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«Me olvido de mí». El esclavo día a día de las mujeres que asumen los cuidados familiares

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Los cuidados siguen siendo mayoritariamente cosa de las mujeres. Son ellas quienes llevan la cuenta de tus pastillas, quienes organizan la comida de mañana, quienes saben lo que falta en la nevera, quienes atienden el familiar enfermo, quienes cuelgan la ropa, quienes la doblan, quienes a planchan, quien, quien, quien… Un trabajo sin descanso y sin fin que esta sociedad posó intencionadamente sobre los hombros de las mujeres y que a veces «pesa como una losa». Un trabajo que aguanta de las vidas cotidianas y que hoy continúa invisible, no remunerado o, en el caso, con salarios precarios, y nada valorado socialmente.

Los cuidados son la causa principal por la que las mujeres se ven obligadas a reducir las horas de su trabajo o, directamente, abandonarlo. Los recientes estudios ponen números a esta realidad desigual: el 97% de las personas que trabajan a tiempo parcial debido a la necesidad de cuidar de sus familiares son mujeres, que renuncian a la vida profesional por tener que atender la vida familiar. Frente a un 14,4% de hombres, el 85,6% restante son mujeres inactivas por la misma razón. Y los datos siguen igual de radicales en lo que se refiere a las excedencias laborales: el 92% de ellas son solicitadas por mujeres para, de nuevo, cuidar de menores.

La atención a la familia y al hogar establecen padrones difíciles de romper. Mas los feminismos turran, hoy más que nunca, para deshacer discursos que dañan y construir mundos donde los cuidados no tengan un género asignado. El pasado domingo, a las puertas de un 8 de marzo que sitúa en el centro las realidades de las mujeres cuidadoras, el grito de la sociedad fue unánime en Verín: «Sin nosotras, el mundo para».

Sin María, sin Maricarmen, sin Yolanda, sin Charo… El mundo para.

MARÍA, LA CUIDADORA ETERNA

María lleva cuidando de su entorno toda la vida. Primero fueron sus suegros y los tíos de su marido, luego sus hijos, luego sus padres, y ahora su propio marido con principio de alzheimer y los nietos cativos. Comenzó alrededor de los 33 años y no paró desde entonces. «Llega un punto en que me olvido totalmente de mí, me olvido de ir a los médicos, de ir a tal sitio…».

Ahora su día gira en torno a los cuidados que precisa su marido. «Empiezo a las nueve de la mañana y hasta las once estoy pendiente de los medicamentos que debe tomar, luego tengo un espacio de tiempo para hacer las cosas de por aquí, pero sin marchar muy lejos porque él tiene muchísima dependencia de mí… Y así todo el día. Llega la noche y también te quedas pendiente, despiertas mil veces«. Además, varios días a la semana, María tiene a su cargo sus nietos pequeños, que según dice, acaban siendo, de alguna manera, su liberación.

«Te sientes condicionada. Quiero ir a Pontevedra o a Vigo y no puedes, sé que él no quiere quedar sólo, y al final, pues… no sé que te da, acabas quedando». Por paradójico que suene, el sentimiento que María reconoce de su día a día es la soledad. «Realmente estás siempre sola, él se limita a preguntar y preguntar… Es como enseñarle a un niño que no quiere aprender». Y María emplea esta referencia no en vano. Ella dio durante muchos años clases particulares a un montón de crianzas en el bajo de su casa. Intentó hacer las oposiciones, pero los cuidados que entonces sentía que les debía a los suegros y a los tíos del marido le impidieron sacarlas adelante. «Eran cuatro mayores muy dependientes, había que lavarlos… Yo estudiaba por las noches, pero a las ocho de la mañana tenía que estar preparando a los niños para ir al colegio. Me volví loca y lo dejé quedar, desistí».

«Hoy me pesó muchísimo hacer lo que hice», relata. «Llega un momento en que te paras a pensar: ¿pero yo qué hice con mi vida? Nada». Si pudiera volver atrás, cogería otros caminos, «porque después, cuando ellos se van, a ti te queda un vacío tremendo». Entonces, María llenaba aquel hueco con la alegría fresca de los niños y niñas que acudían a aprender junto a ella. Unos padres le habían preparado un aula «chulísima» en Moaña donde continuó con las clases particulares en los momentos en los que podía. «Aquellas horas eran una liberación», recuerda. Mas cuando su padre cayó enfermo tuvo que dejarlo todo para dedicarse enteramente a él. «A mí me condicionaron la vida totalmente».

Ahora, cuenta, con las nuevas circunstancias de su marido, le cayó «una losa grande arriba», pero la va llevando «con humor». «Sigues y sigues… Hay veces que una piensa: ‘carai, para cuidar de otra persona primero tengo que estar yo bien’. Lo piensas y no lo piensas, yo que sé».

