Uno de los principales frentes de batalla contra el COVID-19 está en los laboratorios. Miles de científicos de todo el mundo están trabajando a un ritmo frenético –no hay precedentes de semejante esfuerzo colectivo en el mundo de la ciencia– para comprender el coronavirus desde múltiples perspectivas y encontrar estrategias y soluciones efectivas para frenar su propagación y, finalmente, acabar con la pandemia. Ni siquiera hay antecedentes de la publicación en masa de trabajos científicos en acceso público, libre y gratuito como la que se está produciendo. La idea: agilizar el proceso colaborativo que caracteriza a la ciencia poniendo a disposición de todos, sin límites, los primeros resultados científicos. Y en esto, los chinos llevan ventaja por ser los que más experiencia y casos han acumulado por ser su país el origen de la pandemia.
Desde que el coronavirus pasó de ser un problema local en China a convertirse en una crisis de magnitud global, la comunidad científica ha publicado ya cientos de trabajos con los primeros resultados sobre el COVID-19. Disponemos ya desde estudios clínicos realizados por médicos que han atendido a enfermos, hasta trabajos sobre el impacto en la salud mental de la población, pasando por simulaciones basadas en matemáticas e inteligencia artificial sobre cómo evolucionará la pandemia, el desarrollo de pruebas de detección del virus rápidas y baratas, análisis sobre la eficacia de las medidas aplicadas por los distintos gobiernos para contener la propagación… y, por supuesto, los primeros ensayos con potenciales vacunas. De los laboratorios científicos saldrá el arma definitiva para vencer al COVID-19. Nadie duda de ello, salvo los apocalípticos y conspiranoicos.
El Gobierno chino ocultó los primeros contagios y represalió al médico que detectó los primeros casos, hasta que la epidemia se le fue de las manos
ORIGEN DE LA PANDEMIA: CENSURA DE LA DICTADURA CHINA
Es una evidencia que se ha perdido la oportunidad de atacar científicamente al virus de forma temprana por la negligencia y la censura del Gobierno chino. Aunque nos parezca en Europa que esta crisis acaba de empezar, la historia del COVID-19 se remonta, como mínimo, a noviembre de 2019. Pero fue silenciada por la dictadura china hasta que se descontroló.
El Gobierno de aquel país represalió al médico que detectó y avisó en diciembre de los primeros casos, relacionados con el mercado de mariscos de Huanan, en Wuhan (provincia de Hubei), zona cero de la pandemia. Cuando al Partido Comunista, que gobierna con mano de hierro China, se le fue de las manos la epidemia y el doctor Li Wenliang falleció también contagiado, una ola de indignación se expandió por China y parte del mundo por esta censura.
EN BUSCA DEL «PACIENTE CERO»
Los científicos se afanan ahora en encontrar al “paciente cero”, es decir, la primera persona infectada, clave para identificar la fuente del contagio, que se da por seguro que es de origen animal (no vamos a mencionar, para no infectar al lector con el virus de la mentira, las maliciosas y absurdas teorías de la conspiración que circulan por la Red sobre el origen del virus). Aunque no se descarta que el “paciente cero” podría ser el identificado como el “paciente uno” en Wuhan, el 17 de noviembre, es posible que fuese otro y, por lo tanto, que el virus se hubiese transmitido a los humanos incluso antes de mediados de noviembre.
En base a los análisis filogenéticos, se da por hecho que es un virus zoonótico, es decir, se transmite de animales a humanos. Y muchos científicos dan casi por confirmado –aunque con cautela– que el huésped y propagador del virus habría sido un murciélago. Así lo afirmaron, por ejemplo, 29 científicos adscritos al Instituto de Virología de Wuhan –administrado por la Academia de Ciencias de China–, el Hospital Jin Yintan de esta ciudad, la Universidad de la Academia China de Ciencias y el Centro Provincial de Hubei para el Control y Prevención de Enfermedades.
Hay indicios de que el virus pudo tener su origen en los murciélagos y de que los primeros contagios se produjeron ya en noviembre de 2019
La comunidad científica ya sabía que los murciélagos son un reservorio natural de los tipos de coronavirus causantes del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) que resultó en epidemia en el año 2003 en el sudeste asiático. Pero también se ha señalado que debe haber alguna especie que ha actuado como puente entre murciélagos y humanos para que estos virus llegasen a nosotros. Cuál o cuáles especies fueron los huéspedes que habrían hecho de eslabón entre murciélagos y humanos sigue siendo una incógnita.
Lo que descubrieron los científicos chinos, al analizar las secuencias genómicas completas de cinco pacientes en una etapa temprana del brote, es que esas secuencias eran casi idénticas (99,9 %) y compartían un 79,5 % de secuencia genómica con los coronavirus del SARS. Además, encontraron que el COVID-19 es un 96 % idéntico, a nivel de todo el genoma, a un coronavirus de murciélago.
El COVID-19, según los resultados de estos investigadores, comparte siete proteínas no estructurales con el virus causante del SARS y penetra en las células a través de la misma ruta que los coronavirus SARS, a través del receptor de células ACE2.
Es por ello por lo que han sugerido que los murciélagos serían la fuente más probable del nuevo virus, una hipótesis que también ha defendido otro equipo de 19 científicos de la Universidad de Fudan en Shanghai, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Wuhan, el Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades, y la Universidad de Sidney (Australia).
