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Los niños, tras más de un mes confinados: «A la mía le da miedo salir al pasillo del edificio»

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Después de cinco semanas sometidos a uno estricto confinamiento, los niños y adolescentes de hasta 14 años de edad podrán salir a la calle, siempre acompañados de una persona adulta y por un tiempo limitado, a partir del próximo 26 de abril. Muchos padres y madres reciben con cierto alivio esta medida que deja algo de aire a los niños y niñas de estas edades. A estas alturas del confinamiento las casas ya se comienzan a hacer pequeñas; aunque algunas más que otras. Cuando se habla de niños se habla de un mundo muy diverso, y nada tiene que ver la experiencia de cuarentena de un niño sano física y psicológicamente que la de un niño con necesidades especiales.

Los más pequeños en una situación de normalidad, dice la psicóloga del Centro Alén Elena Borrajo, tienen habilidades suficientes para poder adaptarse al confinamiento. Estando cubiertas sus necesidades básicas y psicológicas, esta situación no comporta un impacto nocivo para ellos. «Pueden asustarse, o desconcertarse, pero eso no significa estar afectado traumaticamente. Al contrario: cuando superamos adversidades nuestro carácter crece y aprende de eso», explica la psicóloga.

LOS MIEDOS DE UNA NIÑA DE CUATRO AÑOS

A Carmela, una niña de cuatro años de edad que vive en un piso de Lugo con su padre y su madre, le anda rondando una duda por la cabeza: «El otro día me preguntó si cuando pudiera volver a salir a la calle no será demasiado mayor para ir al parque!», cuenta entre risas su madre. Su cabeza no para de maquinar alrededor de toda esta situación tan extraña para ella. En la casa evitan poner las noticias para que el coronavirus no se convierta en un monotema, mas el padre y la madre tampoco le ocultan la verdad. «Noto que tiene miedo», cuenta Car, su mamá. «Le cuesta salir al corredor del edificio o me pregunta si puede tocar el aire cuando salimos a aplaudir, si la compra que hacemos trae coronavirus…».

Aunque aprovechan este tiempo para «intentar que sea más independiente», lo cierto es que sienten que la niña precisa de un apego aún mayor. «Ahora quiere dormir con nosotros, quiere que cerrar todas las puertas…», relata su madre. «El día que salgamos no sé como va a reaccionar; ella no pide porque tiene miedo: si le cuesta salir al corredor también le va a costar salir a la calle…». Por lo de ahora, el tiempo de Carmela es aquello que pasa entre juego y juego. Desde el colegio le mandan unas cuantas actividades todas las semanas y los padres también intentan que en casa se mantenga una determinada rutina.

Para la psicóloga, conservar precisamente estos ritmos, en la medida del posible, es una de las claves para hacer más levadeiro este confinamiento. «Si alteramos, por ejemplo, sus ritmos del sueño, iniciamos un ciclo de descompensación que luego llevará un tiempo y un esfuerzo recuperar. Cada familia tiene su estilo -más rígido, más flexible…- pero hace falta mantener unas rutinas mínimas de higiene, alimentación y sueño», indica la experta, que sí pone un límite claro en cuanto al uso de las pantallas.

SALIR A LA CALLE CON INFORME MÉDICO

«El mundo se nos ponen mucho más complicado cuando entramos en poblaciones específicas», dice la psicóloga. Niños y niñas con necesidades especiales y problemas psicológicos cuentan con la posibilidad de salir a la calle en momentos puntuales durante la cuarentena. Elena Borrajo está especializada en tratar con familias cuyos pequeños son adoptados y pasaron por vivencias que se manifiestan ahora en problemas conductuales. «En el momento en el que esto comenzó pensé: lo vamos a tener súper complejo», relata. Mas curiosamente, se enteró de que muchos niños, al quitarles el «estresor del colegio», mejoraron notablemente su estado general. «Es un dato que creo que habría que analizar con calma», apunta.

En otros niños, en cambio, este confinamiento provocó «estallidos graves de conducta». El niño de Ana [nombre ficticio] cumplió sus doce años en medio del estado de alarma. Al principio, cuenta la madre, la convivencia 24 horas al día se hizo «horrible». «Es como tener una dinamita metida en una olla la presión», describe. El niño sufre un trastorno del vínculo reactivo, esto es, un desorden en la relación con sus figuras parentales a raíz de su adopción; además del diagnóstico de un TDH. «Él funciona bien con una agenda muy estructurada, pero esto lo descolocó; dio uno vuelco de 360 grados».

