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Wage Kori, saharaui: «Yo creo que me siento más gallego que muchos de aquí»

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Galicia siempre fue tierra de emigrantes. Pocas casas debe haber que no tengan familiares en el extranjero. Mas a veces, olvidamos enseguida nuestra propia historia, olvidamos que hubo un tiempo en que éramos nosotros quien marchábamos a otras tierras con una maleta a medio llenar y en la búsqueda de una vida mejor. Lo olvidamos, sobre todo, cuando más nos precisan como tierra de acogida. Afortunadamente, la historia siempre está ahí, para recordarnos lo que fuimos y guiarnos en el futuro, para no repetir errores y para callar bocas. ‘Llegada: Galicia’ es lo que versan los billetes de avión, tren o autobús – cuando es que hay billetes – de muchas personas que, desde diferentes partes del mundo, llegaron a este país. Por eso, ‘Llegada: Galicia’ comienza ahora en forma de serie de entrevistas que GC abre para visibilizar las historias de esas mujeres y de esos hombres que, un día, cogieron un solo boleto en la taquilla, el de partida.

Son las ocho, ya es noche y llueve. Los bares del entorno de A Ponte Carreira se van llenando cuando rematan las jornadas de trabajo. El trasiego de coches de arriba para abajo le da al pueblo una especie de ‘vida de paso’. Veo en la lejanía que se acerca hacia mí un chaval sonriente que escapa de la lluvia. «Soy Wage! Encantado! Pasamos entonces a tomar algo?». Pasamos, claro!

Wage Kori trabaja en una empresa de construcción de pladur en Sobrado dos Monxes. Entra en el bar y pide lo de siempre. Ya lleva aquí 17 años desde aquel día en que pisó un pie por primera vez en Galicia, y en concreto, en Ledoira – Frades -, la aldea de donde es su familia de acogida. La infancia hasta los ocho años la pasó en el campamento de refugiados de Smara, en el Sáhara. «El día que vine todo eran lloros. De lo único que me acuerdo es de tener ganas de marchar», dice con una media sonrisa. «Claro, imagínate el contraste«.

LLEGAR A UN MUNDO NUEVO

Aquel chaval de ocho años nunca había visto delante tanto árboles juntos. Los paisajes verdes y húmedos le resultaban estraños. Y también las vacas que pacían dóciles a lo largo de los prados de Ledoira. Hacerse con un lugar totalmente nuevo lleva su tiempo. Al principio, Wage echaba aquí los dos meses del verano y luego volvía para su lugar de origen. Mas de una vez, vino para quedar. «Tuve la suerte, o la desgracia, de tener que operarme de un ojo. Tenía una mancha y se seguía aumentando podía quedar sin vista», cuenta. Había que escoger: «O quedar sin ella o quedar aquí».

De su relato, me va sorprendiendo también su manera de explicarse. Wage cuenta su historia con un gallego que bien quisieran muchas personas. Da gusto escuchar su gheada y su fonética cuidada. El peculiar acento saharaui le da nuevos matices a la lengua, pero a la vez, Wage abre y cierra las vocales en el lugar exacto, pronuncia cada ene velar. Su idioma madre es el hassaniyya, un dialecto del árabe, y cuando llegó aquí era en lo único en lo que sabía comunicarse. «Te vas integrando poco a poco con las gentes y con las formas. Al principio fue complicado, no sabes la lengua… Yo comencé a aprender con señales, con gestos», prosigue. Su profesora Teté y también su madre adoptiva fueron mujeres que le ayudaron mucho a la hora de manejarse en el idioma. «Aprendí antes el gallego que el castellano. Claro, aquí los chavales hablan el gallego, y entonces yo aprendí el gallego, y con orgullo!», dice presumido.

«Sentía a algún chaval decir: ‘andamos co lapo‘, y yo pensaba: ‘Pero que será el lapo?’ Pensaba, pensaba, le preguntaba a Teté… Hasta que me enteré de que era el fouciño! Esas cosas del día a día las vas aprendiendo poco a poco. Además cada zona tiene sus expresiones», explica. «Llegas a un mundo nuevo y te quieres empapar de todo». En el instituto tuvo suerte, cuenta, porque la integración no fue demasiado difícil. «Me acuerdo que nadie había visto un extranjero que estudiara con ellos, y menos africano, y menos del Sáhara, y por aquel entonces, por encima, llegaba recén operado y con el ojo tapado: africano y tuerto, vamos, que lo llevaba todo!», cuenta con humor. «Pero en general tuve la suerte de estar en una zona donde la gente que me rodeó me ayudó mucho. Ahora ya te sientes integrado de todo».