En este estudio, analizaron un único caso, el de un trabajador del mercado de Wuhan, un varón de 41 años ingresado el 26 de diciembre de 2019. Los científicos realizaron la secuenciación genómica en una muestra de secreción pulmonar (lavado broncoalveolar) tomada del enfermo e identificaron el COVID-19, descubriendo que su genoma compartía el 89,1 % con los coronavirus de la familia causante del SARS hallados en murciélagos.
Aunque no se puede afirmar categóricamente que fuesen los murciélagos la fuente del nuevo virus, hasta el momento es la hipótesis que más fuerza ha cobrado en la comunidad científica.
“Rastrear la fuente del virus, controlarla y esclarecer el huésped intermedio del virus son los enlaces clave para controlar la transmisión continua del virus de los animales a las personas”, han resaltado en otro trabajo científicos adscritos a las facultades de Medicina de las universidades de Shenzhen y Sidney.
Lo que sí sabemos es que, como mínimo, el salto del COVID-19 a los humanos se produjo hace ya cuatro meses.
El Partido Comunista chino impidió con su censura que se PUDIESE localizaR al «paciente cero», clave para entender el origen del virus Y FRENARLO
Ahora se sabe, por datos del Gobierno chino a los que accedió el periódico South China Morning Post, que el primer caso conocido de infectado por este virus –el “paciente uno”– se registró el 17 de noviembre en Wuhan. Fue un hombre de 55 años que luego contaminó a más personas. A partir de ahí, la propagación exponencial fue silenciosa –y silenciada–, hasta que las autoridades chinas ya no tuvieron más remedio que informar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) del brote de la epidemia, a finales de diciembre. En apenas un mes, durante enero, ya se había instalado en toda la China continental y el virus acabó traspasando fronteras hasta expandirse por todo el mundo. A fecha de hoy, son más de 250.000 las personas que se han infectado en todo el mundo y más de 10.000 los muertos.
Incluso aunque descartásemos el caso detectado en noviembre, la dictadura china ha quedado expuesta y comprometida con los datos oficiales de los primeros infectados identificados. La comunidad científica y la OMS han situado los primeros contagios contrastados a principios de diciembre, pero el Gobierno chino no informó del brote de un nuevo tipo de coronavirus hasta el 31 de ese mes. Hasta ese momento, había intentado ocultar al mundo la existencia de un nuevo virus mortal. Represalió al doctor Li Wenliang –médico que detectó los primeros contagios–, al que acusó de «difundir rumores» y pretender «perturbar severamente el orden social» establecido por el régimen comunista.
Ahora, el Partido Comunista chino intenta lavar su imagen con una campaña de propaganda interna y mundial para hacer olvidar su negligencia y censura, además de alentar teorías conspiranoicas sobre el origen del virus.
Nadie puede saber si la epidemia se habría extendido o no por todo el mundo de haberse notificado esos casos antes, pero sí que se podría, al menos, haber frenado con medidas de contención tempranas y haber ganado tiempo en la lucha científica contra el COVID-19. Haber localizado al «paciente cero» habría resuelto muchas incógnitas y nos habría ahorrado mucho tiempo en la lucha contra el virus.
EPIDEMIOLOGÍA: INFLUYEN LA EDAD Y EL SEXO?
Los estudios epidemiológicos son fundamentales para comprender cómo se comporta el virus entre la población y así poder tomar decisiones y poner en marcha medidas de protección como las que se están aplicando, como el distanciamiento social, confinamientos y cuarentenas, etc. En este campo, la producción científica sobre el coronavirus es amplia.
Investigadores del Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades presentaron los resultados de un análisis exploratorio descriptivo de casos diagnosticados en aquel país hasta el 11 de febrero, con datos sobre las características de los pacientes, distribuciones por edad y sexo, tasas de letalidad (proporción de personas que mueren entre los afectados) y de mortalidad (proporción de muertes entre la población general), análisis espacio-temporal de la propagación viral, curvas epidémicas (gráficos que muestran la evolución de una epidemia durante un periodo de tiempo y permite conocer el patrón del virus) y análisis de subgrupos.
Los resultados, publicados en dos trabajos, el 17 y el 24 de febrero, cuando aún no se había alcanzado el pico de la epidemia en China, indican que, del total de 72.314 registros de pacientes, 44.672 (61,8 %) eran casos confirmados, 16.186 (22,4 %) fueron clasificados como sospechosos, 10.567 (14,6 %) eran casos únicamente con diagnóstico clínico (solo en Hubei, foco de la epidemia) y 889 (1,2 %) fueron identificados como casos asintomáticos.
Varios estudios apuntan a un mayor impacto del virus en la población masculina, aunque aún no está claro si esto es así y por qué
Entre los casos confirmados, la mayoría tenía entre 30 y 79 años (86,6 %) y fueron diagnosticados en Hubei (74,7 %), mientras que los menores de edad sólo representaron el 2 % de los casos confirmados. De todos, ocho de cada diez fueron considerados casos leves (80,9 %).
Se produjeron un total de 1.023 muertes entre los casos confirmados, con una tasa de letalidad del 2,3 % entre los enfermos. Las muertes se concentraron principalmente entre las personas más mayores: un 50 % tenía más de 70 años, mientras que un 19 % estaba entre los 20 y los 60. Además, una de cada tres muertes se registró en pacientes sin patologías previas y una de cada cinco, en menores de 60 años.
Entre los fallecidos también había sanitarios. Hasta el 11 de febrero, un total de 1.716 trabajadores del sistema de salud chino se infectaron y cinco murieron (0,3 %).
