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La zona cero de las vacas locas, 20 años después: «No olvidamos, fue una atrocidad»

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El 31 de diciembre del año 2000, mientras el mundo despedía el año junto a las campanadas de cualquier canal de televisión, hubo dos familias en Mesía que decidieron tomar las uvas a los pies de una cantera abandonada de la parroquia de Lanzá; y es que aquel lugar estaba siendo protagonista de un de los episodios más polémicos de los últimos tiempos en Galicia. El gobierno de la Xunta, por aquel entonces gobernado por Manuel Fraga Iribarne, había dado la orden de depositar cientos de vacas muertas en aquel agujero en la tierra que habían dejado las actividades de extración de cuarzo de la empresa Erimsa, detrás de la que estaba el exministro Villar Mir. Estos hechos acontecieron en medio de la crisis de las vacas locas, una epidemia causada por un agente infeccioso que se transmitía a través de los piensos de origen animal, el prion, y que hacía enfermar al animal más importante del país, social, cultural y económicamente hablando: la vaca.

Más de 300 reses resultaron infectadas en Galicia por esa enfermedad llegada del Reino Unido, pero muchas más fueron eliminadas en el intento de contener la epidemia. Por aquel entonces, una pregunta sobrevolaba aquella discutida gestión de la crisis por parte de la Xunta: ¿A dónde iban a parar todas aquellas vacas muertas? En este punto, el lugar de Mesía, un municipio del interior de la provincia de A Coruña, entra en la ecuación. Los ojos inocentes de un niño fueron los que descubrieron los enterramientos de vacas que el gobierno gallego estaba realizando de manera clandestina en una cantera de la aldea de Lanzá. «Aquellos días, cuando aún no sabíamos nada en la aldea, nos llamaba la atención un olor apestoso. Cuando cogías la ropa no valía para guardar, había que volverla a la lavadora», recuerda Carmen [nombre ficticio], una ganadera de la zona implicada en la lucha.

VECINOS EN GUARDIA

El vecindario pronto se organizó para impedir que más camiones con vacas entrasen en aquel lugar, hoy cubierto de maleza, rodeado de una valla a medio caer, pero con la consciencia del pueblo bien fresca sobre lo que allí debajo permanece. «Sabes que hay algo: muchos residuos, una atrocidad; y eso no se olvida», relata la vecina. Las impactantes imágenes de las vacas tiradas sin control, de los arroyos de sangre hacia los ríos próximos, «de los gusanos andando por la pista» forman parte de la memoria colectiva del lugar y llegaron entonces a millares de casas a través de la televisión y de las portadas de los periódicos. Fue, de hecho, la ocasión de que las personas emigradas pudieran volver a ver sus vecinos y a su territorio, a través de una lucha que cruzó fronteras.

El portavoz vecinal en aquel tiempo, José Lino Bermúdez, fue la cara visible ante la prensa, la persona en la que recayó la comunicación de todo aquello que estaba aconteciendo. Echa el vistazo atrás y recuerda la «tensión» de tener que atender, sin experiencia previa, todos aquellos medios hambrientos de información; y la rabia de descubrir de golpe «que la política estaba llena de astucias»: «Nos vinieron a tirar la mierda a los hocicos, -cuando yo llegué ya había dos montones de vacas y muchos sacos de lo que parecía ser harina cárnica contaminada -, pero lo que más nos fastidiaba era a impotencia ante cómo nos trataban los grandes, seguido con mentiras y falsedades. No nos dejaban pasar, nos querían tapar la boca con esa porquería, sin ningún respeto por la gente, pero nosotros nos defendimos lo máximo posible», cuenta.

Tanto es así que incluso hicieron guardias para vigilar el lugar. Nochevieja fue el punto de inflexión. «Aquel día, la Guardia Civil nos dijo que nos marchásemos para nuestras casas, que allí no se iba a tocar nada, pero a la noche nos encontramos con que las máquinas estaban trabajando a tope», relata José Lino. A partir de ahí, durante seis días y seis noches, los vecinos, organizados en turnos, dejó de atender sus quehaceres diarios para defender aquella tierra. «Montamos una especie de campamento donde cada uno aportaba lo que tenía y donde todos compartían lo que había. Recuerdo que una noche llevé un termo de café y una botella de aguardiente para correr el frío», relata Fernando García, otro de los muchos implicados en aquella lucha en pleno invierno. «Lo primero que me viene a la cabeza es la satisfacción de haber participado de una protesta pacífica y cívica. Nosotros teníamos claro que los protagonistas de lo que estaba pasando no éramos nosotros, sino las vacas que estaban allá arriba. Teníamos que protestar en el sitio de ellas».

