El hashtag #Querémolo lleva días recorriendo las redes. Quienes lo impulsan son estudiantes de la lengua gallega en Catalunya y lo que quieren es que la Xunta de Galicia realice pruebas para la obtención del Certificado de Estudios de Lengua Gallega (CELGA) fuera de los límites territoriales de Galicia y «más allá de Ponferrada». En poco tiempo, la iniciativa, que puede seguirse en la cuenta @Instaengalego de la mano de Carlos Vieito, traspasó fronteras hasta llegar incluso a Argentina o al Reino Unido, donde también viven personas que se sintieron identificadas con esta reivindicación y que demandan la posibilidad de examinarse de lengua gallega sin tener que desplazarse a Galicia.
Poder acreditar el conocimiento de un idioma en cualquier parte del mundo es una reivindicación que va mucho más allá de conseguir un título. Se trata de valorar, de prestigiar, de poner al gallego al mismo nivel que el resto de las lenguas. Detrás de esta iniciativa hay verdaderas historias de amor por nuestro idioma que llegan desde la otra punta del Estado y desde el otro lado del Atlántico. Todo comenzó unos años atrás, cuando Carlos Vieito aterrizó en Catalunya con su nivel de catalán acreditado desde Galicia por el Institut Ramon Llull. «En ese momento vi el valor y el potencial que tiene que una lengua se pueda acreditar fuera, incluso para buscar trabajo. Me sabe mal que haya que pagar por títulos, pero es cierto que el prestigio de las lenguas también pasa por ahí».
Poco después, y por casualidades y querencias de la vida, comenzó a componerse en torno a la cooperativa Aula d’Idiomes, situada en los barrios de Sants y Gracia, un pequeño grupo de seis alumnas catalanas interesadas por aprender el gallego. Con Carlos Vieito como profesor, el aula fue creciendo hasta formar varios niveles y un grupo de intercambio gallego-catalán. «Nos pusimos una meta: sacar el CELGA y viajar a Galicia de excursión», cuenta el profesor. Enseguida chocaron con un montón de trabas: «Las fechas de los exámenes se publican con muy poca antelación, un mes o 15 días; y si vives en Barcelona o Londres, comprar un vuelo con tan poca margen sale por un ojo de la cara, además del alojamiento y de los problemas laborales que genera», relata Vieito. Y de ahí nació #Querémolo.
AMOR A LA LENGUA
Si bien anteriormente el gallego sí podía acreditarse en Barcelona – «hay muchísima gente que realizó el examen en aquella época en que existía la posibilidad» -, ahora es prácticamente inviable si no vives en Galicia. «La Xunta lo ponen muy difícil. Vemos que no promueve lo suficiente el aprendizaje del gallego y por eso pedimos que se mueva!». Quien habla es Jesica, una chavala de 34 años, catalana de nacimiento pero con raíces 100% gallegas y estudiante del aula d’Idiomes. Toda su familia es lucense – la madre de Sarria, el padre de una aldea de Baralla… -, y se marcharon hacia Barcelona con apenas 18 años. Jesica y su hermana ya nacieron allá, escucharon el gallego en la casa y cada verano que regresaron, pero hablarlo y escribirlo era otro cantar, por eso Jesica se unió a este grupo de aprendizase en octubre. «Procuro la supervivencia del habla; en nuestra mano está fomentarla», reivindica.
El alumnado que se juntó alrededor de estas aulas es de lo más heterogéneo, los hay que tienen algún vínculo familiar o sentimental con el país y los hay que simplemente lo adoran y «ven la lengua como otra característica más a la que querer para entender mejor un pueblo», cuenta Vieito, que estuvo al frente de las clases hasta hace poco. «El principal motivo que tenían para estudiar gallego era el amor. Siempre recordaré una anécdota que me llegó al fondo del alma: un alumno catalán que acababa de ser padre y se apuntó a gallego para enseñárselo a su pequeña. Su mujer era descendiente de gallegos, pero ya no lo sabía hablar. Él fue quien se encargó de aprendérselo a la hija».