Por sexo, vieron que el virus afectaba casi por igual a hombres (51,4 %) y mujeres (48,6%). Sin embargo, las muertes se disparaban entre los varones: 64 % del total de fallecimientos. Las primeras hipótesis han sugerido que esta brecha podría deberse a que los hombres fuman más que las mujeres y, por lo tanto, son más propensos a sufrir complicaciones respiratorias graves, y a que las mujeres suelen tener una respuesta inmunitaria más potente, aunque se manejan otras variables.
Otro estudio realizado por científicos del Departamento de Cardiología de la Universidad de Wuhan afirma que entre los casos de fallecidos por COVID-19 que analizaron había “un mayor porcentaje de hombres, eran mayores y tenían tasas más altas de hipertensión, enfermedad coronaria y cardiomiopatía [enfermedad que causa que el corazón aumente su tamaño]”.
La diferencia entre hombres y mujeres fue notablemente alta en un estudio en el Quinto Hospital de Wuhan, donde se analizaron los casos de 36 pacientes fallecidos. La edad media de estos fue de 69,22 años y el 69,44 % eran varones. Además, el 72,22 % de los fallecidos tenía enfermedades crónicas, principalmente hipertensión, enfermedades cardiovasculares y diabetes. En definitiva, “la mayoría de los pacientes eran hombres mayores con comorbilidades”, clarifican.
Sin embargo, en otro estudio sobre 51 pacientes en Chongqing la media de edad de los pacientes cayó a 45 años, si bien es necesario aclarar que en el momento de realizarse este estudio, allí no habían registrado enfermos mayores de 68 años, que es la población que está siendo más golpeada por el virus en todas partes. Eso sí, de nuevo los hombres volvieron a ser los más afectados, representando el 62,7 % de los ingresos.
Y en otra investigación con una población más amplia –140 pacientes ingresados en Wuhan– se halló prácticamente una paridad entre hombres y mujeres (50,7 % vs 49,3 %), con una edad media de 57 años. Sin embargo, esto parece ser una excepción, ya que la mayoría de los estudios consultados coinciden en mayores tasas de infección en varones. Por ejemplo, en otro trabajo de investigadores de la Universidad de Nanjing sobre una muestra aún mayor, con 457 pacientes, los varones ingresados eran más que las mujeres: 58 % vs 42 %.
Uno de los mayores estudios en China incluyó 1.099 pacientes de todo el país con COVID-19 confirmados por laboratorios de 552 hospitales en 30 provincias, regiones autónomas y municipios de aquel país. La investigación se realizó en enero, cuando la epidemia aún era algo lejano para Occidente. Por lo tanto, estamos hablando de una fase temprana. Aquí, también la media de edad de los enfermos fue inferior a otros estudios posteriores: 47 años. Y, de nuevo, los hombres fueron la población más afectada: 58,1 % frente al 41,9 % de mujeres.
Otro trabajo de similar envergadura, con 944 pacientes infectados en la provincia china de Zhejiang, calculó en 49,5 años la edad media de los infectados.
Científicos de la Universidad de Fudan en Shanghai presentaron otro estudio sobre los riesgos de incidencia y mortalidad de la infección en función de la edad, mediante el análisis de una población de 5.319 pacientes infectados, 76 casos fatales y 1.144.648 ciudadanos en general.
Como en otras investigaciones, destacan que “la enfermedad puede ocurrir en todos los grupos de edad”, mientras que, a diferencia de algunos estudios que señalan una incidencia significativamente mayor en varones, coinciden con otros científicos en que “no existe una diferencia significativa entre hombres y mujeres”.
Respecto a la mortalidad, en base a los 76 casos analizados de pacientes fallecidos, estiman una “tasa de mortalidad del 2,38 % en caso de infección general”. Sin embargo, advierten, estas tasas pueden varias en función de regiones geográficas, pues en el caso de China han sido “significativamente diferentes entre casos identificados en la provincia de Hubei y otras partes del país”.
En particular, calcularon que la tasa de mortalidad por COVID-19 es cinco veces mayor en la zona cero de la pandemia (Hubei) que en otras partes de China, algo que podría explicarse, entre otros factores, “por recursos médicos insuficientes debido a una cantidad tan grande de pacientes” en esta provincia. Además, el estudio sugiere que “un buen servicio médico puede reducir efectivamente la tasa de mortalidad de la infección viral al 1 % o menos”.
Por otro lado, datos informados por los Centros Chinos de Control y Prevención de Enfermedades indicaron que entre los 44.672 casos confirmados de COVID-19 al 11 de febrero de 2020, el 0,9% de los diagnosticados tenía entre 0 y 10 años y el 1,2%, entre 10 y 19 años.
En otro trabajo con 191 pacientes ingresados en el Hospital Jinyintan y el Hospital Pulmonar de Wuhan –de los cuales 137 fueron dados de alta y 54 murieron– se observaron “mayores probabilidades de muerte en el hospital asociadas con la edad avanzada”.
Y en una revisión de la literatura científica realizada por miembros del Departamento de Ciencias Médicas y Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Turín se confirmó que “los casos publicados ocurrieron principalmente en hombres (la edad varió de 8 a 92 años)”.
Aunque el virus puede afectar a TODOS LOS GRUPOS DE edad, hay evidencias de que tiene mayor INCIDENCIA en la población más mayor
Por lo tanto, en base a estos y otros estudios consultados, parece haber consenso en que el coronavirus COVID-19 afecta más a la población más mayor y su incidencia disminuye a menor edad, siendo la población joven la menos vulnerable. De todas maneras, existen diferencias notables en la media de edad de los infectados, que podrían deberse a múltiples factores, si bien casi todos parecen rondar o superar los 50 años como media de edad de los contagiados.
