Aunque el mundo siga girando, aunque su entorno vaya cambiando, ellas siempre prevalecen, allí, al pie de su casa, esperando por aquel que pare en busca de una atención cálida y de un producto de calidad. Son mujeres que llevan toda una vida al cuidado de sus casas y de su huerta. Cada mañana, preparan un puesto de madera con miel y grelos recién recogidos que colocan frente a su casa y a un lado de la carretera N-550, que junta A Coruña y Tui.
Allí se sientan, con la paciencia que les da la experiencia, y esperan. De vez en cuando, alguno de los coches o de los camiones que pasan fugaces por la carretera se detiene frente a ellas. ‘Quería un manojo de grelos… A cuanto están?‘. Ahí comienza todo un negocio que lleva décadas en pie y que lleva décadas siendo sustento de las familias. Un negocio que manejan ellas, protegidas del frío del invierno con jerseys gordos y mandiles a cuadros. De ganarse la vida, saben mucho. Hicieron de la N-550, desde Deixebre y hasta la entrada de Ordes, un espacio no solo para la economía, sino también donde tejer unas relaciones sociales duraderas.
Hace años hubo muchas más vendedoras de grelos de las que hay en la actualidad, coinciden en decir. Ahora, las que persisten se cuentan con los dedos de las dos manos, pero aun así, a pie de asfalto, a un lado y a otro de la carretera y con muchos años encima, estas mujeres allí se mantienen. Fueron capaces de convertir una carretera convencional en algo que la sacó de su convencionalismo. Fueron capaces de dotarla de identidad propia.
40 AÑOS A PIE DE ASFALTO
El ruido sordo que dejan los camiones a su paso se mantiene constante y súper presente en las conversaciones, en las esperas, en los intercambios… Pero Elvira ya está acostumbrada. Vive en una casa pequeña a un lado de la carretera, y delante de ella, a poco más de dos metros de la propia vía, tiene preparadas dos mesas llenas de grelos y una silla de plástico para sentarse. «40… o 35… Ponle que llevo 35«, calcula mientras gesticula la duda con la mano.
Elvira hace memoria, en todos los sentidos. «Mucha gente mayor que llevaba a cuatro y a cinco ahora llevan a una y a dos porque los nietos no le quieren los grelos!». Una media sonrisa se apropia de ella mientras analiza los cambios de alimentación y de costumbres que afectan a su labor diaria. «De paso que hago la limpieza y hago la comida también vendo algo si tengo a quien». Ella se encarga de lo de fuera y de lo de dentro.
Aparte de los que planta en su huerta, le compra el resto de producción que necesita a las mujeres de las aldeas del alrededor. Ellas son el núcleo de toda una red de mercancías centrada en los grelos que suben y bajan por la N-550. Lo que más se valora del producto es que es rico y natural. «Estamos en la zona propia para los grelos«, dice ahora María, otra de las mujeres que se coloca a un lado de la carretera. El perro la avisa sin error de cuando alguien aparca el coche en su casa para comprar, y ella enseguida sale a la puerta para atender. «Hay que vigilarlos!«. Su hermana lleva poniendo el puesto más de 40 años y ella comenzó cuando se jubiló del restaurante en el que trabajaba en Ordes.
LLUEVA O NIEVE, HAY QUE IR A POR ELLOS
«Ahora los viejos quedan solos en la casa… Y claro, echan nabos y los ponen en la carretera», cuenta María. «Y las mujeres sobre todo, que cuidan de los netos y venden la verdura«. Tanto uno como otro son labores trascendentes y exigentes. «Aunque sea lloviendo o cayendo nieve, tú tienes que ir a por ellos, estamos con el carnaval encima». Los grelos son esclavos y cualquiera de las mujeres que inzan la carretera de puntos de venta clandestinos lo saben con certeza. «Yo me tengo que cambiar dos y tres veces al día aunque leve ropas de agua. No es una broma».
Con ojos de orgullo, María relata que vienen a buscar sus grelos desde Valdoviño, Porto do Son, As Pontes, Ferrol… «Y de Santiago y de A Coruña ya es una cosa fuera de serie, casi están aquí todos los días, será posible!», se echa a reír. Su teléfono, de hecho, no deja de sonar. Dice que el número de la casa debe andar por toda Galicia. Hasta recibe llamadas de algún restaurante que confía en su producto.
Aunque en general se vende menos, María dice que no hay queja. Y además, si hay alguien a quien le beneficie la subida del precio de la autopista, es a estas mujeres. «Ahora como es tan cara los coches vuelven a venir por aquí», reconoce también Elvira. Con la experiencia de tantos años a las espaldas, son muchas las personas que siguen prefiriendo los grelos de estas mujeres a los productos del supermercado. «Es que el nuestro viene derechito de la huerta…», dice María para acabar de decantar la balanza. En el cuidado a la tierra y al trato corto deben estar sus claves.
Por eso tienen la fama y por eso enamoran. Tanto que incluso la salida de Ordes está presidida por un mural que representa a una de estas mujeres, con amplia sonrisa y grelos en mano, obra del artista Joseba Muruzábal. Y no fue él el único que quiso dejar constancia de la labor sin descanso de las vendedoras de los grelos de la N-550. «De A Coruña a Santiago, entre Ordes e Sigueiro, vou de compras pola estrada, ando na ruta do grelo«, cantan los Kastomä en la canción ‘Grelo 66’. La propia Elvira sale en el videoclip haciendo gala de su buen producto!
Aunque el mundo siga girando, ellas prevalecen para recordarnos que por los lugares hay que parar y no sólo pasar. Hay que hacer vida.