La relación, a estas alturas, es «agotadora». «Acaba agrediendo, insultando, rompiendo cosas…», relata la madre. La Policía tuvo que acudir a la vivienda un total de cuatro veces durante la cuarentena. No hay mucho consiguió un informe médico que funciona de salvoconduto para salir a la calle. «Intento que bajemos todos los días, pero a veces ni quiere; está agarrado al sofá en todo momento, y es el peor que puede hacer porque coge sobrepeso. Está de ‘no quiero’ para todo», cuenta Ana. Llegaron a solicitar su ingreso temporal en un centro de menores para bajar su agresividad, mas no obtuvieron respuesta positiva. «No está permitido entrar y salir y no hay plazas. Tenemos que aguantar como podamos».

En otros muchos casos se produce la situación inversa: pequeños que llevan la convivencia diaria en un centro pasaron ahora a convivir con la familia, cosa que también supone «un reto enorme» para esa casa a la que llegan, afirma la psicóloga. «Me preocupa seriamente que a estas familias no se les estén dando respuestas y que tengan que resolver situaciones muy graves con muy poca ayuda». Tampoco se olvida de aquellas niñas y niños que están confinadas con los maltratadores de sus madres. «No dejemos esos niños solos, hay muchas mamás y papás que no están pudiendo ejercer bien de mamás y de papás. Si no damos la voz de alarma, es un precio enorme que pagaremos más adelante», advierte.

LA FALACIA DEL SIGLO XXI: LOS NIÑOS SE CRÍAN EN El TIEMPO LIBRE

Al pequeño de Ana le cuesta seguir el hilo de las aulas online, que transcurren de nueve a una y media de la mañana todos los días. «Él socialmente funciona muy bien, pero esta nueva manera de dar escuela le resulta muy extraña, es como si le asustara». Tal es la incapacidad de llevar el ritmo de las aulas y dado la «obligatoriedad» de seguirlas que imponen desde el colegio, Ana se ve obligada a llevar a su hijo a clases presenciales con una profesora particular, cerca de la casa y con todas las medidas de seguridad. «No me queda otra; y esto supone un desembolso grande a final de mes», cuenta Ana, que también denuncia que «se agotan» los recursos y que «la administración no pone ninguno» a su favor.

A mayores del «agotamiento económico», el cansancio viene dado, igualmente, por la imposibilidad de compaginar tareas a lo largo del día. El niño de Ana requiere una atención permanente, cosa incompatible con el teletraballo que debe gestionar a diario. «Es complicadísimo», sentencia. También en la casa de Car ambos trabajan la distancia y se organizan como pueden para atender a la niña mientras mantienen sus obligaciones profesionales.

«La vuelta al cole está muy determinada por las necesidades familiares», indica Borrajo. «Tenemos gente teletrabajando y cuidando a los niños en el tiempo libre. Una falacia del siglo XXI. Los niños no se creían en los tiempos libres; criar es una actividad en sí misma». Aquello que nos vendieron como la oportunidad para la conciliación resulta una de las gestiones más complejas de este confinamiento. Y el colegio, cuenta la psicóloga, «nos guste o no decirlo, sea políticamente correcto o no, cumple la función de liberar a los adultos para que puedan trabajar».

En esa busca del momento de tranquilidad y concentración para trabajar, los padres y madres se aferran también a las nuevas tecnologías como única salida para entretener a las crianzas. «Sé que no queda bien decirlo», cuenta la madre de Carmela, «pero si no le ponemos la tablet no nos deja nada de tiempo libres…«. En el caso de Ana, cuyo niño ya está en una edad en la que se desarrolla con más autonomía en las redes sociales, la situación se ve también agravada en el marco de este confinamiento. «Tuvimos que retirarle la tablet definitivamente, porque estaba haciendo compras compulsivas sin darnos cuenta. Ahora estamos intentando que nos devuelvan todo lo que cargó, porque incluso se compró un Iphone…».

En este sentido, la psicóloga Elena Borrajo alerta de manera rotunda sobre las dificultades que trae consigo la tecnología: «Genera una adicción similar a las substancias, y un niño en edades tempraneras no está preparado para gestionar esas adicciones». Frente a esto, Borrajo apela a proponer rutinas de tareas y tiempo libre; a alternar los usos de los dispositivos móviles y la interrumpir tiempos. «Entre media hora y media hora debe haber un intervalo de una hora en la que no haya pantallas».

Por último, asegura que en vez de «adormitarlos», hace falta que madres y padres hagan un «esfuerzo imaginativo» de cara a que los niños y niñas tengan cumplidas sus tres necesidades psicológicas básicas: «exploración, juego, y conexión social». Y recuerda: «Esto no están siendo vacaciones, ojo con quitarles el tiempo libre del verano!».

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