También hay acuerdo en el alto porcentaje de enfermos con síntomas leves o asintomáticos: casi todos los estudios sitúan en alrededor del 80% estos casos.
Este consenso no existe en lo que se refiere al sexo de los enfermos. Mientras algunos estudios señalan una prevalencia mayor en hombres y, sobre todo, un mayor porcentaje de muertes en estos, otros apuntan a una paridad o diferencias poco significativas entre varones y mujeres, al menos en contagios.
Investigadores del Departamento de Política de Salud de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (London School of Economics and Political Science), la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Simon Fraser (Canadá) y la Escuela Johns Hopkins Bloomberg de Salud Pública (Estados Unidos) aseguran que “los datos desglosados por sexo para el COVID-19 muestran un número igual de casos entre hombres y mujeres hasta el momento”, aunque matizan que “parece haber diferencias de sexo en la mortalidad y vulnerabilidad a la enfermedad”.
“Las evidencias que están apareciendo sugieren que están muriendo más hombres que mujeres, posiblemente debido a diferencias inmunológicas de género o diferencias entre sexos, como los patrones y la prevalencia del tabaquismo. Sin embargo, los datos desglosados por sexo actuales son incompletos”, por lo que, advierten, los datos deben ser tomados con precaución.
Queda, por lo tanto, aún mucho por aclarar sobre esto.
TASA DE CONTAGIOS
Otra cuestión que interesa especialmente a los científicos es la tasa de contagio del COVID-19, el R0 (r sub-cero): el número promedio de contagios que genera un individuo infectado a lo largo de un período infeccioso.
El R0 es el número reproductivo de una enfermedad que indica su índice de contagio, un dato fundamental para estimar el ritmo y la magnitud de la propagación del virus y tomar medidas preventivas.
Aunque no se ha establecido una cifra definitiva, la mayoría de expertos coinciden en fijar una tasa media de contagio de entre 2 y 3, siendo 2,5 la que concentra un mayor acuerdo: cada individuo infectado puede contagiar a 2,5 personas. Se trata de un promedio importante, aunque no es de los peores: para el sarampión, por ejemplo, el R0 es de alrededor de 15 (una persona puede contagiárselo a otras 15) y para las paperas es aproximadamente 10; sin embargo, en el caso de la gripe común es de aproximadamente 1,2.
Lo que preocupa a los científicos es que la tasa de contagio del COVID-19 sería mayor que, por ejemplo, la de la mal llamada gripe española de 1918 (recibió este nombre porque la prensa española no censuró información y dedicó más espacio a esta pandemia que los medios de países implicados en la I Guerra Mundial), considerada la más devastadora de la historia de la humanidad, ya que en solo un año se calcula que mató a entre 20 y 50 millones de personas e infectó a unos 500 millones. Lo que han podido resolver los científicos es que se trató del virus de la influenza A H1N1 y tuvo un R0 de alrededor de 2,1, por debajo de lo que se estima ahora para el COVID-19. Para controlar una epidemia el R0 necesita disminuir por debajo de 1.
También hay que tener en cuenta que la tasa de contagio puede variar en función de distintas variables: desde las propiedades del patógeno y sus posibles mutaciones, hasta características nutricionales de la población afectada, pasando por las condiciones generales de la salud de los ciudadanos, condiciones ambientales, factores demográficos, socioeconómicos y climáticos…
Así que el objetivo de las autoridades sanitarias de cada país es aplicar las medidas adecuadas y ajustadas a las características de sus poblaciones para intentar reducir la tasa de contagio por debajo de 1. Si se consigue, la enfermedad se erradica, porque un individuo infectado va a contagiar, de promedio, a menos de una persona susceptible de ser infectada.
Aunque los datos sobre la tasa de contagio varían por estudios y zonas, parece que cada individuo infectado puede contagiar a 2,5 personas
Como decíamos, aunque son varios los trabajos que señalan una tasa de contagio de 2,5 para el coronavirus, resulta complicado establecer una cifra exacta. Otros factores que complican el cálculo, según Joseph Einseberg, profesor y jefe de Epidemiología de la Universidad de Michigan, son las dificultades para identificar el 100 % de los casos de contagios, ya que puede haber un elevado número de individuos infectados pero sin síntomas que no han sido detectados por las autoridades sanitarias y que pueden estar esparciendo el virus.
Einseberg también destaca que la mayoría de las personas infectadas por el COVID-19 se recuperan y, probablemente, se vuelven inmunes a sufrirlo de nuevo. “No está claro cómo la cambiante susceptibilidad de la población afectará el contagio futuro de la infección”, apunta en un artículo en el medio especializado en información científica The Conversation.
“Por último, y probablemente la razón más importante, nadie sabe cuál será el impacto futuro de las medidas de control de la enfermedad que se aplican ahora. Las estimaciones actuales de R0 que hacen los epidemiólogos no dicen nada acerca de cómo las cuarentenas o el aislamiento de infectados impactarán en el contagio futuro del virus”, concluye.
