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Ekaterina Yakovleva, rusa: «Hablar gallego es un superpoder, ¡la mejor estrategia para ligar!»

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La del descubrimiento personal del idioma gallego es su historia preferida. Alrededor de un café y una infusión, Ekaterina Yakovleva relata con un gallego extremadamente cuidado y una gheada hermosamente espontánea, cómo es que llegó hasta aquí y cómo es que hizo tan suya la lengua.

Ella nació en Rusia, en la ciudad de San Petersburgo, pero pasó parte de su infancia en Crimea. Apasionada por las culturas célticas, enseguida dio en el mapa con Galicia. De hecho, antes de viajar aquí y conocer el país de primera mano, ella ya había aprendido el gallego durante un buen tiempo en la propia Rusia. «Tenía clases cerca de mi casa de catalán los sábados y de gallego los miércoles. Y dije: ‘¡Buf! ¡Los sábados no voy!'», cuenta entre risas. Así que, por fortuna para nosotros, se quedó con el gallego. Poco a poco y gracias a su profesora, se fue acercando a la cultura que rodeaba toda aquella lengua que tanto prendía de ella.

«No me llamaba la atención esa España que me mostraban en la tele, de flamenco y toros, pero cuando me dijeron que había un sitio donde yo podía casar mi conocimiento y cuya cultura era diferente, me encantó y decidí venir». La primera vez que pisó esta tierra fue hace seis años, cuando se vino para hacer un curso de gallego de verano. Cuenta que desde el primer día que llegó a Santiago supo que se iba a quedar aquí. «Ya tenía la sensación de que estaba en casa». Y así que como quien no quiere la cosa, fue parando por estos lares. Ekaterina, que es traductora e intérprete, hizo aquí el máster y ahora anda buscando trabajo.

HABLAR GALLEGO, UN «SUPERPODER»

Durante sus estudios en Compostela mantuvo siempre el objetivo de hablar gallego, mas no le fue tarea fácil. «Aunque yo lo intentaba, algunos profesores me hablaban siempre en castellano… Y a mí me dolía un poco eso, porque, aunque lo sé, no tendría por qué conocer ese otro idioma». Según ella lo entiende, la lengua es de las herramientas más poderosas para adaptarte a un lugar nuevo, imprescindible para acercarte a una cultura y a un territorio.

Y más teniendo en cuenta el carácter gallego. «En Rusia es muchísimo peor, pero aquí las distancias en las relaciones sociales siguen siendo grandes». Se yerguen barreras a la hora de romper el hielo y tejer amistades si no conoces bien la lengua. «Las relaciones son más fuertes cuando valoras el que se entiende como ‘nuestro'». Así pues, Ekaterina, poco a poco, fue forjando lazos y «echando raíces». Para ella, hablar gallego es «un superpoder» del que reconoce sonriente que incluso ‘abusa’ un poco.

«No pocas veces en las tiendas me han hecho descuentos. Y para ligar ya no te digo! Es mi mejor estrategia!«, echa a risas. Su gallego con tonos extranjeros se vuelve el centro de atención cuando menos se lo espera. Mas, en el fondo, que esto acontezca deja entrever que no todos los idiomas están al mismo nivel de reconocimiento y valoración, y que por lo tanto, no se espera lo mismo de sus potenciales hablantes: «Nadie se sorprendería si hubiera hablado español, y debería ser lo mismo, el gallego es una lengua más».

No sólo a través del gallego Ekaterina va haciendo suyo este lugar. Desde hace medio año va a aulas de baile gallego en la escuela VivAntes. Una de las cosas que más le gustó de este país es que la gente baila muiñeiras y jotas en el espacio público, en foliadas y seráns. «Yo soy de una ciudad grande, la gente que baila baile tradicional ruso no se les ocurre hacerlo en la calle». Envidia esas pequeñas cosas que hacen único un lugar. «Me gusta mucho saber de dónde proceden los puntos que bailo, por qué son esas las posiciones del cuerpo… Cuando doy clases de lengua, me pasa el incluso: me encanta explicar por qué la lengua es como es hoy en día».

El CUIDADO DEL IDIOMA

Después de tanto hablar el gallego, Ekaterina ya diferencia sus dialectos. «Yo soy una Frankenstein de todo lo que llevo escuchado». Fue cogiendo de sus experiencias y de su contorno las fonéticas precisas y los giros dialectais que más le acaían. «Lo que aprendí en la clase es una cosa, pero más aprendí hablando con la gente». En su país de origen se perdieron hace tiempo todas las diferencias geográficas del idioma. «Crearon una norma unida, así que no diferenciamos la parte de la que provienen las personas… La diversidad se mata cuanto más poder adquisitivo tengas». Por eso especialmente, cuando llegó aquí valoró la riqueza lingüística que el gallego sigue conservando.

«Me encantan las señoras mayores que me cuentan su vida en el autobús. De una vez estaba en Salamanca para volver para Santiago y me encontré con una señora… Se acercó a mí y me habló en gallego. Estuvimos mirando los horarios y en un momento me preguntó si era de Santiago, yo le dije que no, y me soltó: «No te preocupes, yo también soy de la aldea!». La gente alucina cuando les descubre que no es de aquí. «Una pena que la gente no lo hable más, me duele cuando escucho que le dicen a los niños que con el gallego no tienen salidas«, lamenta Ekaterina. A ella le encantaría poder ser bilingüe de nacimiento. «¿Para qué vas a renegar de algo tan útil que tienes de balde? Conocer idiomas es bueno para el cerebro y para el desarrollo de la vida en general». Echa en falta, cuando camina por la calle, escuchar más gallego, sobre todo en la rapazada nueva.

EN LA BÚSQUEDA DE LA LIBERTAD

Ekaterina llegó a Galicia buscando un lugar en el que, como mujer, sentirse más protegida. «Las mujeres, hartas, emigran… Porque tienes que escuchar muchas cosas todos los días: que un tipo te diga qué tienes y qué no tienes que comer, cómo tienes que vestir… Yo tengo mil historias», relata. «Cada vez que vuelvo a Rusia tengo que prepararme». Sabe que le van a preguntar por el físico y por el casamiento. Son las dos cuestiones de las que nunca consigue escapar. «Mi novio falleció, y es lo que digo para que la gente calle la boca. Primero, porque desgraciadamente es verdad, y segundo, para que entiendan lo fatal que es preguntar eso».

Ahora, cuenta, desde su último viaje a Rusia por Navidad, está más esperanzada. «Con Internet, el Estado no tiene tanto poder sobre la gente, que se educa y comienza a entender que los gays no son nuestros peores enemigos y que no se puede tratar así a las mujeres». Con todo, si por lo de ahora no vuelve a Rusia, es precisamente por razones sociales. «Yo tuve que llegar aquí para darme cuenta de que algunas cosas que me habían pasado a mí habían sido violaciones, que no habían sido culpa mía. Ahora lo entiendo, pero también entiendo que en la casa no opinaran lo mismo».

«Si vas de la mano con tu chica, la gente te mira, y mirar es lo mínimo que puede pasarte». Ekaterina ha ido a Finlandia con su pareja para poder tener una relación natural, «para poder estar de la mano, besarnos en la calle…». «En nuestra casa era imposible». Después de esta navidad vuelve a estar más «en paz» con Rusia, cuenta, aunque vivir allá «supondría un trabajo diario». Le gustaría volver, pero desea aquel día en el que lo único que le pregunten sea si tiene trabajo, si tiene estudios y si la vida le va bien.

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