Nos últimos tiempos hay cada vez más gente joven que ve en la agricultura una salida profesional viable. A lo largo de todo el país están naciendo proyectos innovadores que mantienen las raíces en la tierra y que revalorizan y dignifican el trabajo agrícola gallego. Muchas de las personas impulsoras habían sufrido ese corte generacional con el campo y con la huerta, pero regresan a las aldeas para rehabitar espacios, recuperar saberes y buscar nuevos modelos de consumo.
Las diversas crisis de nuestro mundo impulsan, en cierta medida, este cambio de tendencia. El desempleo y la precariedad, y también la necesidad de generar dinámicas de vida más ecológicas y sostenibles, alejadas de las industrias contaminantes, empujan a una nueva generación a apostar por la agricultura a pequeña escala, con unos valores bien asentados y con una estrategia de consumo local. Responden a esa demanda creciente de productos labradores y ecológicos.
Según explica David González, agricultor y director de campogalego.com, está a renacer una imagen del rural no solo como lugar para vivir sino también como fuente de empleo, sobre todo en el sector agrario y ganadero. Con todo, advierte de que esta nueva oleada no da compensado a la gente que se está jubilando. Calcula que por cada diez bajas por jubilación se incorporan dos o tres personas, «como mucho!». Se trata de un reto al que debe hacerse frente enseguida, ya que resulta muy complejo revertir la situación de aquellas tierras que, después de que su dueño se jubila, son forestadas por eucaliptos.
David González echa en falta una intervención decida de la administración para favorecer el relieve en el rural. «La ley del mercado hace que se tire hacia el más fácil: seguir los anuncios de Ence». Apela a la formación, a la divulgación y a poner los ojos en otros países como Francia. De ella se pueden coger ideas, cuenta. Su política ha activado un banco de tierras a un precio accesible y alquila a gente joven explotaciones que quedan sin dueño. «Con eso ya se conseguiría mucho».
De los nuevos proyectos que brotan de la tierra, dice que son «loables y necesarios». Xavi y Maitane, María Jose, Paula, y Miguel y María Xosé son gente emprendedora que decidieron apostar por este camino, por vivir del rural. Aquí van estas cuatro historias de las que regresaron a la tierra.
XAVI Y MAITANE: GUIADOS POR LOS CALENDARIOS DE LA ABUELA
Xavi y Maitane acaban de echar a andar Chan D’Ouro, un nuevo proyecto basado en la agricultura ecológica y de acuerdo con el ritmo de la naturaleza. Los dos se encontraban en una situación de desempleo y se dieron cuenta de que había una demanda de productos de consumo local no satisfecha en el entorno de Compostela. Por eso, decidieron asentarse en el barrio de Guadalupe (en Vite) y cultivar una huerta para suministrar de productos a la ciudad.
«Queremos trabajar como trabajaban nuestras abuelas, teniendo en cuenta el contacto con la naturaleza, la luna y los planetas. Queremos entender la tierra para que el producto logre su capacidad más alta», cuentan ilusionados. Maitane es educadora social y los dos trabajaron en la hostelería en la última temporada. Ahora, a sus 23 años, apuestan por este nuevo negocio que cavilaron despacio y donde el respeto por los tiempos de la naturaleza y la tierra son los piares sobre los que funciona. «No va a ser una producción capitalista, sino lenta. En invierno tocará comer acelgas y quizás en primavera tendremos productos más interesantes», explican.
Xavi y Maitane tienen la idea de crear socios a los que vender cuatro cestolas de productos al mes por 50 euros. Por lo de ahora, la huerta en la que comenzaron a trabajar tiene capacidad para abastecer alrededor de veinte familias. En ella plantarán todo tipo de productos de temporada, plantas aromáticas y frutales. Dicen que la clave está en la valentía de echarse a andar, y en este camino, los saberes tradicionales que recuperaron de las abuelas son fundamentales.
MARÍA JOSÉ: «TARDÉ EN DARME CUENTA, PERO ESTO ES LO MÍO»
María José Pardo vive en Xanceda (Mesía) entre plantas y animales. Ella es agricultora ecológica desde hace cinco años y agricultora artesanal de las gallinas de Mós desde hace tres. Cuenta que llegada la crisis, volvió para la casa donde se había criado para buscar en aquel espacio su futuro. «Atendía la huerta, me gustaba, y veía que nosotros no dábamos comido todo lo que nos daba la tierra… Me puse a pensar y así surgió la idea». Horta O Corral, lleva por nombre.