Por lo tanto, no es extraño que se hable de tasas de contagio distintas en función del momento y del lugar, aunque las diferencias no suelen ser amplias. Por ejemplo, un trabajo de investigadores del Centro Médico Baylor Scott & White y de la Escuela de Medicina de Baylor –el Centro Médico de Texas, el mayor del mundo– estimó la tasa de contagio del COVID-19 en 2,2, en base a los datos que se manejaban en febrero. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en unos cálculos tempranos, situó esta tasa entre 1,4 y 2,5. Algunos investigadores incluso la han colocado por encima de 3. Por ejemplo, un estudio situó esta tasa en China en 3,56 y otro, en 3,39; datos que hay que coger con mucha precaución debido a las múltiples variables que se deben tener en cuenta en estos cálculos.
Otro estudio de expertos de la Universidad de Warwick, en Coventry (Reino Unido), ha estimado que el R0 será más alto en Japón y Europa del Este (los investigadores incluyen Italia, el país europeo más afectado hasta ahora), y más bajo en África, América Central y Asia suroccidental. “Este patrón está impulsado en gran medida por la proporción de niños y adultos mayores en cada país y la propensión observada de casos clínicos en ancianos”, señalan sus autores.
TASA DE LETALIDAD
La tasa de letalidad se distingue de la de mortalidad. La primera se refiere al porcentaje de muertos entre la población contagiada, mientras que la segunda muestra el porcentaje de fallecidos entre la población general (por ejemplo, entre todos los ciudadanos que residen en un país).
Calcular la tasa de mortalidad es relativamente sencillo, ya que a menos que un gobierno pretenda ocultar los datos de decesos, estos son públicos e incontestables. Sin embargo, está resultando muy complicado calcular la tasa de letalidad para el COVID-19, ya que hoy se desconoce el número real de infectados en todo el mundo. Los datos varían por continentes, países, regiones, provincias, ciudades…
Las enormes diferencias que existen entre países podrían explicarse por múltiples factores: porcentaje de casos asintomáticos identificados, nivel de detección precoz de casos, sistema sanitario y recursos de los que se disponen, nivel de envejecimiento de la población y otros factores sociodemográficos y económicos, salubridad e higiene…
Si atendemos a los datos actuales, a fecha 20 de marzo de 2020, en el mundo se han detectado 250.625 contagios y se contabilizan 10.255 fallecimientos, lo que resulta en una tasa de letalidad global del 4,1 %. Es decir, 4 de cada 100 infectados mueren. Si atendemos a la tasa de mortalidad global, esta es de alrededor del 0,00013 %, con una población mundial de unos 7.700 millones de personas.
En España, la tasa de letalidad se sitúa de momento en el 5 % y la de mortalidad, en aproximadamente el 0,002 %.
En Galicia se habían registrado hasta este viernes 567 casos de contagios y seis muertes. Esto supone una tasa de letalidad bastante baja, de momento, de un 1 % y una tasa de mortalidad del 0,0002 %.
La tasa de letalidad en los diez países más castigados por el coronavirus, además de Galicia (datos a día 20 de marzo de 2020):
Países | Total de casos | Total de muertes | Tasa de letalidad |
China | 80.967 | 3.248 | 4 % |
Italia | 41.035 | 3.405 | 7,4 % |
España | 19.980 | 1.002 | 5 % |
Irán | 18.407 | 1.284 | 7 % |
Alemania | 16.626 | 44 | 0,2 % |
Estados Unidos | 14.366 | 217 | 1,5 % |
Francia | 10.995 | 372 | 3,4 % |
Corea del Sur | 8.652 | 94 | 1,1 % |
Suiza | 4.222 | 43 | 1 % |
Reino Unido | 3.269 | 144 | 4,4 % |
GALICIA | 567 | 6 | 1 % |
CONTAGIADOS ASINTOMÁTICOS, CLAVES PARA FRENAR LA PROPAGACIÓN
Una de las líneas de investigación más interesantes se centra en la detección y rol de las personas que, habiendo sido contagiadas, no presentan síntomas de enfermedad. Hasta ahora parece no haber un consenso científico sobre la tasa de asintomáticos, pero sí se sabe que son claves para frenar al virus. ¿Por qué? A priori, que haya gente inmune al COVID-19 puede interpretarse como algo positivo –sus vidas no corren peligro y no padecen ni tos ni fiebre ni problemas respiratorios–. Sin embargo, los científicos los ven como –valga esta analogía– potenciales armas de destrucción de vidas. El problema es que son potenciales propagadores “fantasmas” del virus, ya que al no tener síntomas confían en estar limpios y pueden relajar las medidas de precaución, manteniendo contactos estrechos con otros individuos a los que pueden contagiar, poniendo incluso en peligro las vidas de las personas más vulnerables, principalmente ancianos, pacientes con enfermedades crónicas e inmunodeprimidos.
En este grupo de riesgo para el resto de la población también entran los presintomáticos, esto es, personas infectadas que aún no han desarrollado ningún síntoma pero que los padecerán.
Es urgente distribuir masivamente pruebas de detección del virus para identificar a los contagiados que no tienen síntomas y que están propagando el virus de manera incontrolada e inconsciente
Por lo tanto, la identificación de individuos asintomáticos y presintomáticos se ha convertido en una de las obsesiones de la comunidad científica para contener la propagación del coronavirus. De ahí la urgente necesidad de desarrollar y aplicar entre la población pruebas de detección rápidas, masivas y baratas.
Según un estudio de científicos de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Pekín, la investigación sobre sujetos asintomáticos y presintomáticos “es muy escasa por ahora, aunque hay algunos estudios que sugieren que el portador presintomático o asintomático puede causar la transmisión de COVID-19”.
