su hijo, al banco, al súper… «Ahora no salgo, pero ¿sabes lo que hago? Por la mañana doy un paseo por la casa. Empiezo en la cocina, entro en el salón, salgo al corredor hasta la entrada y luego vuelvo y repito… Y así voy contando los paseos. A la noche hago igual, después de aplaudir». Asegura que no tiene tiempo para aburrirse. Arregla su habitación, hace la comida, limpia el salón, ve las series de la televisión… «Esa es mi vida».

Los telediarios le parecen «un follón». «Al principio pensé: este chico – dice por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez – parece que lo está haciendo bien, pero están apareciendo cosas con las que mucha gente no está de acuerdo. Yo ahí ya no me meto». Pura cuenta que nunca se imaginó pasar a sus 95 años por una situación semejante. Recuerda cuando era pequeña y su padre la metió en una habitación durante una noche entera porque «había tiroteos por la guerra», mas para ella, esto «está siendo mucho peor». «Yo, desde luego, aunque me digan que se puede salir, no voy a salir». «Nunca?», salta su hija asustada. «No, mujer, pero sólo saldré cuando esté yo segura». En el momento en que eso ocurra, tiene claro que es lo que más le apetece: «Andar! Andar al aire libre!».

LUZ FANDIÑO, 88 AÑOS, SANTIAGO DE COMPOSTELA

Suenan de nuevo los tonos. Al otro lado de la línea, enseguida, descuelga el teléfono la poeta Luz Fandiño, una mujer con mucha vida a espaldas que ahora vive sola en un piso de Santiago de Compostela a sus 88 años (bueno, ella dice sonriente que son 16!). «Como estás, Luz?». «Muy bien… Mira, cuando es un encierro obligatorio no se lleva nada bien; pero mi pensar es optimista, porque me veo muy arropada». Por debajo de su voz se escucha un documental en la televisión, que dice que es lo que más le agrada ver en estos días.

«Estoy escribiendo mucho y leyendo mucho, y también calcetando cerditos!, no tengo ni tiempo para aburrirme ni para que me haga tanto daño el aislamiento», cuenta calmada. La juventud le hace «un regazo maravilloso», explica al teléfono: «Tengo en mi edificio unas chavalas que, sin conocimiento la una de la otra, me pusieron un papelito por debajo de la puerta ofreciéndoseme para lo que necesitara. Me trajeron fruta… Todo lo que les pedí e incluso alguna cosa más».

No siente anguria ni soledad, aun ahora estando sola. «Yo fui por el mundo y sufrí la soledad cuando no tenía familia ni amigos, ese es el drama de la vuelta de los emigrantes», recuerda. En su relato se mezclan constantemente recuerdos de sus años como sirvienta en París, de los aprendizajes de su madre y de su abuela en pleno franquismo, de las lecturas de su juventud, de aquella Iglesia a la que tanta rabia le guarda… En estos días, su teléfono no para de sonar. «Sólo el hecho de que me llamen es como si me habían dado una dosis de humor. El único miedo que yo tengo es que vosotros enferméis, cuidaos mucho. Esta temporada no se sabe hasta cuándo va a llegar, pero mi ánimo no decae, de verdad».

A lo largo de la conversación, Luz Fandiño va desplegando toda su teoría alrededor de esta pandemia, que para ella, es «fabricada». «No cabe duda de que esta se trata de una guerra biológica con la que intentaban matar varios pájaros de un tiro: liquidarnos a nosotros, a los viejos, para que vosotros, gente joven, no tuviérais referencia de lo que no vivisteis. Tienen mucho miedo, precisamente, al contacto de la juventud con la vejez, porque vosotros tenéis la fuerza y nosotros tenemos la memoria, que es una manera de no caer en las mismas trampas que nos pusieron a nosotros». Cuenta todo esto alto y claro, con convicción. A poeta reconoce que no se imaginaba verse en esta situación, mas a estas alturas tampoco le sorprende.

Luz nunca congenió con la gente de su edad. Siempre dice que salió «rana» y que se rodea de la juventud para evitar que pase hambre de comida y hambre de leer, como le aconteció a la Luz Fandiño más pequeña. «Cuando todo esto pase, lo celebraremos mucho!», dice esperanzada antes de colgar el teléfono.

ÁLVARO Y GELES, 90 Y 74 AÑOS, LUGO

Tercera llamada. Esta ve dirigida a un matrimonio que vive en un piso del centro de Lugo. Ellos se llaman Álvaro y Geles y tienen 90 y 74 años respectivamente. Esto lo llevan «como pueden», cuenta ella desde lo otro lado del teléfono. Son personas ágiles y viajeras y ahora, de pronto, se ven «sujetos» entre cuatro paredes. Su marido propone todos los días bajar a la calle por el periódico, mas también todos los días acaba desistiendo de esa idea. «Ahora, él pasea por la casa y yo hago la bicicleta estática por la mañana y por la tarde, menos mal que la tengo!», agradece. Buscan en el móvil las noticias de El Progreso, hacen pasatiempos y van dejando que las horas pasen uno en compañía del otro.

De la compra se encarga una de sus hijas. Cada vez que va, Geles le deja preparada la basura en la puerta y la hija la recoge y descarga allí incluso las bolsas del mercado. «Así llevamos desde el día 12», cuenta. «Cuando me lo trae limpio todo con un paño con una gotiña de lejía o de vinagre. Limpio tantísimo… Tengo tal miedo encima que todo lo que viene de fuera me asusta. Mañana nos quedaron de traer un pedido. ¿Y qué hago? ¿Pongo unos periódicos fuera? Es que no sé ya qué hacer. Cuando lo supe ya me puse nerviosa, seguro que esta noche duermo mal por eso», reconoce.

Conciliar el sueño en este tiempo no está siendo tarea sencilla. Sobre todo en los primeros días, en los que se informaba muchísimo y pasaba las noches sin dormir. Ahora optaron por ver «lo mínimo» la televisión. «Nos desborda». Escuchar constantemente que formas parte del grupo de riesgo se lleva «fatal»: «Te da un complejo…», piensa. Durante la conversa Geles tampoco pasa por alto el drama de las residencias de mayores. «Eso saca a la luz las condiciones en las que viven algunas personas. De aquí en adelante tienen que controlarlo», reivindica.

A pesar de todo, llega a la conclusión de que, dentro de lo que cabe, «somos privilegiados: estamos en la casa, tenemos teléfono…». Muchas veces le vienen a la cabeza los antepasados que vivieron una guerra y tantas privaciones. «Yo creo que tenían un resorte especial para ver las cosas con más tranquilidad y serenidad. No tenían nada, ni siquiera agua en las casas… Nosotros nos quejamos seguido y realmente no tenemos motivo, pero los faltan la vida diaria, el poder salir, ver a los amigos, tomar un café, dar un paseo… Ahora se acabó».

Y vuelve a salir la palabra «guerra». «Es de otro tipo, no hay enemigos físicos, no sabes contra qué luchas…», relata. «Me da miedo cómo pueda ir evolucionando y cómo se lo tome mucha gente». De lo que hará cuando esto termine, Geles no duda: «Me hace muchísima ilusión reunir a toda la familia». Casi que entre lágrimas, esta mujer, igual que Luz e igual que Pura, posan el teléfono para seguirse cuidando y resistiendo.

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