«GALICIA ME CHUPÓ TANTA SANGRE»

El mar fue lo que más le sorprendió cuando arribó aquí. «Aún me sigue impresionando. Mi abuelo tenía una caña de pescar y yo nunca supe para qué era aquello hasta que llegué a Galicia. Y actualmente soy pescador», dice paradógico. Wage vino muy niño y enseguida hizo suyas las formas de vida del país y del rural. «Yo soy de la aldea total!», reivindica. «Los paseos de los domingos no hay quien me los quite».

«Mi idea del futuro es mercar mi casa, en mi aldea. Galicia me chupó tanta sangre…». En sus palabras se nota compromiso, entendimiento, verdad. «Yo creo que me siento más gallego que muchos de aquí. Hablo con la gente y pienso: yo soy de allá y defiendo a los de aquí, y tú eres de aquí… ¿Y qué defiendes?». También en la familia de acogida propiciaron esa manera de entender la vida más «integrista», como él lo llama. «Me siento encantado y afortunado de empaparme de la cultura gallega. Mas es curioso: voy a A Coruña y escucho siempre hablar castellano, hasta les parece una cosa apartada hablar el gallego. Les sorprende que lo hable, y es nuestra lengua… ¿Por qué tengo que hablar otra?», se pregunta. «Lo sienten como algo aldeano. ¿Y qué pasa si soy aldeano? Simplemente tengo la suerte de poder hablar varias lenguas». Él mismo va construyendo su propio discurso entre sorbo y sorbo de cerveza.

Cuenta un detalle muy significativo. En las fiestas siempre coincide con sus primos adoptivos, que hablan el castellano. La broma que les hace nunca pasa de moda. «Les digo: mira que tener que venir a hablar el de fuera el gallego y el de aquí el castellano…«, echa a reír.

LA BUROCRACIA

Quizás una de las cosas más complejas cuando mudas de país sea la gestión del papeleo, la burocracia, encontrarte con un sistema de normas inflexibles. «Yo eché casi diez años con una tarjeta verde que te daban, que ni entendías ni sabías para qué servía, y aun actualmente, al ser del Sáhara, es como si no habías sido de ningún país, estás en un limbo. Esta es la realidad», relata. En su documento de residencia ponen «apátrida», esto es, que carece de nacionalidad legal. «Puedes trabajar y desarrollar tu vida, pero tienes trabas curiosas«, cuenta. «Me acuerdo que fui una vez al Media Markt y precisaba una factura. El que estaba atendiendo, que era compañero mío, me pidió el carné. ‘Pero aquí pone apátrida, no aparece ningún país!’, me dijo. Al final puso su documentación y punto, era el camino más rápido. Situaciones tan sencillas como esas…».

LA VIDA ALLÁ

Wage emigró muy chico, mas los recuerdos del Sáhara no se le olvidan. Él nació en el campamento de refugiados de Smara y recuerda que de aquella vivían alrededor de 50.000 personas, aunque calcula que ahora la población debió triplicarse. «Para mí fue un hogar maravilloso. Tenías la inocencia de uno crio. Siempre había risas», relata. Jugaban a la pelota con unos cuantos calcetines envueltos, y de alguna manera, ese juego cativo rompía con la rutina del día a día, marcada por los caminos de la casa hacia la escuela y de la escuela hacia la casa. Creció junto a su madre, a su hermana y a sus abuelos. «Mi madre y mi hermana son lo más de lo más, las tengo en un pedestal. Y también a la familia de recogida, que por cierto, voy a presumir de mi hermano: es campeón de España de cálculo mental!», dice con orgullo.

Allá, en aquella escuela de Smara, eran cerca de 40 chavales en una mismo aula. Buscando en los recuerdos de aquel tiempo, Wage trae a la memoria ciertos hábitos de su día a día: «Allí, por ejemplo, no había persona de la limpieza como hay aquí, allí tenías que limpiar tú. Cada semana había turnos de dos personas. Traías el cepillo de tu casa y limpiabas. Es curioso». Donde Wage estudiaba no había separación por género, niños y niñas aprendían juntos. «El Sáhara siempre fue más avanzado que el resto de África en cuestiones de feminismo».

La conversación va llegando a su fin… Como sería tu futuro si no hubieras emigrado?, le pregunto. Wage se ponen a cabilar. «Me imagino como mi tío. Él va a Mauritania, compra cosas y las vende en el campamento. El futuro nadie lo sabe, pero no habría más que eso», piensa. «Ahora nos acostumbraron a las desgracias. Estás comiendo, ves un muerto nos medios de comunicación, y sigues comiendo. Las fronteras hacen falta, pero siempre de manera razonable. Tú no puedes poner concertinas porque cuando una persona hace 2.000 kilómetros, una valga no la va a parar». Wage sentencia firme: la sed tiene más fuerza, más poder, que cualquier alambre de cuchillas.

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