Sin embargo, advierten, buena parte de la literatura científica se encuentra en fase de preimpresión, esto es, son estudios que, por la urgencia de esta crisis, se están publicando en repositorios científicos sin haber pasado aún la clásica revisión por pares que aplica la comunidad científica como mecanismo de control de calidad y fiabilidad de los estudios, principalmente en las metodologías aplicadas, que son las que garantizan la credibilidad de los resultados. Esto no quiere decir que esos estudios en preimpresión no deban ser tenidos en cuenta, aunque con cautela: científicos de todo el mundo están compartiendo públicamente sus primeros resultados sin revisión por pares para acelerar la investigación colaborativa ante la urgencia que vivimos, con la idea de que otros investigadores tengan acceso lo más rápido posible a todos los datos que se están recopilando y puedan ampliarlos, mejorarlos, corregirlos, refutarlos, reutilizarlos… Y esto se está dando prácticamente en todos los campos de investigación sobre el COVID-19.
“Casi la mitad de la literatura está en estado de preimpresión sin revisión por pares”, por lo que “la cuestión del grado en que las infecciones presintomáticas o asintomáticas se pueden transmitir aún no se ha comprendido completamente”, aportan los investigadores chinos, que señalan “la urgente necesidad de detectar portadores infectados en contactos cercanos más grandes o en la población general, y evaluar su riesgo de transmisión”.
Otro grupo de investigadores chinos, estos del Departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad Xi’an Jiaotong, ha presentado un estudio sobre falsos positivos en individuos asintomáticos que han estado en contacto con pacientes contagiados (un falso positivo es el resultado de una prueba que indica que una persona tiene una enfermedad o afección cuando en realidad no la padece).
Lo que encontraron es que “en los contactos cercanos de pacientes con COVID-19, casi la mitad o incluso más de los individuos infectados asintomáticos informados en la prueba de detección de ácido nucleico activo podrían ser falsos positivos” (según los científicos, la prueba de ácido nucleico es el método más importante para diagnosticar la infección y vital para su detección temprana).
Algunos casos asintomáticos podrían ser jóvenes que estarían contagiando, sin saberlo, a la población más mayor, de ahí la importancia de evitar el contacto entre nietos y abuelos durante los confinamientos y cuarentenas
Científicos de la Universidad de Nanjing analizaron también las características clínicas de 24 casos con infección asintomática, a partir de contactos cercanos, para determinar el potencial de transmisión de estos portadores del virus COVID-19. En este estudio, ninguno de los 24 casos presentó síntomas durante las pruebas de ácido nucleico, aunque la mayoría de ellos sí mostraron posteriormente evidencias de estar enfermos, durante el período de hospitalización. De todos ellos, siete no evidenciaron ningún síntoma ni evidencia tras pruebas de la enfermedad; fueron los pacientes más jóvenes, con una media de edad de 14 años. Esto podría explicar por qué no se detectan tantos casos entre la población de menor edad: podría haber más casos de los que se conocen entre los más jóvenes, que en un gran número podrían ser inmunes al virus. Esto también reforzaría la idea de que es prioritario evitar el contacto entre la población más joven y la mayor, para evitar contagios de la primera a la segunda, la más vulnerable. O dicho de otra forma: es necesario evitar el contacto entre nietos y abuelos para evitar muertes masivas de ancianos. De hecho, los investigadores chinos observaron que se habían producido transmisiones asintomáticas del virus entre familiares que convivían en una misma residencia.
Esto ha sido corroborado por otros estudios que han confirmado que “la transmisión del COVID-9 se produce entre contactos cercanos durante el período de incubación, lo cual puede conducir a una laguna en las cuarentenas”.
En Europa, sabemos que el “paciente uno” –el primer caso de infección aquí– puede haber sido un hombre de negocios alemán de 33 años. Su caso fue identificado el 24 de enero. Sus primeros síntomas fueron dolor de garganta, escalofríos y mialgias (dolores musculares). Al día siguiente sufrió fiebre, alcanzando los 39,1 ºC, acompañada de tos. La tarde del día siguiente empezó a encontrarse bien y volvió a su puesto de trabajo el 27 de enero, informaron científicos alemanes.
Se sabe que este hombre había asistido en aquellas fechas a varias reuniones sin presentar ningún síntoma. En ellas coincidió con una compañera de Shanghai que había estado en Alemania del 19 al 22 de enero y que enfermó en su vuelo de regreso a su país, donde dio positivo el 26 de enero. Un día después se informó a la compañía de su enfermedad. Fue entonces cuando se inició la búsqueda de contactos que había mantenido esta mujer, identificándose cuatro casos leves en ciudadanos alemanes, incluido el llamado “paciente uno”.
“La infección parece haberse transmitido durante el período de incubación del paciente índice [sintomático], en quien la enfermedad fue breve e inespecífica”, explicaron los científicos alemanes que siguieron el caso.
En base a este caso, los investigadores advirtieron de que “el hecho de que las personas asintomáticas sean potenciales fuentes de infección” del coronavirus COVID-10 “puede justificar una reevaluación de la dinámica de transmisión del brote actual”.
Fue así como empezamos a saber que durante el periodo de incubación, en el que el paciente puede no presentar síntomas, también se puede contagiar el virus. Varios estudios así lo han corroborado.
