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(Vídeo) Así es el refinado lenguaje de las campanas, el ‘WhatsApp’ de la vida en las aldeas

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-Mira, les sé poner nombre. Me acuerdo de Esperanza de Rama, de Pepa, de Marica… Iban al ‘xornal’ y nunca un reloj tuvieron. Era increíble. A Pepa le decías: ‘Pepa, que hora será?’ Y te respondía: ‘Pola altura del sol… deben ser las seis’. Nosotros, unos chicuelos, tampoco teníamos con qué constrastalo, pero ella te lo decía con tal precisión que a nosotros nos convencía. Pepa siempre sabía que hora era!
Toñito Grobas, antiguo sacristán y campaneiro de Xanceda (Mesía)

Hoy ya no quedan muchas Pepas que midan las horas por la altura del sol. Los tiempos cambiaron desde aquella… Y también las maneras de calcularlos. Antes, el día se configuraba en torno a la luz: ella decidía cuando se debía comenzar el trabajo en el campo y cuando se debía uno recoger al abrigo. Mas no era la única con el poder de los tiempos: las campanas funcionaban como un elemento básico de la estructuración de las vidas. Marcaban las jornadas del trabajo. Su sonido contundente viajaba por toda la aldea para avisar de los acontecimientos más importantes, entre ellos, la hora del comer.

-Ese no podía fallar. Era increíble la cantidad de gente que estaba pendiente de aquella campana de la una. Servía para que los que andaban en el ‘xornal’ supieran que tenía que largar para almorzar. Cumplía una función muy importante, pero cuando pusieron la fábrica de cerámica de Visantoña, ese toque se perdió. La fábrica tenía una sirena que tocaba con una fuerza desproporcionada y se sentía en toda la contorna. Después el colegio también puso sirena… Y luego también llegaron los relojes, claro.

El toque de la una, fundamental, se conocía en la parroquia como «a xeira do cura». También se repenicaban, en algunos lugares, a la mañana cuando salía el sol – toque de Alba – y a la noche – Toque de Ánimas -. Toñito aún recuerda como era niño y le pedía al maestro para salir cinco minutos antes de la escuela y llegar a tiempo al campanario. Ese toque tenía que ser exacto, milimetrado.

El ‘WHATS APP’ DE LA ÉPOCA

Cuando hablamos de las campanas no sólo hablamos de eventos religiosos. Eran la herramienta de comunicación para toda una comunidad, identificaban una parroquia entera. Cada toque significaba algo diferente. «Se trataba de un lenguaje muy refinado que llegaba a marcar incluso el estado civil o la cofradía de un fallecido», explica el antropólogo Rafael Quintía. Se tocaba en las fiestas, se marcaba cuando había niebla en la costa, o para avisar de un incendio, incluso para ahuyentar las tormentas. Tenía un poder escongurador.

-Yo toqué una vez por fuego, cuando habían prendido los eucaliptos todos que hay yendo para Mesía. Fue tremendo. Pensábamos que llegaba aquí porque por aquel entonces no había tantos bomberos como ahora. Había ido la gente a apagarlo. Y yo había ido a tocar el arrebato. Tocas y tocas hasta que te vienen a preguntar que pasa.

«Era el Whats App de la época», dice Quintía sonriente. Cualquier nueva o suceso se comunicaba a través de ellas. Además, las campanas estaban asociadas a muchas creencias populares, aun hoy. En nuestra propia mitología, cuando se habla de las ciudades asolagadas, siempre se dice que hay un día – el de San Xoán – en el que se escucha resonar la campana bajo las aguas. «Su sonido indica que la comunidad perdura». Todo un mundo simbólico las rodea.

LOS ESTADOS DE ÁNIMO

Ellas, ante todo, son un instrumento musical. Se precisa tener buen oído para mover el badal con el ritmo exacto en cada momento. «Como suene va a depender del tamaño de la campana, de la fundición, de cómo se toque, de las condiciones climáticas…», cuenta Quintía. Por eso existe, también ahora, la creencia de que a veces las campanas lloran.

-La campana pequeña tiene un tañido lastímero. Decían que era de mal augurio por lo tremendamente triste que suena. Cuando los toques son para dar los sinos de un muerto totalmente suena como si ahullase. A ti, que estás tocando, te roe, te llega.