A ella siempre le gustó trabajar en la tierra y cuidar de los animales. «Es lo mío. Tardé en darme cuenta, pero es el mío». Hace años, cuando remató los estudios obligatorios, María José decidió estudiar empresariales en Lugo. Por aquel entonces no se le pasaba por la cabeza quedar en la aldea y vivir de ella. «No se veía como una posibilidad montar una huerta y vender tus productos», dice. Hoy, en medio de sus animales es como más agusto se encuentra.
Con todo, los comienzos no fueron fáciles, y para ella menos: en estos años no recibió ayuda económica ninguna por ser mujer emprendedora. «Primero pierdes mucho», aclara. María José reivindica que «tienen que visibilizar nuestro trabajo, tienen que ayudarnos, hay muchas oportunidades, pero no se les da desde la política el valor que tienen».
No quiere crear un grande negocio, dice, sino vivir dignamente de su trabajo. «Yo quiero un negocio pequeño, sé que hay que trabajar muchas horas, pero quiero vender en mi mercado, es mi producto y estoy orgullosa de él«. Hasta ahora, anduvo probando diferentes maneras de distribución: en tiendas, a particulares… Mas a día de hoy, llegó a la conclusión de que lo que mejor le funciona es la venta directa. Tratar con tiendas la obligaba a tener una producción muy grande y estable, «pero mi trabajo es muy manual, los métodos que uso son los de antes, los de toda la vida, y esto es mucho chollo y mucho dinero. Decidí plantar menos y quitar un poquito más».
MARÍA XOSÉ Y MIGUEL: TRABAJAR El CAMPO CON ANIMALES
María Xosé Castro y Miguel Morales también decidieron apostar por un rural vivo. Ella siempre estuvo apegada a la tierra, pero Miguel es un ejemplo más de los que volvieron al campo luego de ese corte generacional con la aldea. «Cuando nos conocimos, mercamos una casa y comenzamos a trabajar en la huerta y en la apicultura. Poco a poco nos hicimos profesionales y esto es a lo que nos dedicamos», cuentan. Así es cómo surge este proyecto situado en Allariz y que lleva por nombre Mimá.
Ya van seis años de aquel momento en que emprendieron esta andadura, y por el camino tomaron decisiones importantes. Una de ellas fue la de apostar por la tracción animal en vez de los tractores. Quieren romper con esa idea que asocia el trabajo con los animales con una vuelta al pasado: «Hay que aprovechar cosas que sí que se hacían antes, replantearlas y hacer algo moderno a partir de ellas», relata Miguel.
La buena acogida de Mimá les da ánimos para continuar. «No podemos competir con la industria alimentaria, pero hay gente que quiere producto gallego y ecológico, algo fresco, que sepa de donde procede y de confianza, y para eso estamos nosotros», dicen con orgullo.
PAULA PATIÑO: DE LA HUERTA A LAS CONSERVAS
Ella es Acastrexa. Paula Patiño cuenta entre risas que no le quedaba otra al emprender su negocio en Os Campóns (Cambre), un lugar que linda con dos castros. Después de trabajar como chocolatera y de montar junto con otra socia su propio negocio, Meigamoura, Paula pensó, allá por noviembre del 2015, en crear un taller artesano de conservas vegetales y animales. «Vi una oportunidad de riqueza en este mundo. Aquí en las marinas coruñesas tenemos muy buen producto autóctono, pero está poco difundido. El tomate negro de Santiago, el Corazón do Boi, la lechuga de Feáns… no se conocen en el mercado».
Entonces, Paula decidió plantar su huerta y experimentar con aquello que iba creciendo de la tierra. Los resultados son bien variados: mermeladas, zumos, conservas, frutas deshidratadas, batidos detox… y hasta bebida vegetal de castañas! No cierra puertas a nada. Lo de ella es crear, sin límites, ni jefes, ni rutinas. «Yo soy dueña de mi tiempo y de mi vida: puedo producir sandía salada si me apetece, nadie me va a decir que no lo haga. El cuento es venderla!».
A veces, decide añadir trozos de poemas en las cajas que monta con sus productos. Suele tener pedidos de fuera del país, y también hay quien viene de fuera para hacer una parada en la tienda de Paula: «Tengo un cliente japonés que merca mermelada de mandarina todos los veranos». Dice que el negocio siempre pide invertir en él, aumentar… mas tampoco quiere llegar a tener una superprodución. «Mis productos perderían calidad e identidad».
La huerta de Acastrexa va evolucionando e innovando: primero fue ecológica, luego biodinámica y ahora sintrópica – una noticia técnica que apuesta por la no intervención humana -. Utiliza un sistema reticular de cultivos asociativos donde mantiene las malas hierbas como potencial del que se benefician sus cogidas. Dice ser «como una pulga, saltando de aquí para allá», haciendo camino.