POR UN GALLEGO VIVO
Max, por el contrario que Jesica, se acercó al gallego sin ningún vínculo previo. Él es de Corbera de Llobregat, «una villa llena de árboles, montañas y jabalís a un lado de Barcelona». Con un cuidado gallego, este otro alumno explica que este es el primer año en el que estudia el idioma regularmente, mas su andadura con la lengua ya comenzó en el último año de la carrera de Filología Catalana a través de una materia optativa de lengua gallega y género. Con ella se sumergió en el gallego y descubrió la cultura de este país, del que no se volvió a desprender. Ese mismo verano visitó Galicia en un de los cursos de Galego sen Fronteiras organizados por la Real Academia Galega (RAG). «Descubrí paisajes inmensos, me enamoré de los atardeceres profundos e hice amistades maravillosas». A la vuelta, «más allá del romanticismo», decidió continuar los estudios «por una cuestión política de respeto a la diversidad lingüística».
Su compromiso pasa por no dejar que las lenguas desaparezcan «a causa de la globalización». «Calculan que la mitad de ellas morirán de aquí a cien años. Hay alrededor de 6.000 lenguas y unos 200 estados. En todos existe una o más lenguas imperantes, y otras muchas subyugadas. Si los gobiernos no quieren mantenerlas, tenemos que hacerlo los ciudadanos», se explica. Y para eso mismo, «hay que ir justamente en contra de la homogeneización lingüística, hay que luchar para que las lenguas minorizadas, como el catalán y el gallego, sobrevivan a la voracidad aniquiladora de la globalización y de los estados nación; porque cada vez que muere una lengua muere un factor de cohesión de un pueblo, una manera de pensar y de decir el mundo», sentencia Max.
Fruto de esta lucha, Max propuso, como profesor en la Educación Secundaria, poder ofrecer a su alumnado una materia alrededor de la cultura gallega. Echó a andar la iniciativa y la acogida fue tan buena que incluso juntó más alumnas que las aulas de alemán y de francés. Ahora, él junto con otros cuantos profesores están trabajando en la recuperación del fallecido proyecto Galauga de la UB. A través de él consigue dar una hora semanal de lengua y cultura gallegas en la enseñanza catalana, «siempre con la finalidad de promover el respeto por la lengua en los más nuevos».
DESDE EL OTRO LADO DEL OCÉANO
También por ellos, por toda esa generación futura, es importante reivindicar #Querémolo y dar el toque de atención: «Ei, que el gallego no es sólo de la Xunta; es de todas, y todas debemos tener el derecho de hacer un examen en gallego, para darle la visibilidad y la dignificación que ahora no tiene», remata Max. Cuando el alumnado catalán junto con Carlos Vieito impulsaron esta campaña no pensaron que pudiera traspasar fronteras, pero dieron con gente de otros puntos del mundo que se encontraban con el mismo deseo de acreditar el CELGA y con los mismos impedimentos para hacerlo.
Uno de los mensajes que recibieron en estos días llegó de Argentina, más concretamente de la ciudad de Córdoba, en la provincia de su mismo nombre. Su remitente era Emanuel, un rapaz zapatero de profesión e hijo de padre y de abuelos maternos emigrantes gallegos. «Yo también quiero hacer el CELGA pero encuentro muchos problemas», relata. Si estando cerca de Galicia ya es difícil, más aún desde el otro lado del océano. Emanuel nunca perdió la conexión con el país de sus antergos. «Toco la gaita, trabajo en la Casa de Galicia en Córdoba, leo en gallego, el 80% de la música que escucho es en gallego», habla al teléfono, a miles de kilómetros de Galicia, con un gallego teñido de acento argentino. «En mi casa no tenemos cuchillos, tenemos coitelos; a veces tenemos ollas y otras muchas tenemos potas…».
Si bien cuidó su vinculación con el gallego desde siempre, fue hace un mes cuando dio con el Portal de la Lengua Gallega y empezó a aprenderlo con detalle. «Dije: ‘el lunes comienzo!’, y el lunes comencé!». Y con esta naturalidad y buena disposición, Emanuel va haciendo sus propias notas de gallego de manera autodidacta. A lo largo de su vida hizo tres viajes a Galicia, una de ellas con su padre, también zapatero, que regresaba por primera vez 45 años después de emigrar desde Vilalba. «Galicia es parte de mi cultura, entonces entendí que si quiero permitirla tengo que hablar gallego».
Emanuel se suma a la reivindicación del CELGA porque «cualquier movimiento por nuestra lengua es importante» y porque se trata de una «cuestión de igualdad». «Yo también soy gallego tanto como los que viven en Galicia. Es una manera de que nosotros podamos acreditar que también sabemos, es una manera de sentirnos completos».
Son luchas justas y generosas por un futuro de mil primaveras más para nuestra lengua.