MARICARMEN, Al CUIDADO DE SU HERMANO

«Yo ya casi no tengo memoria», comenta Maricarmen mientras no le saca el ojo de encima a su hermano, al que lleva cuidando toda una vida. Por el camino, ella también se fue olvidando de sí misma. «No sé si esto valdrá porque mi hermano no deja…», avisa al inicio de esta entrevista, que no pudo durar más de cinco minutos. En la corta conversación, con constantes interrupciones, Maricarmen dio toda la información que pudo. Es una mujer práctica, habla rápido, da en el clavo.

«Uf, el día con él comienza a las siete de la mañana y no termina hasta las diez de la noche. Lo levantas, lo vistes, estás pendiente de él… No puedes salir a ninguna parte, estás siempre atada. Su enfermedad lo lleva a perseguir, a estar sucesivo machacando, chillando». Además de encargarse de todos los cuidados de su hermano, Maricarmen trabaja en casa como costurera, mas compartir las dos tareas se le hace «demoledor, matador». «No hay descanso y no tienes quien te releve. Vienen del ayuntamiento una hora y pedimos la dependencia pero aun no nos vino aprobada».

Su hermano, que tuvo problemas con el alcohol y sufre una enfermedad mental, está en la puerta pidiendo que la conversación finalice. «La paciencia se te acaba. Esta gente es rutinaria, maniática… Desde la última vez que vino del hospital no para de chillar. Aunque me pagaran, este trabajo yo no lo quiero. El otro día me cayó en la finca y me vi negra para traerlo para arriba».

«Creo que las mujeres somos superdotadas. Llevas el trabajo, llevas la familia y llevas la vida. Estamos hechas de otra pasta», cuenta con una media sonrisa. Antes de cerrar la puerta de la casa, Maricarmen pide disculpas por el atropellada que resultó la conversación. «Esto es un problemón».

YOLANDA, AL CUIDADO DE LA SUEGRA

Yolanda hace más de 14 años que atiende de su suegra. Dice que si se descuida, sus cuidados le ocupan el día entero. «Las pastillas, bañarla, hablar con ella, darle algo que hacer… Antes ella era una persona muy activa, ahora se siente inútil». Su marido trabaja todo el día fuera de casa y ella, antes de que la situación de su suegra empeorara, estaba empleada en el comedor del colegio y en algunas casas como limpiadora.

«Hay veces que te sientes agobiada, esto te condiciona, pero al final te vas arreglando, cuando ella queda cosiendo aprovechas para hacer algún recado», relata Yolanda. Se trata de un trabajo diario, de muchas horas, que de alguna manera, «es como una imposición». «Se entiende que es tu obligación», se explica. El caso de Yolanda, que cuida de su suegra, se repite en cientos de casas por toda la geografía. Sigue siendo habitual que sea la mujer quien renuncie a su vida laboral para cuidar de las personas del entorno, aunque no sean de la propia familia. En esta decisión influye el sueldo: suele dejar el trabajo aquel miembro de la familia que menos cobre, que, en general, resulta ser la mujer.

A este trabajo de los cuidados se suma también el del hogar. Esa labor sin fin, esa que nunca se acaba, esa que también «sigue siendo cosa de mujeres». «Me gustaría, pero no veo a hombres que se dediquen a todo esto. Es como que si estuviera escrito que tiene que ser femenino».

CHARO, AL CUIDADO DE LOS NETOS

Abuelas y abuelos al cuidado de los netos es una de las estampas más típicas que vemos por nuestras calles. Un trabajo invisible que muchas veces equivale a una jornada laboral y al que cuesta decir que no. Los empleos de hoy en día impiden la conciliación precisa para que los propios padres puedan encargarse de sus crianzas. Así pues, son las abuelas quienes toman las riendas. Charo es una de esas mujeres que se ocupa de buena parte de la atención de los pequeños de su hija.

Ella cuidó de su nieta y de su nieto desde que nacieron. «Como mi hija estaba trabajando los tenía yo prácticamente todo el día, los vestía, les daba el desayuno, los llevaba al médico…«, cuenta. Ahora ya tienen siete y diez años, pero sigue pendiente de ellos a diario. «O quedan aquí conmigo o voy yo a su casa». «Muy valorado no está, pero lo hago con gusto mientras pueda, ya digo, mientras pueda».

María, Maricarmen, Yolanda, Charo… Son mujeres imprescindibles que canjearon su libertad por un trabajo que nunca escogieron porque se dio por hecho que les pertenecía. Son las mujeres que están aguantando de la vida. En este 8 de marzo salgamos a la calle pensando en ellas. El resto de los días, impliquémonos.

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