La identificación de todos los infectados asintomáticos o preasintomáticos es clave para frenar la propagación del COVID-19, ya que ese censo permitiría tomar las medidas oportunas para evitar más contagios. Además, es crucial para establecer la tasa real de letalidad del virus, que solo se podrá conocer cuando se sepa –si algún día es posible– qué número real de personas se han infectado. Pero de lo que nadie tiene duda es de que la tasa de letalidad real es menor de lo que ahora se estima, pues el aumento de casos asintomáticos detectados “afecta proporcional pero inversamente a la tasa de letalidad”. Es una simple cuestión matemática.
En definitiva, a medida que el virus se ha ido expandiendo y se ha conocido mejor, se han establecido más protocolos de vigilancia, rastreos de contactos y pruebas de detección entre la población que han permitido identificar cada vez más individuos asintomáticos. De momento, según algunos estudios, parece que la extensión de los casos asintomáticos es de aproximadamente el 9,8% del total de contagios, pero esta cifra variará a medida que se prosiga con más pruebas de detección. Por desgracia, aún estamos muy lejos de poder aplicar los tests a la mayoría de la población. Lo ideal sería hacer las pruebas a la totalidad, pero parece una utopía científica.
De momento, algunos científicos han estimado que, por cada caso confirmado, lo más probable es que haya entre cinco y diez personas más infectadas no detectadas. En su mayoría serían casos leves y habrían sido un 52 % tan contagiosas como las documentadas, siendo responsables del 79 % de los casos nuevos, según un informe basado en datos de la situación en China realizado por expertos del Imperial College London y las universidades de Columbia, California, Hong Kong y Tsinghua. Es decir, esos casos no detectados habrían sido los responsables de la rápida y amplia propagación del virus.
Su análisis se basó en un modelo matemático en base a las infecciones documentadas en China y datos de movilidad, así como en un modelo de interacción social entre la población, para estimar el número de casos indocumentados y las tasas de infección.
Los científicos calculan que antes de que el Gobierno chino prohibiese los viajes y aplicara pruebas masivas, entre diciembre del año pasado –cuando se detectaron los primeros casos– y el 23 de enero, seis de cada siete casos no fueron detectados.
Con estos datos, afirman que si en Estados Unidos existen 3.500 casos de COVID-19 confirmados, en realidad podrían ser 35.000. A escala global, podríamos estar, en el peor de los casos, en un escenario muchísimo más dramático, con más de dos millones de infectados en el mundo, aunque esta es una cifra hipotética.
Estos científicos advierten de que el número de casos no detectados por cada uno documentado podría variar hasta el doble según el país y las medidas que hayan tomado sus gobiernos. En todo caso, han pedido que se realicen pruebas a gran escala y baratas en la población para acercarnos al número real de contagios y comprender mejor la magnitud de la pandemia, que dan por hecho que es mayor que lo que los datos oficiales dicen.
Identificar a los individuos asintomáticos y presintomáticos es clave para frenar la propagación del virus y para establecer la tasa de letalidad real del COVID-19
Por otro lado, investigadores de la Universidad de Texas (Estados Unidos) aseguran que más del 10 % de los pacientes de coronavirus ha sido contagiado por alguien que ni siquiera presentaba síntomas. El alto número de personas que infecta cada portador del COVID-19 y el poco tiempo que tarda en propagarse (menos de una semana) confirman que estamos delante de una epidemia con una elevada velocidad de transmisión.
“La transmisión asintomática hace que la contención del virus sea tremendamente complicada”, ha advertido la investigadora principal, Laura Meyers, quien ha justificado las medidas de control más drásticas, como las cuarentenas, los confinamientos o las restricciones de viajes.
CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS: FIEBRE, TOS Y DISNEA, LOS SÍNTOMAS
Fiebre, tos y disnea (dificultad respiratoria) son los tres síntomas comunes que se han identificado en los casos detectados (ocasionalmente también se puede dar diarrea acuosa), por lo que su detección debe encender la alarma en cualquier persona que los padezca.
En el trabajo ya citado previamente de investigadores del Centro Médico Baylor Scott & White y de la Escuela de Medicina de Baylor se destacó que la infección sintomática parece afectar predominantemente a los adultos, con un período de incubación estimado de unos cinco días de media entre la infección y el inicio de los síntomas, aunque este período puede ser mayor en algunos casos, llegando a las dos semanas o más. Los síntomas de presentación más comunes que identifican son fiebre, tos, disnea y mialgias (dolor muscular) y/o fatiga.
Un estudio de investigadores de la Universidad Jiao Tong de Shangái y de varios centros hospitalarios de la provincia china de Zhejiang, realizado sobre 149 pacientes positivos confirmados, encontró que la fiebre, la tos y la expectoración fueron los síntomas más comunes. Además, 14 pacientes habían disminuido la saturación de oxígeno (nivel de oxigenación de la sangre), 33 tenían leucopenia (baja producción de leucocitos o glóbulos blancos), 53 tenían linfopenia (número de linfocitos inferior a lo normal) y 82 tenían proteína C reactiva elevada (proteínas producidas por el hígado).
En todo caso, y como están confirmando los casos diagnosticados en todo el mundo, “la mayoría de los pacientes presentan una infección leve”.
Otro trabajo de investigadores del hospital chino de Shishou realizado sobre 89 casos encontró que los síntomas comunes en el momento del inicio de la enfermedad fueron fiebre (86 de 89 enfermos), tos (83) y mialgia o fatiga (30), mientras que la disnea ocurrió en 27 afectados.
En el estudio ya mencionado de científicos del Departamento de Cardiología de la Universidad de Wuhan se afirma que los fallecidos habían mostrado “tasas significativamente más altas de fiebre y disnea”. Y a su ingreso “mostraron mayores recuentos de leucocitos y linfocitos y plaquetas más bajos”.