UNA GESTIÓN ASENTADA EN LA «INCOMPETENCIA»

Todo lo que rodeó la gestión de la crisis de las vacas locas en Mesía fueron «engaños, amenazas, ilegalidades e imcompetencias», resumen las testigos. El máximo responsable de la Xunta en aquel tiempo, Fraga Iribarne, tardó en desistir de su idea de seguir mandando vacas muertas para Lanzá. «Nos quiso dar caña», dice Bermúdez. «Sabemos por fuentes fidedignas que tenían preparados antidisturbios a lo salvaje para venir aquí y limpiarnos». Los salvó, cuenta, que uno de los tenientes «no vio motivos» por el carácter pacífico de la protesta, mas en un momento dado, la policía sí que llegó a retener algunos vecinos durante un tiempo.

Tardaron «muchos días» en tapar aquellas vacas fallecidas. Primero trajeron material de las minas de Touro, «una especie de arcilla que decían que era impermeable», pero poco después alguien comunicó que aquel material «también era contaminante», recuerda el portavoz. Finalmente instalaron un sistema de queimadores y de gas, que, segundo intuye el vecino, «nunca llegó a funcionar». «¡Un paripé de tres pares de narices!», resuelve. Hoy, aquel lugar sigue siendo sinónimo de toxicidad para muchas personas del entorno. «No solo por lo que había allí, sino también por el poco interés y la poca consideración de los políticos por solucionar el tema», habla Carmen.

Aquella crisis provocó, de hecho, la dimisión del consejero de Agricultura, Castor Gago, a comienzos de enero del 2001. «La gente decía que ese hecho era muy relevante, pero a mí me parecía básico», dice Bermúdez. 20 años más tarde, «aquí no vimos perdón ni compensación de nada». Según la perspectiva de Fernando, «las vacas locas fueron el principio del final de Fraga». También en Mesía la crisis se vio como un antes y un después para la política del ayuntamiento, puesto que «arrancó el compromiso de la gente». «El Ayuntamiento tardó cuatro días en reconocer que había recibido un fax donde se avisaba de que se iban a enterrar las vacas», entiende Fernando, una actitud que provocó un «despertar» en la sociedad, incluso con el nacimiento de un nuevo partido político en el ayuntamiento.

CONTRA El OLVIDO

Hoy en día, el lugar en el que se encuentran soterradas las vacas sigue resultando inóspito. Buena parte del entorno, también en manos de Erimsa, se presenta degradada: terrenos afondados por la extracción del cuarzo, desniveles provocados por las antiguas canteras, espacios yermos en los que no crece ni siquiera hierba, un lago con elevados índices de acidez en sus aguas… Por allí nadie pasa. Carmen recuerda que volvió una vez, hace tiempo, «por curiosidad». «El lugar donde habían sido enterradas se estaba cubriendo de maleza, y… Parece que me entró un poco de paz», cuenta la vecina.

Las imágenes de aquellos días quedaron grabadas en la retina de todo el vecindario implicado en aquella intensa lucha, pero por si el olvido llama a la puerta de alguna persona, en Mesía tienen como defenderse. Durante el tiempo de la crisis, Fernando se dedicó a recopilar todas las noticias y documentos gráficos que brotaban en torno a los enterramientos de las vacas locas. Su intención, explica, es «recordarle lo acontecido a la aquella gente que tiene memoria muy selectiva». «Las vacas están ahí, el monte está ahí. Así que con el paso del tiempo, que nadie diga que esto no pasó. Cuando fue el Prestige, hubo gente que aseguraba que el petróleo no había llegado a las playas. Si a alguien se le ocurre decir que en Lanzá no enterraron vacas, se las enseñamos. Tenemos el recuerdo gráfico de lo que aquí hicieron».

«Tan sólo por el respeto a la gente que estuvo al frente, esto merece no ser olvidado», siente también Carmen. Y así, a pesar de las grietas, con el recuerdo bien lúcido y con la satisfacción de la lucha conjunta, es como la herida se va curando.

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