Guindar, estar ledo, carreiro, erguer… Una maestra del rural se encargó de recoger en un cuaderno todas esas palabras en gallego que observaba que su alumnado – gallegohablante – iba perdiendo año tras año. El inventario de palabras ya desconocidas para las crianzas se fue engrosando sin pudor con el paso del tiempo. Este pequeño e improvisado estudio, que nació del asombro de una maestra con más de cuarenta años de experiencia, impulsada a anotar inmediatamente todas esas palabras en un papel cual acto de resarcimiento contra la desmemoria, es un vivo ejemplo del deterioro de la salud del gallego en las aulas del país.
La pérdida de hablantes y de palabras parece una gotera constante a la que no se le pone remedio. El porcentaje de jóvenes que nunca habla en lengua gallega se disparó, de hecho, un total de 15 puntos en una sola década, del 29% al 44%. Más de 150.000 personas perdieron el gallego como lengua entre los años 2008 y 2018, según los datos recogidos por el IGE. Sin embargo, en la otra cara de la moneda reavivan los debates políticos en los que resuena el relato de la «imposición lingüística» del gallego y de la necesidad de proteger el castellano, un idioma hablado por el 7,6% de la población mundial (577 millones de personas).
El detonante que devolvió el conflicto lingüístico a las aulas resultó ser la nueva ley de educación impulsada por el Gobierno estatal, la Lomloe, más conocida como Ley Celaá’, una norma que desbanca la Lomce – o ‘Ley Wert’ (en vigor desde lo 2013) – y que elimina la referencia explícita del castellano como lengua vehicular en la enseñanza. De esta manera, ahora recae en las Administraciones educativas la decisión de escoger cuál de las dos lenguas empleadas en los territorios con idioma propio será la vehicular, siempre y cuando se garantice «el derecho de los alumnos y las alumnas a recibir enseñanzas en castellano y en las demás lenguas cooficiales en sus respectivos territorios, de conformidad con la Constitución Española, los Estatutos de Autonomía y la normativa aplicable», redacta la ley.
Las críticas por parte de la Xunta de Galicia y del PPdeG no se hicieron esperar. Califican la reforma educativa de «despropósito», exponen que «pretende facilitar la imposición de la lengua a los nacionalistas» y aseguran que tendrá la «mínima aplicación posible» en Galicia. En la calle, la Mesa pola Normalización Lingüística junto con otros colectivos de la educación denuncian que la Administración «ataca la oficialidad de la lengua gallega» y, en las redes, brotaron en estas últimas semanas mensajes de pedían a Feijóo «que combata el coronavirus y no el gallego». El debate, pues, vuelve a protagonizar otro de sus picos mediáticos justo diez años después de la aplicación del polémico Decreto do Plurilingüismo que limita la lengua en la educación infantil y que la expulsa de las materias científicas y tecnológicas.
RELEVO LINGÜÍSTICO
Desde el ámbito educativo el balance que se hace de esta última década es, cuando menos, preocupante para el gallego. La realidad desfavorable a la lengua propia se palpa en las aulas, en los patios, en las casas y en las calles. «Las crianzas entran en la escuela hablando gallego y acaban hablando castellano; mas nunca quien entra hablando castellano sale expresándose habitualmente en gallego«, explica la directora del CEIP Agro do Muíño (Ames), Mari Carmen Liñares. Precisamente este centro fue objeto de un extenso análisis sociolingüístico por parte de la Real Academia Gallega en el año 2018 por entenderse «un ejemplo claro» del relevo del gallego por el castellano que se produce, sobre todo, en las zonas más acercadas a las ciudades.
En este estudio se indica que cuatro de cada diez crianzas galegofalantes que iniciaron su escolarización en el Campo del Molino mudaron de lengua a lo largo de su etapa escolar. Esa progresión fue «in crescendo nos últimos años», al pasar de aulas con casi el 50% de crianzas galegofalantes la aulas en las que sólo una de 25 crianzas mantenía la lengua gallega. Da la sensación, por tanto, de que el relevo lingüístico funciona como si de un sistema de arrastre se tratara; unos tiran por los otros. Rute Pallarés lo vive de cerca a través de las dinámicas lingüísticas de su niña de nueve años y de su niño de siete: «Antes no eran tan conscientes y no cambiaban de lengua, pero ahora la más grande, que está a las puertas de la preadolescencia, habla castellano para integrarse en el grupo de amigas. Sé que le molesta, pero lo hace para poder relacionarse con normalidad».
Sus crianzas, de este modo, forman parte de una generación que «vive» y que está atravesada por este conflicto lingüístico creado en la esfera política y trasladado a la población. Rute es integrante de la AMPA del CEIP Paraixal y una de las impulsoras de las Jornadas de Lingua que se han organizado en este centro, situado en Teis, en una «zona semirrural» de Vigo en la que vive «mucha gente mayor y pocas crianzas». La escuela, pequeñita y con «cierta sensibilidadde lingüística en el profesorado», fue una de las primeras de Galicia en ser «plurilingüe con un nivel de inglés muy elevado». El porcentaje de alumnado que habla gallego ronda el 30%, calcula Rute, «realmente mísero pero, si lo pensamos en contexto, muchísimo para ser un entorno urbano».