De otras, las campanas adquieren un sonido más vigoroso, más alegre. Los repeniques de las fiestas son auténticos espectáculos que llaman a la celebracións hasta al vecindario del lugar más remoto de la aldea. Antiguamente había campaneros que incluso tocaban las jornadas de las misas con jotas y muiñeiras. Manola Ares, vecina de Xanceda -Mesía- lo recuerda como si fuera hoy: «Nuestro campanero Emilio le daba a la xota y a la muiñeira. Me acuerdo que las niñas que estábamos alrededor subíamos a la lápida de Carmelucha y allí bailábamos. Tocaba más bien…».

FIGURA DEL CAMPANEIRO

El de campanero es un trabajo esclavo, atado y peligroso. En cualquier momento la parroquia te puede solicitar y subir hasta el tejado de la iglesia para repenicarlas no es cosa sencilla. Además, nada cobraban, más que lo que le querían dar. Toñito comenzó a tocar en el 1969, a sus trece años, y por lo que calcula, lo debió dejar «en el 75, cuando murió Franco». Durante esos años integró en su día a día las rutinas propias del oficio de campanero.

– Imagínate: a las siete de la mañana, ‘noite pecha’ de helada, piedra de cantería encima del tejado… Y luego tampoco había linternas como hay ahora. Yo tenía siempre una vela donde había el agua bendita, la cogía y la llevaba hasta el final de las escaleras, y después subía siempre por los ‘tentos’. Intentando para arriba. No te matabas de milagro! Había que subir una trapela de madera cubierta de zinc… Y claro, como ibas con la ropa de los domingos tenías mucho acierto de no mancharte. Eso también complicaba la cosa!

Cuando era primavera, a Toñito le gustaba quedar arriba del campanario. Cuenta que las vistas eran una auténtica chulada. Desde lo alto, incluso llegó a ver los famosos fuegos fatuos o fuegos de San Telmo: el fósforo de los huesos de los muertos, en determinados días con poca humedad, hacen chispas hacia el cielo que semejan auroras boreales. Cuando llegaba de frío, quedaba en la casa de enfrente a la Iglesia para echar unos cuentos entre toque y toque.

-En la casa de Patiño siempre había un pucheiro con café a la lumbre. Cuando yo bajaba de tocar la primera a las siete de la mañana, iba para allí. Venía Jesusa con un galleto con tojo y lo echaba en el lar. Aun había las brasas de la noche… Y aquello… Vaya lapas criminales! Tomaba el café allí con ella y volvía para el campanario tocar la segunda jornada.

Los cuentos de hoy son diferentes. Ahora el peso de la Iglesia es menor, se generaron nuevas formas de comunidad y se fue perdiendo el conocimiento de este lenguaje. «Si tu no conoces los códigos, por mucho que suene la campana, no vas a entender lo que está diciendo», relata el antropólogo. Se va perdiendo también la labor de campaneiro: asistimos a la automatización de los sistemas de toques. La sociedad capitalista mecaniza, y las campanas no se libran de estes procesos. En las pequeñas aldeas cada vez queda menos gente, pocos quieren tocar y pocos precisan escucharlas. Según Quintía, sería necesario que este patrimonio inmaterial de gran valor se conservara en el tiempo. «Como bien cultural que es, paga a pena conocer su lenguaje».

El contexto no favorece, pero hay rapaces que crecieron al lado de las campanas y que con convencimiento decidieron continuar la tradición. Es el caso de jóvenes como Diego Sánchez y Michel, que se animan a tocar en la víspera y en el día propio de la fiesta en Albixoi -Mesía-. «Cuando echaban las bombas – nosotros tendríamos 12 o 13 años – nos decían: ‘dale ahí que no pasa nada!’. Y dale, dale… Ahora cuando no hay quien las toque, subimos nosotros. Si no suena de una manera suena de otra», cuenta Michel. «Se trata de seguir un compás, cada uno tiene su estilo. También es un tema de compañerismo, mas no queda gente que se anime a tocar, ya a nadie se le ocurre«, continúa Diego.

A pesar de la pérdida, la campana hoy en día sigue teniendo un gran poder de convocatoria en las aldeas. Se siente la campana y el vecindario se ponen alerta. ‘Quien moriría?’, ‘Que pasaría?’. José Manuel y Luis Ríos, los dos campaneiros de la parroquia de Mesía, dicen que la gente ya no espera a intentar comprender el toque para saber qué significa. Todos pasan por aviso de muerte.

Es significativo lo que aconteció después de grabar los tres toques de campanas con ellos. En no más de diez minutos una vecina y tres vecinos vinieron hasta la Iglesia: «Y luego quien murió?».

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