En el estudio realizado en el Quinto Hospital de Wuhan encontraron que estos habían tenido síntomas clínicos comunes de fiebre (94,44), tos (77,78 %), dificultad para respirar (58,33 %) y fatiga (47,22 %).
En el realizado sobre 51 pacientes en Chongqing el 84,3 % presentó fiebre, el 74,5 % tos y el 43,1 % fatiga. También se observó linfopenia en el 51 % y un nivel elevado de proteína C reactiva en el 62,7%.
En la investigación antes mencionada con 140 pacientes ingresados en Wuhan las manifestaciones clínicas más comunes fueron fiebre (91,7 %), tos (75 %), fatiga (75 %) y síntomas gastrointestinales (39,6 %), mientras que la hipertensión (30 %) y la diabetes mellitus (12,1 %) fueron las comorbilidades más comunes.
En el trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Nanjing sobre una muestra de 457 pacientes se encontró que las comorbilidades más comunes fueron las enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares y la hipertensión. Y los principales signos y síntomas incluyeron fiebre (89 %), tos (63 %) y mialgia o fatiga (51 %).
En uno de los mayores estudios en China, que incluyó 1.099 pacientes con COVID-19 confirmados por laboratorios de 552 hospitales en 30 provincias, regiones autónomas y municipios de aquel país –ya citado–, también se identificaron como síntomas más comunes fiebre (43,8 % en el momento de ingreso y 88,7 % durante la hospitalización) y tos (67,8 %). Sus autores destacan que la diarrea fue poco frecuente (3,8 %).
Entre las patologías que comportan más riesgo en los infectados se identificaron “enfermedades cardiovasculares, digestivas y del sistema endocrino”, pero no enfermedades pulmonares crónicas previas, que “sorprendentemente no se informaron”
Aunque los porcentajes varían, parece que todos los estudios apuntan a lo mismo. Así, en otro trabajo con 191 pacientes ingresados en el Hospital Jinyintan y el Hospital Pulmonar de Wuhan –de los cuales 137 fueron dados de alta y 54 murieron– se identificaron comorbilidades en el 48 % de los casos, siendo la hipertensión la más común (30 %), seguida de la diabetes (19 %) y enfermedad coronaria (8 %).
Entre las enfermedades que comportan más riesgo en caso de infección por coronavirus, los investigadores del Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades identificaron las cardiovasculares (10,5 % de pacientes muertos), diabetes (7,3 %), las respiratorias crónicas (6,3 %), hipertensión (6 %) y cánceres (5,6 %).
Por otro lado, los investigadores de la Universidad de Turín observaron que en los estudios presentados por la comunidad científica eran comunes “las enfermedades cardiovasculares, digestivas y del sistema endocrino”, pero no así las enfermedades pulmonares crónicas previas (por ejemplo, EPOC, asma, bronquiectasias), que “sorprendentemente no se informaron”. También comprobaron que se dieron cuadros de fiebre en todas las series de casos disponibles, acompañados de tos, disnea, mialgias y fatiga.
En definitiva, aunque la epidemia de COVID-19 “se asocia principalmente con enfermedades respiratorias y pocos signos extrapulmonares, hay una baja tasa de comorbilidades respiratorias preexistentes asociadas”, concluyen en base a su revisión.
Sin embargo, parece que las enfermedades cardiovasculares son el principal factor de riesgo en la mortalidad por COVID-19. Así lo destacan también científicos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, en Wuhan: “Cabe señalar que los pacientes con enfermedades cardiovasculares tienen un riesgo significativamente mayor de muerte cuando están infectados”.
Por otro lado, miembros de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, en Wuhan, identificaron varios factores que condujeron a la progresión de la neumonía por COVID-19. Los predictores clínicos son: edad, antecedentes de tabaquismo, temperatura corporal máxima al ingreso, insuficiencia respiratoria y proteína C reactiva.
Otro estudio realizado con pacientes en la provincia china de Hubei destaca que “la vejez, las comorbilidades médicas, la disnea, la confusión y el dolor torácico al ingreso se asocian con un mayor riesgo de muerte en pacientes con COVID-19”.
CONCLUSIÓN: CONFIANZA EN LA CIENCIA
Aunque la comunidad científica trabaja a destajo y contra reloj, aún quedan algunas incógnitas por resolver sobre el coronavirus COVID-19 claves para frenar y erradicar la pandemia. Los resultados obtenidos hasta ahora deben ser cogidos con cautela, ya que están, en muchos casos, en fase de prepublicación (preprints en inglés), lo que quiere decir que están siendo adelantados antes de la clásica revisión por pares que debe validarlos. Esto se está haciendo para establecer una red de colaboración abierta y la discusión entre expertos que acelere y amplíe el conocimiento sobre el virus y la pandemia que ha generado, y para corregir posibles errores metodológicos y en los resultados. Incluso aquellos trabajos científicos que ya han pasado la fase de validación científica por pares deben ser ahora escrutados por el conjunto de la comunidad científica internacional.
De todas maneras, parece que ya van existiendo consensos sobre algunas cuestiones claves que están permitiendo a las autoridades sanitarias y gubernamentales de todo el mundo tomar decisiones en base a ese conocimiento científico acumulado, que se reparte ya en miles de papers. Un conocimiento del que más pronto que tarde saldrá además la solución médica al COVID-19, ya sea en forma de fármacos o de vacuna.
Solo la ciencia nos sacará de esta pesadilla.