Caminar contra esta corriente que tira con fuerza no es tarea fácil, y en el CEIP Agro do Muíño lo saben bien. Su directora y profesorado trabajan para revertir los datos del informe de la RAG desde lo Protexto Educativo del Centro, a través del que intentan darle «más peso a la lengua gallega en la expresión oral y escritura» y asegurarse de que toda la comunicación y actividades de la escuela se hacen en nuestro idioma. «Esta situación no se resuelve tan enseguida y haría falta un cambio a muchos niveles, porque para usar una lengua hay que estar rodeado de ella; así que queda mucho por hacer», reconoce Liñares. «Habría» – suma – «que quitarle horas al castellano, una lengua que ya está presente en muchas vertientes de la vida». Rute toma el mismo camino que Liñares en su relato: «El castellano es la lengua viva de los patios, y en caso de que se hable gallego, es de manera muy pobre».
BAJA A CALIDAD LINGÜÍSTICA
Las interferencias del castellano en el gallego son muy superiores y con un nivel de permisibilidad mucho mayor que las sus contrarias. En quienes hablan gallego, «se perdió calidad sin duda», dice Liñares. «Hay mucha diferencia entre escuchar a alguien de mediana edad y a un adolescente, aun siendo gallegohablante. En este último la fonética es mucho más homogénea y sus trazos dialectais se van puliendo», analiza con oído afinado. En este sentido, reconoce un «error» del propio sistema educativo no potenciar que se mantengan oralmente rasgos como el seseo, la gheada o el ditongo ui.
También Pilar Ponte, maestra del IES de A Pobra do Caramiñal y una de las impulsoras de la recién nacida web ‘Aulas Gallegas’, advierte que su alumnado «neutraliza trazos dialectales en el aula porque así se lo indicaron anteriormente». A la hora de eliminar castellanismos de cara a un gallego más correcto es difícil, inconscientemente, no llevarse por delante también los dialectos que nos identifican. Esta profesora cree firmemente en dinámicas relacionadas con la «seducción lingüística». Su célebre iniciativa ’21 Días con el Gallego y +’, con la que fue galardonada en diversas ocasiones, incide precisamente en la necesidad de echarse a hablar para crear hábito, ya que sólo cometiendo errores se van a poder corregir, y sólo hablando, la lengua se vuelve atractiva.
Desde Teis, Rute apunta que, si bien «hay vontade de enseñar y educar en gallego», mucho profesorado «no domina la lengua». «Y no los culpo a ellos directamente, sino al sistema», matiza. «Mi hija habla un gallego mucho mejor que su maestro; pero si escucha todos los días decir ‘rodilla’ en vez de ‘xeonllo‘, ella va perdiendo vocabulario gallego y va incluyendo vocabulario castellano a lo largo de los años de estudio, y es una lástima». Lo es, sobre todo, porque van muriendo palabras como aquellas del comienzo de estas líneas.
PERJUICIOS POLÍTICOS
Los perjuicios conforman otra de las losas con las que el gallego cargó históricamente. En el camino hacia la normalización lingüística se encontraron grandes piedras difíciles de sortear: la que vinculaba el gallego con el pailanismo, con el rural, con la pobreza…; aquella otra que le restaba utilidad en el mundo… Sin embargo, nos últimos años, el gallego consiguió poco a poco desprenderse de ellos, o por lo menos, eso es lo que advierte la profesora y lingüista Pilar Ponte. «La estimación hacia el gallego es mayor y las actitudes como lo menosprecio que se podían ver con relativa frecuencia hace unas décadas ahora prácticamente desaparecieron», alienta. Liñares ve por la misma línea: «No creo que hoy en día haya gente que piense que con el gallego no puedes ir más allá de Pedrafita. Quiero pensar que esos perjuicios antiguos están erradicados».
Con todo, lejos de liberarse, se observa que al gallego se le abribúen ahora recelos ‘actualizados’. Los «nuevos» perjuicios asocian la gente galegofalante con una ideología determinada. «Con todo lo que está cayendo en contra de los nacionalismos, no el español, claro!, hablar la lengua propia que te hace diferente y que te imprime identidad de país, no gusta», critica Rute Pallarés, que trae a la conversación aquellos años «más galleguistas de un PP que se identificaba con el pueblo»: «Eso ayudaba mucho a la normalización de la lengua». Y por otro lado, contra el estigma de la utilidad, Rute mira para la lusofonía como camino hacia internacionalización.
«DE LA CREENCIA A LA ACCIÓN»
Frenar el relevo lingüístico, mejorar la calidad de nuestro gallego hablado y desterrar nuevos perjuicios sobre la lengua es responsabilidad de la «sociedad en su conjunto», comenzando por el ámbito familiar, siguiendo por el educativo y rematando en el social. «La lengua gallega es un bien común que debemos proteger y potenciar», señala Ponte. «Nunca debe funcionar como herramienta de lucha política. Necesitamos dar el paso de la creencia a la acción, el paso de pensar que está bien que la gente hable gallego a ser nosotros quien lo hablemos».